OPINIÓN

Daniel Arasa: Para comunicar, debes tener algo que ofrecer. Me fascina el “slow journalism”, el “constructive journalism”

por Jordi Picazo Jordi Picazo

Por Jordi Picazo

Enfrentados a una sociedad en transformación, ante el reto del relativismo y la pérdida de la verdad objetiva, el profesor Daniel Arasa propone la «reforestación cultural»: replantear y reafirmar los conceptos esenciales en el tejido social. En esta era nuestra de la comunicación digital acelerada, la estrategia de los comunicadores radica en adaptar contenidos profundos a formatos breves y rápidos. La solución a grandes retos no está solo en combatir las noticias falsas, sino en formar a las personas para discernir la veracidad de la información. Se destacan conceptos como slow journalism y constructive journalism, que promueven una reflexión profunda antes de difundir un mensaje.

—Todo en este mundo es vender. Todo es imagen —venta de la imagen personal, corporativa— al estilo de «El vendedor más grande del mundo» de Og Mandino. En este clásico sobre el arte de vender, descubrimos al final que el vendedor era San Pablo, quien aprendió a vender la fe cristiana al mundo. ¿Qué vende la Iglesia cuando comunica? Porque la Iglesia Católica tiene una clara vocación de comunicadora, recordemos el «Id y predicad» de Jesús de Nazaret, o la letra de la canción espiritual negra, «Go tell it on the mountains»… Dr. Arasa, usted que es consultor del Dicasterio para la Comunicación en el Vaticano, ¿puede darnos algunas pautas sobre cómo hacen esto, en el torbellino de información y entre la bulliciosa multitud de la aldea global en la que vivimos?

—Lo primero que me viene a la mente es una anécdota de san Juan Pablo II, el Papa viajero, que en términos de comunicación ha sido una figura destacada. En uno de esos viajes, un periodista le pregunta: —¿podría decirme en dos palabras qué es la Iglesia?— El santo padre meditó por un momento la pregunta y respondió —ya que me lo pide en dos palabras, se lo diré con una: salvación.

Es un mensaje muy interesante. Si lo desea, es un mensaje muy espiritual también, pero hay mucho de lo que propone la Iglesia, que tiene que ver con la comunicación. La Iglesia Católica es una institución que sigue la misión que Cristo, su fundador, le dio, ¿verdad? Y es este llamado a una vida de felicidad eterna con Dios.

Por lo tanto, es un mensaje coherente con el objetivo espiritual fundacional, pero eso no significa que solo debamos hablar del más allá, sino que precisamente ese más allá, que es el cielo, la felicidad eterna, debe ser comunicado —y debe ser alcanzado— en esta tierra. Así que, la misión de la Iglesia es sugerir un modelo de vida, un ideal de vida, que nos ayude, en este caso a los creyentes, a llegar a ese fin. Podríamos decir que el tiempo y lo que hacemos son la moneda para ganar esta felicidad eterna. Por ende, la Iglesia se dedica a comerciar, siguiendo esta analogía que considerábamos antes, con este mensaje y lo hace de una forma completamente gratuita.

—¿Cómo se concreta esto en una estrategia?

—Una estrategia debe concretarse en lugares, circunstancias, personas y tiempos. Así que, aunque el objetivo y el mensaje sigan siendo los mismos de siempre, la estrategia de la Iglesia, y de los comunicadores de la Iglesia, primero de la jerarquía pero también de los cristianos de a pie, se va adaptando a los tiempos.

El mensaje que la Iglesia propone es dar sentido a lo que hacemos, cómo tratamos a las personas y por eso en la comunicación en la Iglesia hay toda esta insistencia en la cuestión ética, en la defensa de los principios antropológicos, con el tema de la solidaridad, con el tema de la caridad. Son contenidos que se expresan en una forma muy particular, de respeto por la creación y, principalmente, por las personas.

Lo que me parece muy interesante es que estos temas de solidaridad, caridad, el ser humano y sus problemas, etc. deben ir siempre acompañados de un lenguaje y actitudes muy específicas. En el pontificado de Francisco, por ejemplo, vemos la insistencia en la dimensión de la misericordia, y eso da el tono a la estrategia de comunicación de la Iglesia. Salir, buscar a las personas, la revolución de la ternura; la Iglesia es como un hospital de campaña que ayuda a curar las heridas de las personas, y la Iglesia, por lo tanto, no es una aduana.

