Escribo esta columna hoy domingo 10 de septiembre de 2023 cruzando artículos, informes, leyendo reportes, indicadores y opiniones diversas en torno a Venezuela, a su economía y fundamentalmente a la situación de los venezolanos. No requerimos ser estadísticos o con títulos de doctorado para determinar que en líneas generales la situación del país y de los venezolanos es regresiva, compleja y precaria, por decir lo menos.
No escribo en clave apocalíptica más si crítica al evaluar los retrocesos que hemos venido registrando y experimentando y que explican no sólo uno de los mayores éxodos y diásporas en la historia a nivel mundial, sino, además, explican el largo catálogo de situaciones, estados y patologías que los venezolanos estamos registrando a diario asociadas a cuadros de ansiedad, depresión, alcoholismo, suicidios y demás.
No tenemos registros ni antecedentes cercanos de una crisis con las aristas que tiene la situación de Venezuela y se ramifica en lo económico, social, jurídico, colectivo e individual. Paradójicamente un país y sociedad con tantos recursos naturales, económicos, estratégicos, energéticos e ingresos y que registra indicadores regresivos en términos de alimentación, salubridad, servicios públicos, acceso a la justicia, corrupción, pobreza, libertades y para usted de contar.
Insisto no hay antecedentes de una situación tan compleja, regresiva y denigrante a la condición humana como la que registra Venezuela en estos años de revolución y del llamado socialismo del siglo XXI. Las condiciones económicas y estructurales actuales de Venezuela conforman la variable explicativa que da cuenta de los diversos retrocesos que estamos experimentado como sociedad y que se expresan en las cifras de enfermedades viejas y reemergentes, crecimiento exponencial del suicidio, aumento de las cifras de éxodo y un amplio catálogo de fenómenos y situaciones que se registran en las calles y avenidas de Venezuela, indigentes, prostitución, drogas, alcoholismo, trata de personas, mendigos y otros.
Venezuela fue un país sinónimo de estabilidad política, económica, social, florecimiento, empleo, crecimiento económico, progreso social y en líneas generales una sociedad inclusiva y de progreso social, tanto así, que en los años 60 y 70 recibimos a cientos de miles de miles extranjeros provenientes de Europa y del resto de América Latina, inmigrantes que vinieron a nuestro país por tantos atractivos no sólo económicos o materiales, sino además, una sociedad pujante, inclusiva y entusiasta, una economía estable y en crecimiento que convirtió a Venezuela en un modelo de progreso, en un destino para muchos y en una sociedad con altísimos estándares de calidad de vida asociados a seguridad, educación, salud y demás.
No se trata de mirar a la tercera o la llamada cuarta república o iniciar un contrapunteo con la quinta república, se trata de significar y comprender que el país registró un retroceso abrupto y nuca antes visto, al extremo de producir una crisis humanitaria compleja generalizada donde el común de los venezolanos muere de hambre y desnutrición, o hace el intento por sobrevivir o irse del país.
El gobierno ha sido profundamente indolente e irresponsable al no tomar medidas, al no haber formulado una década atrás un plan de estabilización macroeconómica, formular una política economía viable y consustanciada con una Venezuela que para el momento tenía reservas, exportaba petróleo, tenía ciertos ingresos y capacidades de maniobra para intervenir y con reformas secuenciales comenzar a corregir déficits y distorsiones. Nada de eso se hizo. Y cuando más dinero ingresó por renta petrolera (barril promedio a 100$) más se gastó y además nos endeudaron.
Lo peor es no admitir la gravedad de la crisis actual y que se expresa en los miles de dramas que a diario vemos en nuestras calles, en nuestras escuelas, en los hospitales, en las universidades, en los salarios de hambruna (los peores del mundo). Este gobierno se llevó por los cachos, como decimos en Venezuela, a dos generaciones que hoy no tienen expectativas. El común de jóvenes en Venezuela, incluso profesionales, no tienen esperanza de adquirir no digo una vivienda o un carro, no pueden comprarse un buen colchón, o una cocina, casarse o poder asumir una cesárea en una clínica. Las expectativas de nuestros muchachos no pasan de poder cambiar un celular, pagar la mensualidad del gimnasio, hacerse las uñas o ir al cine y, si ahorra, comerse al salir una hamburguesa.
Estamos frente a una Venezuela, frente a una sociedad desdibujada. Una sociedad donde el valor de estudiar y prepararse se perdió. Es más productivo traer repuestos o pastillas anticonceptivas de Cúcuta que cursar una carrera universitaria. Ni hablar de la corrupción que pareciera se convirtió en una profesión u oficio con grados y niveles a lo largo y ancho de nuestra sociedad. Repito, no escribo en clave apocalíptica, pero sí no puedo ser indiferente a lo que diariamente observo.
La revolución se enquistó y aferró al poder, es parte de su esencia y concepción autoritaria. La oposición, en muchos casos muy parecida al gobierno por su irresponsabilidad, por su liderazgo precario y por no diferenciarse de lo que tanto critica, termina siendo como el propio gobierno: los grandes responsables del deterioro generalizado que tenemos. Esa Venezuela desdibujada es producto de la dirigencia que tenemos en el gobierno y en la oposición.
Recuperar al país, relanzar su economía, ofrecer más sacrificios a los venezolanos con miras a mediano y largo plazo volver a tener una Venezuela no igual pero algo parecida, es una tarea titánica que requiere de decisiones, costos, sacrificios, disciplina, compromisos, lideres, institucionalidad, orden y una sociedad que reconozca sus errores y junto a sus liderazgos comiencen a enmendar y con sus decisiones iniciar un camino distinto y en positivo. Este país hermoso, generoso y plagado de bendiciones no merece junto a los venezolanos lo que estamos registrando en estos años cuesta abajo en la rodada, como dice el tango.