El liderazgo y la innovación van de la mano. La razón es que alcanzar el nivel óptimo en innovación depende, fundamentalmente, de la calidad del liderazgo: mientras las empresas cuenten con líderes fuertes y decididos, la innovación fluye mejor, lo que les permite ejecutar proyectos exitosos y hacerse más competitivas y rentables.

Así que una cultura que propicie la innovación no solo es buena para los resultados de la empresa, también es altamente valorada tanto por los líderes como por los empleados.

De hecho, a las culturas innovadoras suelen describirlas como muy divertidas, caracterizadas por la tolerancia al fracaso y la voluntad de experimentar. También se les considera psicológicamente seguras, altamente colaborativas y no jerárquicas, al tiempo que las investigaciones sugieren que estos comportamientos se traducen en un mejor rendimiento innovador.

Sin embargo, no todo es tan idílico como suena. Para empezar, como bien señala Gary P. Pisano, profesor de administración de negocios, “a pesar de que las culturas innovadoras son deseables y de que la mayoría de los líderes afirman entender lo que implican, son difíciles de crear y mantener”.

A su juicio, lo anterior resulta “desconcertante”. “¿Cómo pueden ser tan difíciles de implementar prácticas aparentemente tan adoradas en todo el mundo, incluso divertidas?”, se pregunta. En su análisis The Hard Truth About Innovative Cultures, responde a tal interrogante mostrando la otra cara de la moneda.

“Creo que la razón es que las culturas innovadoras se malinterpretan. Los comportamientos fáciles que llaman tanto la atención son solo una cara de la moneda. Deben estar contrarrestados por algunos comportamientos más duros y, francamente, menos divertidos”, responde Pisano.

Es así como sostiene que la tolerancia al fracaso requiere una intolerancia a la incompetencia; la voluntad de experimentar requiere una disciplina rigurosa; la seguridad psicológica requiere consuelo con una franqueza brutal; la colaboración debe equilibrarse con la responsabilidad individual; y lo plano o sonso requiere un liderazgo fuerte.

Tras tal reflexión, concluye que las culturas innovadoras son paradójicas. “A menos que las tensiones creadas por esta paradoja se gestionen con cuidado, los intentos de crear una cultura innovadora fracasarán”.

Lo que es un hecho es que las culturas innovadoras no son todo diversión y juegos. Crear una cultura de este tipo requiere de acciones específicas por parte de los líderes y compromiso por parte de los empleados.

Primero, los líderes deben ser muy transparentes en cuanto a las realidades más difíciles de las culturas innovadoras. “A mucha gente le entusiasmará tener más libertad para experimentar, fallar, colaborar, alzar la voz y tomar decisiones, pero también tienen que reconocer que estas libertades conllevan responsabilidades difíciles. Es mejor ser sincero desde el principio que correr el riesgo de fomentar el cinismo más adelante, cuando las reglas parezcan cambiar a mitad de camino”, indica Pisano.

En segundo lugar, los líderes deben reconocer que no hay atajos para crear una cultura innovadora y, por último, dado que estas culturas pueden ser inestables y la tensión entre las fuerzas de contrapeso puede descontrolarse fácilmente, los líderes deben estar atentos a las señales de exceso en cualquier ámbito e intervenir para restablecer el equilibrio cuando sea necesario.

Este punto Pisano lo ilustra de una manera muy clara: “La tolerancia al fracaso puede fomentar la holgura y la creación de excusas, pero demasiada intolerancia ante la incompetencia puede crear miedo a correr riesgos. Ninguno de estos extremos ayuda. Si se lleva demasiado lejos, la voluntad de experimentar puede convertirse en un permiso para correr riesgos mal concebidos, y una disciplina demasiado estricta puede aplastar ideas buenas, pero mal formadas”.

De manera que las empresas, sus líderes y trabajadores están ante un gran desafío: crear culturas innovadoras “divertidas”, pero donde prevalezcan normas claras.


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