Francisco utiliza expresiones muy potentes, que me gustan y que tienen mucho jugo y también mucha fuerza comunicativa. Así, pienso que el tema del lenguaje y las actitudes son cuestiones fundamentales en la estrategia comunicativa de la Iglesia.

—Hace 33 años Internet no estaba en el mercado, únicamente en esferas de seguridad nacional. Internet nos ha dado más libertad, pero también ha traído consigo al demonio a nuestros hogares, propagándose a través de la trata de personas, la pornografía, el comercio desenfrenado de consumibles y la pérdida de tiempo. El campo que más se ha beneficiado, en mi opinión, es el de las comunicaciones: la comunicación libera, reduce la pobreza, saca a la gente de prisión, empodera, educa, conecta. «Me das un punto de apoyo y moveré el mundo», decía Arquímedes allá por el año 250 antes de Cristo: ¿somos los comunicadores los “gurús” del mundo actual? ¿podemos llegar a serlo? ¿podemos contribuir a curar el mundo, las personas?

—Creo que es muy interesante este último punto que menciona, y yo ya había hecho referencia a él: el trato con las personas. La comunicación, ya sea directa o mediada, personal, a través de los medios o de la Internet, siempre es comunicación entre personas. Ese es un concepto esencial. El propósito de la comunicación no es el hecho de comunicar per se, o hablar por hablar. Si comunicamos algo es porque queremos ayudar, mejorar, y en esencia, servir a los demás, para construir conjuntamente. Y creo que esta es una cuestión todos debemos plantearnos, en todos los trabajos pero en particular y debido a la influencia que ejercemos, en el ámbito de la comunicación: ¿esto que quiero comunicar, por qué lo comunico? ¿Cuál es el fin último? ¿Quizás es para un enriquecimiento personal? ¿Tiene un deseo de construir, de ayudar?

Me parece que hay un problema muy grande hoy, con el mundo del Internet y las grandes plataformas digitales —y toda la comercialización que hay detrás de la construcción de algoritmos. Vemos cómo el objetivo de la comunicación a menudo no es la persona, sino más bien enriquecerse a través de las personas. La persona se convierte así en un instrumento.

Otra cosa que los comunicadores podemos hacer es ayudar a tener un sentido crítico de lo que se lee, especialmente con la avalancha de contenidos al alcance de todos, particularmente en el mundo de las redes sociales. Ahora enfrentamos la problemática de las cámaras-eco, bien conocida, de la gente que solo escucha a quienes piensan como ellos. Esto crea una falta de diálogo. Nosotros, los comunicadores de la Iglesia, aún más —pero es válido para todos los comunicadores institucionales— debemos ayudar a abrir el camino al diálogo respetuoso. Tenemos que escuchar a quienes piensan diferente a nosotros. Aquí es importante recordar el viejo dicho que el Papa Francisco mencionó en algún momento, que tenemos dos oídos y dos ojos, pero solo una boca, y esto nos recordaría que debemos observar y escuchar el doble de lo que hablamos. También su expresión de practicar el apostolado de la escucha, y esto se vincula con su mensaje mundialmente conocido de ir a las periferias, no solo físicas como algunos pensarían, sino espirituales: porque quizás un rico está sufriendo internamente una situación de penuria espiritual y relacional. Y necesitamos ayudarlo a sanar.

Esto lleva a aceptar la crítica, lleva a perdonar, lleva a rectificar, ¿verdad? La famosa rendición de cuentas de la que tanto se habla, creo que es una materialización muy clara de lo que todos debemos hacer en nuestro entorno, pero ciertamente aún más los comunicadores.

Añadiría aún otro concepto que me parece muy interesante. No es un concepto mío, lo tomé del profesor Contreras de mi Universidad, en el contexto de la comunicación cristiana y eclesiástica: trabajo muy importante es el trabajo hacia una reforestación cultural. La sociedad actual es como una montaña —es la comparación que hace este autor— donde están plantados varios árboles que la sostienen con sus raíces. Estos árboles —que son los conceptos antropológicos fundamentales de la sociedad— han sido cortados y la montaña cae. Esto es lo que ha pasado en el último siglo con el relativismo y la pérdida del sentido de la verdad objetiva. Esto ha llevado también a una pérdida de definición de conceptos básicos como familia, amor, persona, hombre, mujer.

