OPINIÓN

Cuestión de tiempo

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes
Maiquetía

Foto: @ObservatorioFN

Dos noticias llaman mi atención en esta semana de patriótico y festivo inicio. Una, inserta en el portal sureño Infobae, da cuenta de los ascensos dispensados, en retribución a su adulación y fidelidad, a oficiales ansiosos de meter sus manos y sus botas en el Arco Minero, los despojos de Pdvsa y las sobras del banquete presupuestario: «Maduro implosionó la pirámide militar de Venezuela, ascendiendo a más generales de dos soles que a subalternos del ejército […] cada oficial celebra su acceso a privilegios, pero se aleja de la sana competencia donde anteriormente, con excepciones, prevalecía el mérito…». La otra, publicada en este medio, comunicó la aprobación en primera discusión —única y fugaz, presumo— de la ley del lenguaje con conciencia de género —ennoblecer con mayúsculas tal adefesio es validar el mal decir bolivariano—, sospechosamente precedida de una alocución con motivo del día de la Independencia, durante la cual el okupa miraflorino, Maduro Flores, digo Moro, ignorando las reglas gramaticales, hizo ostentación de la jerigonza inclusiva al término de la misma y, para, cerrar con «broche de oro», cual dicta la cursilería en boga, dijo: «Ese es el compromiso de todas, todos y todes». Según dictamina juiciosamente la Real Academia Española (RAE), el uso de la «e» para sustituir a la «a» y a la «o» como terminaciones, es innecesario y «ajeno a la morfología del idioma español». En ambas informaciones se detecta a leguas la pérdida de tiempo. En la primera, el consumido a la espera del ascenso negado; en la segunda, el empleado en la justificación del fútil y triste rol de comparsas del ejecutivo de diputados, diputadas… ¡y diputades! A estas alturas convendría preguntar: ¿qué es el tiempo? La filosofía y la física aventuran especulaciones existenciales y aproximaciones teóricas, a la cuestión. San Agustín hubiese respondido: «Si nadie me lo pregunta, lo sé; mas si debiese explicarlo a alguien, no sabría cómo hacerlo». A juicio de Pitágoras, así nos lo hizo saber Plutarco, «el tiempo es el alma del mundo».

¿Compartiría esos doctos pareceres un sentenciado a muerte aguardando su turno al bate? A quienes son conducidos al cadalso, fabulan escritores y cineastas, se les amplifica la memoria y antes de saldar sus deudas con la vida, ven transcurrir ante sus ojos y en aceleradas secuencias su existencia toda. Posible, pero improbable. Llegado el momento de la cita con la horca, la guillotina, la silla eléctrica, el garrote vil o el pelotón de fusilamiento ―los 5 más eficaces métodos de ejecución ideados por la (in)justicia humana o (in)humana justicia―, el condenado recapitularía su trayectoria vital, y, de esta suerte, en un instante viviría infinitas veces al borde de la muerte. Esta paradoja probaría la relatividad del tiempo, pero solo el ánima en pena de un ajusticiado podría certificar la validez de semejante hipótesis; apelo, pues, al sueño, «segunda vida» exaltada por Gérard de Nerval, donde «se desprenden de las sombras de la noche pálidas figuras gravemente inmóviles» y todo ocurre en un santiamén. «Cinco minutos bastan para soñar toda una vida. Así de relativo es el tiempo», sentenció el poeta uruguayo Mario Benedetti. Jorge Luis Borges ensayó una erudita y hermosa refutación del tiempo ―«débil artificio de un argentino extraviado en la metafísica»― y cuestionó su homogeneidad: «si el tiempo es un proceso mental ¿cómo pueden compartirlo millares de hombres, o aun dos hombres distintos». Albert Einstein, distanciado del hermético lenguaje de la física y las matemáticas, explicaba a los legos, con asombrosa sencillez, la noción de relatividad: «Una hora sentado con una chica guapa en el banco de un parque pasa como un minuto, pero un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una hora». Abandono a los sabios y cambio de canal y, a fin de poner pies en tierra, enciendo la caja tonta.

