Se acaban de cumplir 50 años de uno de los acontecimientos más traumáticos en la historia de América Latina en la segunda mitad del siglo XX. A pesar de que media centuria es un tiempo apreciable, las heridas producidas en el alma y la sensibilidad democrática de la región por el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 contra Salvador Allende no se han cerrado del todo, más allá de que, en cierta manera, son grandes los progresos realizados en Chile en la superación de los antagonismos que se generaron, como puede observarse en la sucesiva alternancia de gobiernos de distinto signo ideológico en la era post Pinochet: el centrismo democristiano y la centro izquierda de la Concertación, la derecha de Piñera -en dos períodos- y ahora la izquierda de Gabriel Boric.
Varios factores se conjugaron para que esas heridas no terminen de cerrar y perduren todavía sentimientos encontrados y vivas disputas acerca de 11 de septiembre. El primero de ellos, estimamos, fue lo particularmente cruento del golpe (no es común, ciertamente -ni aún en las revoluciones más ardorosas- ver un palacio de gobierno bombardeado por aviones y tanques de las Fuerzas Armadas), y los aberrantes fusilamientos, desapariciones y violaciones de los derechos humanos que Pinochet y sus militares consumaron en los días, meses y años posteriores.
Un segundo factor sería la trágica conversión de Allende en un mártir en virtud de su sacrificio, inusual ejemplo de un político moderno -en una época donde privan el pragmatismo y la búsqueda del poder por el poder- que con toda determinación y coraje entrega su vida por una causa y unos ideales.
Y por último -para agregar complejidad y contrariedad al asunto- el indiscutible éxito del modelo económico neoliberal de Pinochet, que fue un adelanto de la tónica que se impondría a los pocos años en buena parte del orbe, de la mano de las reformas privatizadoras de la Thatcher y Reagan, éxito que (más allá de sus limitaciones y debilidades, puestas de manifiesto en las sucesivas protestas sociales que han sacudido a Chile en la última década), hizo un contraste notable con el claro decaimiento de la economía chilena en el corto período de Allende, y, sobre todo, con los fracasos de numerosos programas estatistas y populistas en América Latina y otras naciones en el mundo.
Quiso la historia, con sus misteriosas reincidencias, con sus idas y vueltas, que los 50 años del golpe de Estado le tocaran en fortuna conmemorarlos a otro presidente de izquierda, Gabriel Boric. Aunque Chile ya tuvo dos presidentes socialistas después de Allende (Ricardo Lagos y Michelle Bachelet), estos últimos triunfaron en el marco de la Concertación, una coalición de clara orientación centrista, donde los pivotes principales fueron el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista. Boric, en cambio, llegó al poder en 2022, de la mano de una coalición (Apruebo Dignidad), que, en líneas generales, se sale de la moderación centrista y se acerca más a ciertas posturas radicales, al punto que sus organizaciones fueron puntales en las duras protestas que sacudieron al gobierno de Sebastián Piñera entre 2019 y 2020.
Pese a su amplio triunfo en las elecciones de diciembre de 2022, la historia le tenía preparada una conspiración a Boric: la derrota contundente del proyecto de constitución en el referéndum efectuado en marzo de este año. Haciendo un paralelo con Allende, fue, en cierta manera, un golpe, pero en esta ocasión un golpe democrático, una lección dada por la mayoría del pueblo chileno, que por la simple intuición o por el temprano desgaste de su régimen, percibió los riesgos de una Constitución farragosa, que iba a llenar de cargas al Estado y de nuevas contradicciones y polarizaciones a la sociedad. En ejercicio especulativo, es de lamentarse que Allende no hubiera recibido una advertencia de este tipo, que hubiese puesto freno a los grupos radicales y a los malos consejeros externos (Castro incluido, por supuesto), que amplificaron y agravaron las errores y excesos de su mandato. Se sabe, cierto, que tenía preparado el lanzamiento de un referéndum consultivo sobre la gestión de gobierno, pero ya era muy tarde y el daño estaba hecho.
De cualquier forma, no puede menos que celebrarse que Boric haya firmado, en conmemoración de los 50 años del golpe, una Carta con los 4 ex presidentes vivos del período post-Pinochet: Ricardo Lagos, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, donde, entre otros puntos, se llama a la defensa de la democracia y los derechos humanos, así como a desechar las amenazas autoritarias y a fomentar el diálogo y la solución pacífica de las diferencias.
Pese a que, lamentablemente, las organizaciones de derecha, reunidas en Chile Vamos, no quisieron sumarse a la firma del compromiso -incómodas, aparentemente, por la presencia de figuras como Petro, Alberto Fernández y López Obrador en los actos oficiales- todo apunta a que comparten el contenido de la Carta. En todo esto solo puede verse una ratificación de la madurez cívica que ha caracterizado desde siempre a la sociedad chilena, que uno quisiera que tomara cuerpo tanto en nuestro país como en la mayoría de los países latinoamericanos, donde la intolerancia, la apelación a la violencia y la polarización están todavía a la orden del día.
@fidelcanelon
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