Diría entonces que parte de nuestro trabajo es esta reforestación cultural. Con nuestra comunicación y el debate que aportan a la sociedad y la cultura, buscamos recuperar estos conceptos que se han perdido y que son los que nos ayudan a dialogar entre nosotros sobre asuntos que conciernen a la persona humana. Por lo tanto, parte de la tarea que tenemos los comunicadores será ayudar en la reforestación cultural de la sociedad.

—Esto enlaza con la pregunta que le hacía el político [Pilatos] al Hijo del Hombre, ¿qué es la verdad? Usted asesora una institución que fue fundada hace veinte siglos. ¿Cuál es el papel de la creatividad a la hora de comunicar su mensaje a su público? Entiendo que, debido al llamado que recibió la Iglesia Católica de su Fundador, su público son ocho mil millones de almas… Ya explicaba Juan Pablo II que la «nueva evangelización» que él proponía no era comenzar desde cero. Es más bien quitar el polvo a lo que ya no vemos porque lo hemos visto tantas veces encima de la mesa que ya es parte del paisaje… creatividad, entonces. Una palabra muy usada por el papa Francisco en los últimos días. ¿Para comunicar la Verdad?

—La creatividad siempre ha sido crucial, porque hoy en día en el mundo de la comunicación —que es una jungla con mensajes que vienen de todas partes y direcciones constantemente— no es fácil ser escuchado. Por lo tanto, si alguien quiere ser escuchado debe ser diferente, original en algún aspecto, ofrecer algo que llame la atención y que al mismo tiempo sea útil y beneficie a las personas.

Hay un elemento muy característico y que es aplicable no solo al mundo de la Iglesia, se puede aplicar a la comunicación en general. Hablo del tema del storytelling. Hoy día, transmitir un mensaje es, sobre todo, contar historias. Ya sean historias de ficción como en el cine o series de televisión, testimonios, anécdotas, o en el ámbito de la animación como todo lo relacionado con los mangas japoneses que tienen un gran impacto, o los videojuegos. ¡Hay tantas maneras de comunicar! Cada uno debe encontrar la suya.

A veces pensamos que la creatividad en el mundo de la comunicación sólo la tienen los genios. Cuando pensamos en los grandes genios de la historia, tal vez imaginamos a una científica que tuvo ideas brillantes porque era creativa. Ciertamente, muchas de estas personas tienen un don especial para la creatividad. Pero creo que la creatividad que se nos pide proviene principalmente del trabajo diario y ordinario. Una persona, grupo, empresa, organización, buscan la mejor manera de transmitir un mensaje, se esfuerzan y encuentran canales, y descubren lenguajes. Como continuamente experimentamos, es el trabajo diario lo que te da la clave en esa comunicación creativa y que es simplemente el resultado de un esfuerzo continuado.

Por todo esto, creo que existe una herramienta esencial que nos lleva a la dimensión formativa del comunicador. Cualquier persona, para comunicar debe tener algo dentro que ofrecer. Obviamente, en el ámbito de la comunicación en la Iglesia, ese comunicador debe tener un conocimiento del mensaje que la Iglesia propone. Y además, todos los elementos culturales y contextuales serán igualmente esenciales.

Por lo dicho, la formación humanística es sumamente importante para un comunicador. La lectura de los clásicos para mí es hoy día la formación más relevante para un comunicador, mucho más que el conocimiento de las nuevas tecnologías, que por supuesto también es necesario. Pero la formación cultural ayuda mucho. Escuchar, también, decíamos. Cuando se entienden los problemas es cuando se pueden comunicar y sugerir soluciones.

A esto añadiría que como parte de la estrategia comunicativa, aprender de los demás es también parte de esa creatividad: Ser conscientes de que nosotros no podemos tener toda la verdad acerca de todas las cosas, ni podemos creer que tenemos todas las respuestas. Y con esto paso a contestarle la pregunta de qué es la verdad. Hay muchas personas, hay muchas instituciones que hacen cosas increíbles, y muy bien hechas. Debemos aprender a copiar, en el buen sentido de la palabra, aprender de las cosas buenas que hacen otros para aplicarlas a nuestra realidad. La Iglesia, como todas las instituciones, debe aprender de lo que se ha hecho en el pasado. La Iglesia tiene una tradición de dos mil años de historia, que en el ámbito de comunicación es amplísima. Pensemos en toda la catequesis, los padres de la Iglesia, el gran patrimonio artístico, las historias de los santos… Por lo tanto, vemos que la comunicación eclesial y la comunicación de inspiración cristiana tienen fuentes fantásticas de donde beber, pero debe hacerse con un lenguaje actual y utilizando los canales y la tecnología actuales. Las formas cambian, pero el mensaje es siempre el mismo.