Resultado de una exitosa apuesta de Netflix, la serie alemana Dark motivó abundantes y a veces desmedidos encomios de la crítica, a lo largo de sus tres temporadas (diciembre de 2017-junio de 2020) —en el ranking de la Internet Movie Database, IMDb, figura con 8.8 puntos, sobre un máximo de 10 —. Oscuro, literalmente oscuro, cual su nombre, y estructuralmente complejo, el serial explora, en clave de suspense y ficción seudocientífica, aderezada con misticismo, «las implicaciones existenciales del tiempo y sus efectos sobre la naturaleza humana». Algunos episodios prodigan alusiones a la «partícula de Dios» o bosón de Higgs, y a una visión circular del tiempo basada en el mito del eterno retorno. A pesar de tan abstrusas referencias, la serie en su totalidad y en especial su tercera parte, concitó también el contagioso entusiasmo de la teleaudiencia. Al hilo argumental, desaparición de varios niños y las tensiones propias de la doble vida de cuatro familias en la ficticia ciudad de Winden, se sobrepone lo atinente al reino de Cronos, y el interés y la curiosidad del público se centran en los «viajeros del tiempo» y en Sic Mundis, y en Erit Lux, sectas en pugna por la supervivencia de una imaginaria localidad germana y la desaparición de la mayoría de sus habitantes, aquella, en atención a una contundente  premisa: «El tiempo es todo; en definitiva, es Dios».

El chavismo y su ominosa secuela, el madurismo, no necesitaron apoyarse en fatalismos cuánticos a objeto de desperdiciar más de dos décadas de vida nacional. Para algunas culturas, la china o la suiza, verbigracia, el tiempo es un bien a ser administrado con criterio de austeridad: cada instante debe ser creativo, productivo o disfrutado, pues, desde el punto de vista de la satisfacción material, son prioritarios el aquí y el ahora. Para el socialismo, pareciera ser un estorbo y, por ello lo dejan transcurrir como si nada, no en razón de una manera de ser afincada en ancestrales costumbres, sino de un condicionamiento moldeado desde un ejercicio gubernamental, en el cual retardos, prórrogas, atrasos, demoras y aplazamientos y postergaciones son moneda corriente. La morosidad, en tanto fundamento de la gerencia pública, podría ser tema de estudio en un posgrado de derecho administrativo: la lentitud en las ejecutorias gubernamentales es, ya lo insinuamos, una manera irresponsable de despilfarrar el tiempo, una forma de dispendio y malversación de un capital virtual, pero invalorable, pues una vez malgastado es imposible su recuperación. Al régimen, el corto plazo y la urgencia solo le interesan cuando convoca a elecciones; el tiempo ajeno poco o nada le importa. Lo demuestra a diario con su incesante encadenamiento y un discurso difícilmente calificable de vacío porque, Rafael Cadenas dixit, «llamar vacío su discurso ofende al vacío». El tiempo en la Venezuela roja no nos pertenece; tales centenares de espacios y empresas nos ha sido confiscado; y, aunque parezca contradictorio, el tiempo expropiado a los venezolanos es tiempo ganado por la dictamaduro.

Cuántos días, semanas o meses ha de aguantar pacientemente el ciudadano corriente y doliente a fin de ser inmunizados contra la covid-19 y sus variantes con una vacuna decente, y no una improvisación rumbera en fase de ensayo… ¿y de error? O de terror. No lo sabemos y lo recomendable es no abrigar expectativas, porque a la larga podemos irnos de bruces. En un diálogo de la comentada serie Dark, escuchamos a un personaje decir: «Ten esperanzas, pero no expectativas. Quizá así consigas un milagro y no una decepción». A este consejo debería prestar oídos quienes culpan a Juan Guaidó de la debacle de la oposición y pierden su tiempo en banales cuestionamientos a una gestión imperfecta, pero capaz de conquistar apoyos y simpatías internacionales a una escala sin precedentes en los 21 o 22 años de oposición a esa aberración histórica y extemporánea llamada eufemísticamente socialismo del siglo XXI. No perdieron su día de la independencia quienes hicieron acto de presencia en los congresos regionales para respaldar el Acuerdo de Salvación Nacional. Yo acudí a uno, y, a pesar de no ambicionar embarcarme en la nave electoral, respaldo y celebro la iniciativa unitaria. Apoyarla no es perder el tiempo. Tampoco lo es recordar al santo de hoy, Abundio, quien organizó una carrera para él solo y llegó de segundo, y aplaudir a los hackers del aeropuerto de Maiquetía, ¡hurra por ellos!