Cuando el presidente, el Congreso y la Corte Suprema de Estados Unidos andan alborotados al mismo tiempo, el tema en discusión suele ser una crisis mundial o, como mínimo, el impuesto sobre la renta. Hoy la gran preocupación son los videos con gatos que bailan. En su primer día de regreso a la Casa Blanca, Donald Trump se enfrentó a la Corte y el Congreso firmando una orden ejecutiva por la que suspendió la prohibición de TikTok en Estados Unidos, lo que le valió el aplauso de la empresa china. La medida es un alivio para los creadores de contenidos en TikTok, ya que muchos han advertido de que prohibir la plataforma (o forzar su venta a una empresa estadounidense) sería un golpe devastador para ellos. Yo lo llamo el TikTokalipsis.
Pero quienes albergan estos temores no comprenden los riesgos de seguridad de la aplicación ni la resiliencia de los creadores y de las plataformas de Internet. Los usuarios de TikTok (que incluyen 170 millones en Estados Unidos) pasan en la aplicación una media de 90 minutos al día (más tiempo del que los estadounidenses dedican a comer y beber). Con esto, China ha conseguido una herramienta de vigilancia que ya hubieran soñado tener Iósif Stalin y Ernst Blofeld.
China ya practica el espionaje a escala industrial. El 14 de enero, el FBI anunció que malware de Mustang Panda (un grupo de hackers respaldado por el gobierno chino) había infectado miles de computadoras y robado información de seguridad delicada.
El año pasado, el FBI reveló una campaña china que parece sacada de una película de espías: agentes chinos se habían infiltrado en redes de infraestructura estadounidenses críticas, y si el gobierno estadounidense no hubiera intervenido, habrían sido capaces de dejar fuera de servicio una amplia variedad de sistemas, desde la provisión de agua potable hasta los gasoductos y el control del tráfico aéreo. En un testimonio escalofriante ante el Congreso, el exdirector del FBI Christopher Wray (designado por Trump en su primer mandato) afirmó que «los hackers chinos están posicionándose en la infraestructura estadounidense […] para sembrar el caos y causar daños reales a los ciudadanos y comunidades de Estados Unidos, si China decide, o cuando decida, que ha llegado el momento de atacar».
Aunque algunos de los intentos de espionaje de China puedan parecer ridículos (piénsese en la gran cacería de globos de 2023), el presidente chino Xi Jinping ha dejado en claro que busca la hegemonía mediante una «guerra sin humo». Por eso hay que tomarse en serio el riesgo de TikTok. En un intento de calmar las inquietudes, ByteDance (la empresa matriz de TikTok) prometió almacenar los datos de los usuarios estadounidenses en servidores de otras empresas dentro de Estados Unidos, pero se han filtrado grabaciones de reuniones internas de la empresa que muestran que ingenieros de la aplicación han accedido una y otra vez desde China a información que incluye desde datos de ubicación hasta historiales de navegación. Cuando para 39% de los estadounidenses de entre 18 y 29 años (incluidos militares y funcionarios) TikTok es una fuente habitual de noticias, ya no estamos hablando de adolescentes que bailan y sugerencias de maquillaje.
Además, el algoritmo de TikTok no sólo vigila a los estadounidenses, sino que también influye en el debate político. Una investigación de la Alliance for Securing Democracy descubrió que a menudo la aplicación no etiqueta correctamente las publicaciones de medios bajo control estatal; esto permite la proliferación de propaganda estatal rusa en temas tan cruciales como la guerra en Ucrania. Y se ha descubierto que el algoritmo de búsqueda de TikTok muestra menos contenido contrario a China que otras plataformas cuando se ingresan términos de búsqueda como «Tiananmen», «Tíbet» y «uigur». Durante el reciente conflicto entre Israel y Hamás en Gaza, TikTok se llenó de videos a favor de Hamás.
Estados Unidos tiene una larga y fundada historia de protegerse contra la propiedad extranjera de medios de comunicación importantes, que se remonta a la Ley de Comunicaciones de 1934. (Sin mencionar que en tiempos más primitivos, los agentes extranjeros podían terminar alquitranados y emplumados a manos de ciudadanos patriotas).
En vista de las realidades económicas y culturales actuales, obligar a ByteDance a vender TikTok a propietarios estadounidenses no es el apocalipsis digital que los creadores temen. Para empezar, tienen a su disposición muchas otras plataformas donde encontrar audiencias, e incluso pueden publicar contenidos en el mismo formato de video corto. Por ejemplo, los reels de Instagram llegan a 2.000 millones de usuarios activos al mes, y los shorts de YouTube reciben en conjunto más de 70 000 millones de visualizaciones al día. Además, los creadores digitales son mucho más resilientes que lo que muchos imaginan. Cuando en 2017 cerró Vine, los creadores no desaparecieron, sino que evolucionaron y migraron a otras plataformas.
Dada la ansiedad de Trump por llegar a un acuerdo sobre TikTok, es de prever que ByteDance recibirá ofertas jugosas de empresas estadounidenses. No me sorprendería que TikTok alcance un precio mayor que Spotify (101.000 millones de dólares) y del orden de Netflix y Disney, que valen cientos de miles de millones de dólares.
La economía de la creación de contenidos no se basa en una única aplicación china, sino en innovaciones occidentales que van del iPhone a Internet. Los videos de gatos y los desafíos de baile encontrarán otros escenarios, así como migraron de America’s Funniest Home Videos en la televisión a YouTube y TikTok.
La elección no es entre creatividad y seguridad, sino entre ingenuidad y prudencia. Y eso no es ninguna elección, en tiempos en que los datos son el nuevo plutonio.
Todd G. Buchholz, ex director de política económica de la Casa Blanca durante la presidencia de George Bush (padre) y director gerente del fondo de inversión Tiger, recibió el Premio Allyn Young a la Docencia del Departamento de Economía de Harvard y es autor de New Ideas from Dead Economists (Plume, 2021), The Price of Prosperity (Harper, 2016) y coautor del musical Glory Ride.
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