La estrategia radica en saber incorporar todos estos contenidos encontrando la manera de re-transmitirlos en coherencia con la demanda actual. Ahora no tenemos el tiempo que teníamos antes para comunicar. Si antes sabíamos que teníamos 20 minutos para una homilía, ahora debemos comunicar las mismas cosas con un tweet, una imagen de Instagram o un video de TikTok. Ahí entra la creatividad.

—Quiero preguntarle ahora sobre dos peligros, las fake news y los silencios culpables, para proteger a las instituciones antes que a las personas.

—Las fake news han existido siempre. Siempre ha habido bulos, noticias falsas, y su penetración en las redes sociales y en el discurso y la conversación humana ha hecho que el fenómeno se multiplique.

El problema comunicativo no radica tanto en las fake news en sí mismas sino en la mente de las personas que las reciben. De esto deducimos nuevamente la importancia de la formación de las personas que escuchan estos mensajes. Ahora es necesario estar aún más alertas. La forma de estar más alertas es construyendo una estructura mental e intelectual bien fundamentada y robusta.

Me fascinan las expresiones slow journalism y constructive journalism, que son dos tendencias periodísticas, principalmente anglosajonas, pero que se han extendido por otros países. Son esos periodistas que superan el problema de las «noticias de última hora», que a menudo llevan a confusiones, especialmente porque las fuentes vienen condicionadas o parcializadas. En cambio, las slow news y el periodismo contrastivo ayudan a reflexionar, pensar y meditar sobre los hechos en un contexto. Creo que constituyen una herramienta excelente, aplicable no sólo al periodismo, sino también a la comunicación institucional: esa necesidad de reflexionar antes de hablar.

Esto es también una crítica a los silencios institucionales, podríamos decir, ¿verdad?, que usted mencionaba. Silencios que resultan ser culpables, en este caso aplicables a la Iglesia, como seguramente lo serían en otros sectores. No se puede ocultar que una parte de la Iglesia como institución ha cometido muchos errores, no hablando cuando debía o no siendo transparentes con muchos de los problemas internos que enfrentamos. Este silencio ha causado mucho daño y seguirá haciéndolo durante mucho tiempo, porque aunque se pueden ocultar ciertas cosas, al descubrirse, las heridas perdurarán por años. Considero que se está enfrentando con mucho coraje y valentía, aunque aún se debe hacer más, con mayor claridad. El problema principal era que existía un interés en defender la imagen de la institución más que a la persona. Si hemos dicho que nuestro objetivo en la Iglesia, en primer lugar, es servir a la persona, comunicando su prevalencia sobre todas las demás realidades, se había invertido el orden. Se valoró más la imagen que a la persona misma. Lo importante es la persona, no la imagen institucional. Y eso nos lleva a ser transparentes, sabiendo que es un tema que ha mejorado considerablemente, con prudencia pues la transparencia no es contarle todo a todos. Cualquier persona que trabaje en una institución lo entenderá: ser transparente es rendir cuentas a quienes beneficia saber las cosas. Pero, en cualquier caso, lo que no se debe hacer es esconder el mal.

Por lo tanto, hay que hablar de las cosas que no funcionan. Es necesario poner fin a los silencios, aunque lógicamente están ligados a las personas. Siempre habrá individuos que cometan errores. Hay, sin embargo, mecanismos y procedimientos para evitar que estas situaciones ocurran. Creo que con el tema de los abusos se está manejando muy bien. Claro está, existen otros ámbitos, como el de la transparencia financiera, un problema que la Iglesia está comenzando a enfrentar al igual que otras instituciones. Pero la Iglesia podría convertirse —especialmente con el tema de los abusos y tras limpiar su propia casa— en modelo de cómo abordar un asunto tan dramático y de gran relevancia pública para muchas instituciones.