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Cuento chino

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No hay que insistir demasiado en distinguir nuestro minúsculo y leproso proceso “revolucionario” y nuestros precarios empresarios, los que quedan, probos y corruptos, del descomunal movimiento humano que ha sido la revolución china que, sin duda, ha de orientar en buena medida la marcha futura de la especie. Y que tiene en sus haberes horas terribles y crueles y descomunales desarrollos económicos. Al parecer algunos empresarios han utilizado la expresión de modelo chino para designar lo que supuestamente viene ocurriendo en la vida nacional reciente, la supuesta implantación de dos sistemas, un esquema capitalista, liberal, en su economía y una dictadura comunista en la vida política. Enriquézcase cuan rápido pueda y baje la cabeza, si no se la bajamos, en cuanto a sus derechos civiles y humanos. No es cuestión de juzgar tan desmesurada comparación porque este gobierno no es comunista, sino una tiranía bananera y corrupta y nuestras empresas han sido reducidas a su mínima expresión a carajazo limpio.

Al parecer Maduro ha decidido tomar algunas medidas para liberar la economía a punto de fenecer, justo para que no fenezca con él en sus entrañas. Y, por supuesto, hay quienes se quieren guindar de ese clavo, en el fondo de la antipolítica. Nosotros, empresarios, lo que queremos es trabajar, producir para el país, darles empleo a los venezolanos y hacer, además, algún colegio o guardería u hospitalito en las inmediaciones de nuestra sede para atender a los carajitos del pueblo. Allá los políticos y su oficio triste, unos y otros, que no hacen sino pelear y pelear, jalar cada uno para su lado, y poco aportan a la felicidad de la patria, antes por el contrario (esto último dicho aquí entre nos). No le pedimos al gobierno otra cosa que nos deje tranquilos, hacer y deshacer. Que ya no insista en el Estado interventor que nos ha llevado a los límites en que estamos y de paso nos deje acceder a algunos de sus mecanismos, algunos quedan por torcidos que estén, para revitalizar nuestra afectada condición. No todos somos chavistas, aunque los hay. No somos corruptos, aunque pululan ciertamente. Pero hay también gente muy decente que no quiere tergiversar su honorable condición de hombres de trabajo. Como también reconocemos que hay en el gremio no pocos intransigentes que mantienen una visión catastrofista de nuestra economía y han declarado al régimen como incurable, agónico. Allá ellos y su moralismo incurable.

La verdad es que desconocedor de los meandros del capital nacional no sé con precisión quiénes suscribirían estos principios. Y quién no. Pero hay su gente, y por lo visto estamos presenciando cosas muy sorprendentes, venidas de fuentes periodísticas tenidas por muy rigurosas, tan sorprendentes que vale la pena esperar que se decanten. Pero es sabido que toda antipolítica esconde una política, para la ocasión es bastante transparente.

La primera premisa de ella es que Maduro se va a quedar o, dicho de otra manera que Guaidó ya no puede. Y si así fuese la vida continúa. ¿Qué más se puede pedir que esa continuación sea tan promisoria como esa sorpresiva conversión al liberalismo, así sea a las patadas y temible su estabilidad? Fíjense si miramos solo a aquellos que están dispuestos a votar solo las parlamentarias, con algunos retoques comiciales, tienen que considerar forzosamente que queda este año y el otro para la próxima instancia electoral “posible”, el revocatorio. A fortiori si el horizonte es el año 25. Y en dos años, como los anteriores, acabamos de sucumbir. De manera que la base de la propuesta chinesca puede ampliarse. No es que vamos a recuperar el país y cosas de ese tipo bastante utópicas, sino poco a poco mejorar esto aquí o más allá.

Digamos que supone también una interpretación positiva y entusiasta de “la burbuja” que cada día exhibe un nuevo disfraz. Ahora bien, quedan nada menos que las sanciones, las que existen y las que han de venir. Eso es un hueso duro de roer porque Trump no solo las ratifica todos los días sino que promete otras, una cuestión electoral parece. Bueno es un reto, pero los gringos saben cuándo hay que parar, siempre lo han hecho. Del que sí hay que salir y pronto es del tal mantra, o simplemente las elecciones generales. Porque no es que vamos bien, pero sí mejor, cohabitando, negociando, acumulando.

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