En la Venezuela de la tragedia continuada y agravada de este tiempo no es fácil pronunciarse tratando de tomar en cuenta un ángulo de esperanza.
Y me refiero, claro está, a plantear las cosas sin edulcorarlas, y al mismo tiempo no ser un turbomotor del desaliento.
Un país sumido en el desaliento es un país esclavizado. Muchísimo de eso hay en la nación venezolana.
Esa realidad no se puede soslayar y, en especial, no se puede subestimar. El continuismo de la hegemonía, protectorado del régimen cubano, entre otros, tiene un fundamento muy importante en el desaliento social y la resignación política.
¿Que si hay motivos para ello? No hay duda de que sí. Comenzando por el zigzageo de gran parte de los voceros «opositores», lo que se aviene con la naturaleza despótica y depredadora de la hegemonía.
Tal zigzageo, por cierto, es en algunos casos por falta de visión, y en otros por apetencias materiales. Es indispensable una conexión sólida entre el rechazo social a Maduro y los suyos, y una conducción política representativa y eficaz.
La lucha por conseguirlo, por ejemplo, puede ser una ventana de esperanza. O puede ser una mera ilusión, al menos a plazo cercano.
Hay que luchar para que sea lo primero. Y debe plantearse sin descanso. A veces cuesta pero es necesario.
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