El año 1958 fue un período tumultuoso y desafiante que culminó con el retorno a la democracia en Venezuela, y en cuyo contexto emergió una figura de altura: el contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, un marino con sólida formación en las Fuerzas Armadas y respaldado por el apoyo popular.
Nacido el 5 de marzo de 1911 en Carúpano, estado Sucre, Larrazábal se formó en la Escuela Naval entre 1928 y 1932. Su carrera militar lo llevó a desempeñarse como subcomandante de la Base Naval de Puerto Cabello, y finalmente alcanzó el puesto de comandante de las fuerzas navales de Venezuela. En 1958, llamado a liderar la transición democrática del país, ejerció la presidencia de la República. Su mandato fue breve, pero su legado perdurable.
Larrazábal aceptó el desafío de aspirar a la candidatura presidencial propuesta por uno de los partidos más influyentes de la época, URD, y respaldada por el destacado líder de la unidad, Jóvito Villalba.
Conciliador, tolerante, accesible y con un profundo compromiso democrático, Larrazábal enfrentó el desafío de guiar a Venezuela en la compleja transición posterior al derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez. Además de su asertividad para entenderse con los políticos, su estilo dialogante y sus logros lo conectaron con el pueblo venezolano, ganándose la aceptación de la mayoría. En momentos muy tensos, supo manejar con firmeza e inteligencia los desafíos iniciales de su gobierno, implementando ajustes necesarios y enfrentando a aquellos oficiales con intereses divergentes.
La unidad es fundamental para lograr una sana transición política en cualquier contexto. Y en el caso venezolano, el Pacto de Puntofijo, con una visión inspiradora de tres grandes líderes de la democracia venezolana, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, sentó las bases para la unidad nacional y el retorno a la democracia.
En ese delicado proceso de cambio era crucial proceder con respeto y olfato político. Ceder en ciertas ocasiones no implica perder oportunidades; a veces, es necesario dar un paso atrás para avanzar dos. Esto es precisamente lo que hizo el distinguido venezolano Wolfgang Larrazábal, un marino que demostró habilidad para navegar en aguas turbulentas al asumir la presidencia provisional en 1958.
Larrazábal, en un gesto de compromiso democrático, renunció a la junta de gobierno para permitir la sucesión presidencial, cediendo el paso a otro gran venezolano, el doctor Edgar Sanabria, quien posteriormente entregó la presidencia a Rómulo Betancourt, ganador de las elecciones de 1958. Durante su mandato, Sanabria destacó por dos importantes decretos: la declaración y el reconocimiento de la autonomía universitaria y la declaración del Ávila como Parque Nacional.
Tuve el privilegio de conocer de cerca la nobleza y los valores democráticos e intelectuales de Wolfgang Larrazábal durante más de dos décadas en el Congreso de la República. Tanto él, como senador por diversas regiones del país, y yo, desde mi curul, compartimos innumerables reuniones y conversaciones. Era un excelente contador de anécdotas, rememorando épocas pasadas que resultaron fundamentales para su exitoso desempeño como presidente. Recuerdo con agrado sus relatos, especialmente aquel en el que contaba su preferencia por vestir lino como civil, hasta que un día, un amigo suyo, con inocencia, le preguntó por qué siempre lucía la ropa arrugada. Con paciencia y su característica sonrisa, Larrazábal explicó las virtudes de este tejido. Además de su amabilidad y simpatía, era un conversador excepcional, compartiendo sus experiencias tanto de la vida como del mar.
Durante su presidencia, Larrazábal alcanzó importantes logros, como la amnistía para los presos políticos y la restitución plena de los derechos de participación de todos los excarcelados. Participó con integridad en las elecciones democráticas que convocó y fue un ejemplo de generosidad y gallardía al ser el primero en reconocer los resultados de las elecciones, aceptando con dignidad su derrota y el triunfo de Rómulo Betancourt. Este gesto lo consagra como uno de los grandes líderes de la época moderna venezolana, capaz de responder a las demandas de su pueblo y de afrontar los cambios necesarios para fortalecer el país. Wolfgang Larrazábal recibió el llamado de la historia con gallardía y humildad, mostrando un profundo sentido de responsabilidad y un desprendimiento consciente de su deber.
Hoy más que nunca, el espíritu de Larrazábal debe servir como ejemplo de tolerancia y respeto por los valores democráticos del pueblo venezolano. Su legado como presidente democrático proveniente de las Fuerzas Armadas es un faro que guía el camino hacia un futuro democrático y próspero para Venezuela.