La liberación con cuentagotas de rehenes israelíes por parte de Hamás en Gaza debería recordarnos que, desde siempre, los árabes se han dedicado al secuestro y a la trata de esclavos. Nada nuevo bajo el sol palestino. Recordemos que, en 1575, Cervantes fue secuestrado en el mar entre España e Italia por piratas procedentes de Argel. Lo vendieron a un comerciante local que lo mantuvo como esclavo durante cinco años antes de que fuera liberado gracias a un rescate pagado (probablemente) por una orden religiosa española. Durante siglos, el comercio más rentable para los árabes del norte de África fue el secuestro de europeos en el mar o en las costas del Mediterráneo. Los europeos acabaron con él en el siglo XIX, mediante la colonización y la imposición de las normas jurídicas occidentales. Aún más rentable fue el comercio milenario de esclavos negros secuestrados en África Occidental o Central, y posteriormente transportados y vendidos a comerciantes y esclavistas ricos de la costa oriental de África, lo que hoy es Arabia Saudí, Omán, Zanzíbar y los Estados del Golfo. La toma de rehenes y la trata de esclavos eran el equivalente del petróleo actual. No requerían grandes inversiones; eran ingresos. Estambul, en concreto, era uno de los principales centros de reventa de esclavos del mundo árabe-musulmán, al que Cervantes fue destinado poco antes de su liberación. Durante siglos, esta trata de esclavos africanos y europeos fue sin duda la industria más próspera del mundo árabe, pero se sabe poco de ello y está mal documentado. Existe una especie de consenso en el mundo árabe –y también en las universidades europeas– para no estudiar esta historia, mantenerla en el mayor secreto posible. Y más en secreto aún porque no estamos seguros de que estos mercados de esclavos hayan desaparecido del todo en Yemen, Yibuti y Riad.
Ciertamente, la industria de la esclavitud fue igualmente próspera y rentable para los europeos que explotaban sus colonias en América. Este comercio duró alrededor de dos siglos, lo cual es lamentable, pero breve si lo comparamos con la práctica árabe. Es más, desde el principio, el comercio de esclavos en Occidente fue objeto de fuertes controversias, y a partir del siglo XVIII, aparecieron poderosos movimientos abolicionistas, antes de que el comercio de esclavos se extinguiera definitivamente a mediados del siglo XIX. Es importante recordar que los abolicionistas eran sobre todo de inspiración cristiana; la preocupación humanista fue más tardía, llegando en segundo lugar. Por supuesto, en el mundo islámico no hubo nada de eso; que yo sepa, no tuvo lugar ningún debate público. Otra diferencia significativa entre la esclavización por parte de los árabes y la de los europeos es que la mala conciencia de Europa no solo se manifestó desde el principio, sino que en nuestra época ha adquirido proporciones considerables. Innumerables libros, estudios y pronunciamientos deploran la esclavización de los africanos y la conmemoran. La contrición, el arrepentimiento y las disculpas están muy extendidos en Europa y en Estados Unidos. Incluso se contemplan compensaciones económicas para los descendientes de esclavos, sobre todo en Estados Unidos. Volviendo a Cervantes, no sabemos si sus años de cautiverio le ayudaron a desarrollar su futura vocación de escritor; que yo sepa, en don Quijote no hay rastro de la desafortunada suerte que corrió su creador durante cinco años. Al escribir la primera novela moderna de la literatura occidental, ¿acaso intentó Cervantes borrar el pasado? ¿Regenerarse a través de su gran arte?
La gente se preguntará por qué saco a colación esta antigua historia en este preciso momento. Pues porque, en mi opinión, debería recordarnos que Hamás no surgió de la nada, ni solo a causa del conflicto palestino-israelí. Como ya he dicho, la toma de rehenes, la esclavitud y la reventa de rehenes son una tradición que se remonta a siglos atrás, mucho antes de la creación del Estado de Israel. Esta larga historia también debería iluminar las mentes de aquellos militantes, ignorantes o con mala fe, que pretenden imponernos un paralelismo entre Israel y Palestina. Israel está en Occidente, Palestina no. Y el judaísmo, en cierto modo, es la fuente misma del pensamiento occidental, al menos del cristianismo. En cambio, el islam no insta a liberar a los esclavos; si estoy equivocado, me gustaría saberlo, y pediré disculpas. La lectura del Corán revela más bien que la esclavitud era una norma social común y aceptable en tiempos de Mahoma. Por supuesto, el Corán es una obra de revelaciones complejas que a menudo dan a entender una cosa y después la contraria; corresponde a los fieles interpretarlas lo mejor que puedan. Sin duda podríamos encontrar en este libro sagrado unas cuantas buenas razones para no secuestrar al prójimo, ni explotarlo o venderlo. Pero no me consta que ningún sabio musulmán haya dedicado grandes esfuerzos a esa investigación; aunque algunos imanes hayan condenado la toma de rehenes por parte de Hamás en Israel, no se les ha escuchado en absoluto.
Por tanto, nos alegramos del fin de las hostilidades en Gaza y de la liberación de los rehenes supervivientes, aunque tememos que les queden cicatrices permanentes; no todo el mundo tendrá el talento de Cervantes para lograr la redención a través de la escritura. Por último, pero no por ello menos importante, no nos dejemos engañar por el frágil acuerdo entre Israel y Hamás. No se trata de dos naciones enfrentadas, sino de dos civilizaciones, dos religiones y dos concepciones del hombre y de Dios; ambas son justas y verdaderas desde el punto de vista de sus fieles, y por lo tanto, irreconciliables. Lo mejor que podemos esperar es una tregua. Reducir el conflicto entre Israel y Palestina a un debate territorial o a un avatar de la descolonización es una forma aguda de ignorancia histórica y teológica.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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