OPINIÓN

Cultivar el civismo activo

por Lidis Méndez Lidis Méndez

Uno de los ejemplos más notables de civismo activo en un contexto dictatorial es el movimiento Solidaridad en Polonia, liderado por Lech Walesa en la década de los ochenta

En países donde se han erosionado las libertades civiles y los derechos humanos es estratégico cultivar el civismo activo en la sociedad para fomentar y mantener los valores democráticos, con el objetivo de desafiar los conatos autoritarios apenas aparezcan en la esfera pública.

El civismo activo es la participación consciente y comprometida de los ciudadanos en los asuntos públicos, con el fin de promover el bien común y fortalecer la defensa de los valores humanos universales y en consecuencia, los principios democráticos. Esto implica la capacidad de los individuos para involucrarse asertivamente en la vida política, social y económica de su país, ya sea a través de la educación cívica, la protesta pacífica, el activismo comunitario, la legítima defensa o el derecho a votar. Para que el civismo activo sea efectivo es necesario que los ciudadanos comprendan sus derechos y responsabilidades, que tengan acceso a información veraz y que puedan participar sin miedo a represalias.

En países donde prevalecen regímenes autocráticos, dictatoriales o tiránicos, el civismo activo enfrenta múltiples obstáculos debido a la represión de la libertad de expresión, el control sobre los medios de comunicación, la persecución y la censura, porque limitan la capacidad de los ciudadanos para acceder a información precisa y para organizarse.

Las leyes represivas, la criminalización del disenso y el uso de la violencia por parte del Estado disuaden a los ciudadanos de participar en actividades que cuestionen al gobierno. Además, la fragmentación social y la propaganda estatal pueden debilitar el sentido de unidad entre los ciudadanos, dificultando la movilización masiva de manera sostenida a favor de la democracia.

Sin embargo, incluso en estos contextos adversos, el civismo activo ha sido un catalizador de cambio en múltiples ocasiones. Los ejemplos históricos muestran que, con organización, liderazgo y estrategias inteligentes, los movimientos cívicos pueden desafiar la adversidad y eventualmente propiciar una transición hacia sistemas más democráticos.

Uno de los ejemplos más notables de civismo activo en un contexto dictatorial es el movimiento Solidaridad en Polonia, durante la década de 1980. Bajo el régimen comunista, los trabajadores polacos lideraron un movimiento sindical independiente que no solo luchaba por mejores condiciones laborales, sino que también abogaba por reformas democráticas. A través de huelgas pacíficas, organización comunitaria y presión internacional, Solidaridad logró galvanizar a gran parte de la población polaca en una lucha no violenta contra el gobierno autoritario. Eventualmente, este movimiento jugó un papel clave en la caída del comunismo en Polonia y la transición hacia un sistema democrático en 1989.

En Suráfrica, el régimen del apartheid impuso una dictadura racial durante gran parte del siglo XX, segregando a la población negra y suprimiendo sus derechos. El civismo activo, impulsado por figuras como Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano (ANC), utilizó tanto la resistencia pacífica como la movilización popular para desafiar este régimen opresivo. Las protestas masivas, las campañas internacionales de boicot y el trabajo incansable de activistas comprometidos con los derechos humanos erosionaron el control del apartheid, lo que culminó en la liberación de Mandela en 1990, después de casi tres décadas en prisión y la instauración de una democracia multirracial en 1994.

En Chile, el régimen de Augusto Pinochet gobernó con mano dura desde 1973 hasta 1990. Durante casi dos décadas, la represión fue la norma, y el miedo disuadió a muchos ciudadanos de expresar su descontento. Sin embargo, el plebiscito de 1988, que permitió al pueblo decidir si Pinochet seguiría en el poder, se convirtió en una plataforma de civismo activo. La campaña del «No», liderada por una coalición de fuerzas democráticas, utilizó medios pacíficos y una inteligente campaña de concienciación para movilizar a millones de chilenos. Contra todo pronóstico, la campaña logró un triunfo que puso fin a la dictadura y abrió las puertas para una transición democrática.

Como puede verificarse en los ejemplos anteriores, cultivar el civismo en la sociedad es un proceso lento, requiere del acceso a una educación cívica que informe a los ciudadanos sobre sus derechos y deberes para crear una base sólida y funcional de cara al futuro.  Las organizaciones de la sociedad civil, las universidades, las ONG, pueden servirse de las plataformas digitales y desempeñar un papel esencial en la difusión de este conocimiento.

Actualmente la tecnología y las redes sociales han demostrado ser herramientas poderosas para movilizar el civismo activo. Plataformas como X, Facebook, Instagram, WhatsApp, Telegram y TikTok, entre otras, son vías de información (y desinformación) que deben usarse con responsabilidad y conciencia. Los movimientos de la Primavera Árabe, por ejemplo, utilizaron estas plataformas para coordinar sus esfuerzos en países con estrictos controles mediáticos, de forma creativa y constructiva.

La historia demuestra que el civismo activo es una herramienta poderosa para desafiar la opresión y fortalecer los valores democráticos, incluso en las circunstancias más adversas. No obstante, también es importante destacar que el éxito de estos movimientos depende de la unidad, la estrategia y el compromiso a largo plazo de la sociedad para construir vías alternativas que promuevan un verdadero cambio político y asegurar un futuro más justo y democrático.

X: @lidismendez369