Para nadie es un secreto que la universidad venezolana ha sido duramente golpeada por el socialismo del siglo XXI. Se le ha hecho cuesta arriba cumplir con la faceta más visible, como es preparar lo mejor que se pueda a las nuevas generaciones con un presupuesto pírrico y en un contexto de forzadas deserciones de profesores y estudiantes. Y la cuesta ha sido más empinada aún con la otra faceta, la menos visible, como es la de promover la investigación y generar nuevos conocimientos, uno de los fundamentales propósitos de toda casa de estudios superiores. Esto tiende a olvidarse, como si la universidad venezolana fuese un simple centro de adiestramiento, además, precario so pretexto. Sin embargo, con todas las limitaciones en un país de las características adquiridas por el nuestro, hay venezolanos que se esfuerzan al máximo y, con no pocos sacrificios, a contracorriente, investigan nuestras realidades y sostienen iniciativas tan importantes como la revista rigurosamente arbitrada del núcleo Táchira de mi queridísima Universidad de los Andes: Aldea Mundo del Centro de Estudios de Fronteras e Integración “Dr. José Manuel Briceño Monzillo” (CEFI).
En su más reciente edición, sin dejarse arredrar, es decir, amilanar, por la pandemia, la revista trata un asunto olvidado, bajo el título, demasiado elocuente, de «Cuestión Esequibo». Como todos sabemos, el tema es vital para los más altos intereses del país. Con las notas de presentación de Francisco Javier Sánchez Chacón y la editorial de Claudio Alberto Briceño Monzón, la revista nos abre un arco interesantísimo y sustancial de trabajos sobre una materia, por cierto, a nuestro juicio, tratada con una cierta ligereza en la opinión pública, pues, hay voces muy serias que indican y argumentan toda la gravedad del problema, al lado de otras temerosas, al extremo, de la censura y represión que, no obstante, lo refieren como si, gratuitamente, ahora estuviésemos compelidos a considerar y hasta actuar en la Corte Internacional de La Haya. Los expertos analistas del discurso podrán advertir que cuidan muy bien de no dejar sentada la responsabilidad del régimen al acobijarse en unos términos muy generosos: se trata de un problema y de una política de Estado. Y lo peor es que, perfectamente, se van de la Asamblea Nacional de 2015 -la cual con todas sus fallas procuró abordar, de manera adecuada, un problema para el cual goza de competencias- a la Asamblea Nacional de 2020 que favorece a Nicolás Maduro como el jefe de una política exterior y de fronteras que no está sujeta a control parlamentario.
Cada uno de los trabajos recogidos en este número especial de Aldea Mundo cuenta con una importancia, calidad y jerarquía académica considerable: “La farsa de París de 1899”, de Manuel Alberto Donís Ríos; “El Esequibo y el parlamento venezolano del siglo XXI”, de Luis Barragán; “Derechos territoriales y ambientales indígenas al sur del Orinoco”, de Vladimir Aguilar Castro; “La dictadura militar y su reivindicación territorial del Esequibo”, de Rajihv Morillo Dáger; “Histrionismo de la reclamación esequiba”, de Claudio Alberto Briceño Monzón; “Cuerpo Esequibo/Cuerpo país”, de Fabiola de Navía Guerrero Gamarra para la sección de Análisis y Documentos; y “El reclamo Esequibo” de Néstor Rojas López para la sección de Reseñas. Particular mención debo hacer de los textos del Dr. Donís Ríos, insigne investigador que ha mantenido académicamente vivo el tema con sus libros; el del diputado Barragán, quien advirtió con antelación los peligros de La Haya, dentro y fuera del parlamento; y el del Dr. Briceño Monzón, relacionado con la sostenida campaña británica que retrató a Venezuela como un país de vocación expansionista decidido a truncar la vida del novel y vecino país.
Resulta inevitable que haga alusión al desempeño que tuve como diputado a la Asamblea Nacional entre 2011 y 2016, porque la reclamación del Esequibo fue parte de mis principales actividades de frecuente bajo perfil, sobre todo porque me tocó también contactar a varios especialistas y activistas que no deseaban tener publicidad alguna, pues temían una posible represalia del régimen. Como se demuestra en uno de los trabajos que compila la meritoria revista de la ULA, en el citado período constitucional se planteó el problema, pero una cosa fue hablar en la cámara las pocas veces que el régimen lo permitió, y muy otra, la de hacer el trabajo de investigación, participar en numerosos foros universitarios, diligenciar infructuosamente el tema en la Comisión de Política Exterior, hasta llegar a la isla de Anacoco e ir más allá del Cuyuní, en un dificilísimo viaje por tierra cuyo regreso fue terrible.
También hubo anécdotas, y permítanme contar una de ellas. Durante mi tiempo en la Asamblea Nacional suscribí también un proyecto de Ley de Estadidad del Esequibo que consignamos debidamente por la secretaría de la AN. Además de consignarlo en la presidencia del Parlamento y las comisiones de Política Exterior, Política Interior y Defensa, lo hicimos con los ministerios de Relaciones Exteriores y de Defensa. Igualmente, nos fuimos Luis Barragán y mi persona a tratar de consignarlo en la taquilla de la presidencia de la República del Palacio de Miraflores. Había numerosas taquillas para atender peticiones de vivienda, ayudas económicas, medicamentos, etc., pero ninguna que recibiera la comunicación de dos diputados de la República. Llamaron al oficial de turno de la Guardia de Honor y también quedó extrañado porque no acostumbraban a ese tipo de correspondencia. Por fin, nos recibieron la comunicación y el anexo dejando constancia del planteamiento del proyecto de ley, pero a los quince minutos aparecieron unos motorizados civiles muy raros y comenzaron a insultarnos porque se regó que dos diputados de la oposición estaban en el sitio, de modo que salimos rápido, tomando Luis por un lado y yo, por el otro.
Este tema que para muchos ha dejado de ser importante, por la misma situación país, ha sido tocado de manera impecable por los académicos de la ULA. Mi memoria, así como la memoria de muchos otros, no me deja olvidar que ese territorio fue nuestro, en algún momento. Aunque, en algunos mapas, hasta ha dejado de pertenecer a Venezuela y entró como zona en reclamación, esta zona venezolana refleja nuestro sentir por nuestro territorio. El deseo por ser completos, libres y soberanos desde dentro del país. Este trabajo de insistir, resistir y persistir debe reflejar también nuestro compromiso por la recuperación de la zona del Esequibo, sin dejar a un lado la búsqueda del cambio político que tanto añoramos.
@freddyamarcano