El pueblo nicaragüense, armado de tolerancia, fe en el presente y futuro y perseverante de alcanzar días en democracia y libertad, está deseoso de un diálogo entre gobierno y los representantes político partidarios dentro del país para juntar voluntades y abrir puertas que lo conduzcan hacia una salida a la crisis a diario vivida.
Es un reclamo de todos, pero hasta ahora tenuemente sugerido por algunas figuras políticas y de la llamada oposición de la sociedad civil. Y hasta aquellos que vociferan que con políticos como Daniel Ortega no se negocia, muy en el fondo de sus conciencias empiezan a verlo como, quizás, la única salida si de verdad se aspira a una lucha cívica que desemboque en el calendario electoral de 2026.
En una de las recientes y ya celebradas fiestas patrias del mes del septiembre pasado, Daniel Ortega dijo en entre líneas que había que aunar esfuerzos para iniciativas como la del diálogo. No lo dijo con palabras semánticamente directas, pero lo insinuó verbalmente. Y lo dijo en el marco de las celebraciones de la independencia de Nicaragua de hace más de dos siglos, y eso dentro del lenguaje del efecto patria representa en sí una simbología de identidad con el sentido de nación.
Tampoco usó muchas palabras. Más bien fue escueto pero dijo que había que unir esfuerzos con aquellos que han hecho mal, lo que seguramente dijo en referencia a quienes se sublevaron en el 2018. Desde ese mismo año cuando en una ocasión, quizás sintiéndose debilitado habló de sentarse a dialogar, creo que hasta ahora, a más de seis años de esa insurrección en la que los tranques cortaron prácticamente la comunicación terrestre por todo el país, y que representó un despierto fogonazo de rebeldía popular en un principio, vuelve ahora a tocar el tema.
Entonces, ¿por qué no tomarle la palabra? Hacer uso del derecho ciudadano que a todos y a cada uno de los nicaragüenses nos pertenece como hijos de su suelo patrio, y decirle que, estamos dispuestos a unir voluntades y esfuerzos, como oposición política constructiva, política partidaria y consciente de la dura realidad por todos vivida, demos un paso adelante para iniciar un diálogo dominado por la tolerancia, el sentido común y el respeto a la institucionalidad.
Los rambos, tarzanes y héroes de la pantalla grande no pertenecen mas que al imaginario cinematográfico y pensar en propuestas armadas ha sido desechado hasta la saciedad, por lo que no queda otro camino que el consenso para un diálogo.
Ese diálogo, de darse, debe ser entre fuerzas políticas opositoras como lo son el partido en el Poder el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y la oposición política representada en el viejo e histórico Partido Liberal Independiente (PLI) y sus aliados políticos con su debido soporte social que lo acompañe.
Este planteamiento surge no por un capricho político, sino por el hecho de que una negociación se da entre quien ostenta el poder y quienes representan la otra cara de la identidad política de una nación, que, en este caso y por sus hechos y gestiones políticas lo ha venido demostrando el PLI histórico con su batalla legal en la Corte Suprema de Justicia (CSJ), por la restitución de su representación legal a quienes pertenece. Dicho planteamiento está concebido en la propuesta «Ruta hacia la Democracia», presentado hace un mes por este partido.
En este sentido la sociedad civil que ha pretendido suplantar técnicamente a la clase política, pero que a la vez ha patinado haciendo una lucha de debate y análisis interactivo desde y al interior de sus llamadas plataformas, jamás ha planteado o replanteado siquiera, una lucha política desde la política, como debió haber sido desde el fin de los gobiernos de transición (1990–2006), pasando por la insurrección del 2018, escenificada por jovencitos manipulados y sin ninguna capacidad de respuesta política.
La otra realidad que afianza la propuesta de un entendimiento político partidario, viene a conformarlo y consolidarlo la Comunidad internacional, toda en su enjambre de naciones y toda ella en su mensaje a los nicaragüenses, de buscar entre nosotros mismos, de ser nosotros mismos, apoyados por ella, quienes busquemos en lo hondo de nuestras contradicciones y desatinos, la fórmula certera para solucionar nuestros problemas.
Sé que muchos ven esto como un camino incorrecto, con desconfianza, sin sentido y sin una luz en el camino. Pero no hay otra salida e insisto, quienes han rechazado esta propuesta dialogante, en secreto y en sus conciencias saben que es la única salida. Saben que la perdedera de tiempo ha sido fatal y saben que sus guerras de comunicados, pronunciamientos, viajes floridos por el mundo y condenas sin juicios políticos reales de nada han servido, a no ser para permitir la difusión del onanismo político, el viaje profuso de sociedad civil y análisis de la coyuntura ideológica acomodaticia de cada grupo o grupúsculo de la fábrica de ONG y la feria de candidatos presidenciales yuxtapuestos desde sus propios ensueños y efímeras glorias.
Para que una propuesta de esta naturaleza logre tener éxito deben darse por sentadas algunas reflexiones. La primera que todos aquí contenemos un grado de responsabilidad y culpabilidad histórica y responsablemente, lo que va también para aquellos que dejan a otros la inminente labor de salvaguardar la democracia y lo otro, si existe por ahora una fuerza política partidaria, respaldarla. Estos no son tiempos de liderazgos electorales, estos afloran en su momento por lo que conviene, una vez más a la ciudadanía entera, tanto la que muerde el cable dentro de la Nicaragua soterrada como la de la diáspora creciente, cansada y deseosa de retornar.
Entonces, Daniel, diálogo, ¿sí o no?
El autor es escritor, periodista y político liberal nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista Internacional.