No pretenden estas líneas continuar las divagaciones de mi última entrega. El lector encontrará en ellas ineludibles analogías y reiteraciones, pues uno está escribiendo siempre la única crónica factible y recurrente de una realidad inamovible, derivada del empeño de quienes ejercen ilegítima pero efectivamente el poder, de ensayar durante ad nauseam las mismas respuestas a los mismos problemas, esperando una solución distinta. Muchos no vacilarían en calificar de locura semejante obstinación. Y bastante de esa desquiciada porfía o demencial terquedad percibimos en la menguada oposición democrática. No puede entonces la pluma orientarse en dirección diversa. Y aunque durante la semana se escucharon voces llamando a reflotar el Frente Amplio Venezuela Libre, y todavía no se escuchan ecos al reclamo unitario, esperamos suceda lo contrario con la Exhortación pastoral ante la gravísima situación el país de la CXV Asamblea Plenaria del Episcopado Venezolano, hecha pública el pasado domingo. Mientras, dado el entumecimiento de mis facultades adivinatorias e incapacitado para anticipar el próximo 23 de enero, con el pitazo de los obispos como acicate, una jornada de desafío masivo a la cuarentena y a la usurpación, me limitaré a discurrir (sin profundizar en ellas) sobre las artes y ciencias de la mentira.
Es tarea prácticamente imposible ubicar en el tiempo la aparición de las mentiras. Probablemente estas se originaron en la narración oral, concebidas en la imaginación de ancestrales cuentacuentos prestos a enriquecer la relación de menudencias acaecidas en su entorno y escuchadas a encantadores de auditorios similares a él. Quizás la historia, tal se nos enseñó y se continúa enseñando, sea solo una bola de conjeturas y especulaciones puesta a rodar por la pendiente de las especulaciones y haya llegado hasta a nuestros tiempos convertida en un alud de chismes o una avalancha de cuestionables presunciones. La propensión a adulterar la verdad podría ser innata en los humanos o constituir un instintivo mecanismo de defensa desarrollado mediante espontánea emulación en el seno de la familia o la sociedad, cual barruntó un pedagogo español en opinión suya vertida por la periodista Mónica Arrizabalaga en un artículo publicado en el diario madrileño ABC (“Las mentiras de los niños tienen padre y madre”, 21/12/2012). Asombra no cómo, sino cuánto le falta a la verdad. Según expertos del Museo de Ciencias de Londres los hombres mienten un promedio de 3 veces diarias y las mujeres 2 (1.092 y 728 veces al año, respectivamente). La mayoría son «mentiras piadosas», para no herir los sentimientos de una persona; pero, al fin y al cabo, se trata de falsedades.
Los políticos de pane lucrando no suelen ser creyentes, porque engañar, bien lo saben, está expresamente prohibido en casi todas las religiones y así lo estipulan en sus cánones morales los textos de carácter sagrado; empero acuden a templos e iglesias para ver y dejarse ver, especialmente cuando están en campaña captando potenciales votantes. Ya lo aseveró Otto Von Bismark: «Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería». La Biblia abunda en versículos censurando al embustero. Según Jesús, Satanás es el padre de las mentiras; sin embargo, estas son formidables herramientas políticas. Tan poderoso motivo ha forzado una suerte de sinonimia entre los conceptos satánico y maquiavélico. Maquiavelo —nos recuerda Thimothy Snyder, historiador estadounidense y profesor de la Universidad de Yale— aconsejaba a los príncipes tratar de ser honestos, mas al mismo tiempo les sugería mentir cuando la verdad les colocase en desventaja. «A la gente no le gusta ser engañada», sostenía el proto politólogo florentino, «pero quien engaña siempre encontrará crédulos incautos».
Crédulos e incautos encontró como arroz en Estados Unidos un empresario neoyorquino de bienes raíces y, anteriormente, un paracaidista charlatán en Venezuela. Sobre el gringo, el mencionado profesor Snyder escribió en The New York Times, días antes de comenzar a debatirse el segundo e histórico impeachment en su contra: «La posverdad es pre-fascismo, y Trump ha sido nuestro presidente posterior a la verdad. Cuando renunciamos a la verdad, concedemos poder a quienes tienen la riqueza y el carisma para crear espectáculo en su lugar». Si Trump sale o no de la Casa Blanca antes de lo pautado en la Constitución es irrelevante; no lo son las consecuencias de su obsesión continuista ni los bulos en torno a un seudofraude, fraguados con el deliberado propósito de desconocer el triunfo de su oponente. Tarde o temprano, debe ser necesariamente juzgado por mendaz y haber puesto a su país al borde de una guerra civil. Sobre el criollo han llovido torrenciales aguaceros de tinta, pero se dio de baja antes de tiempo y su secuela sigue allí, como el dinosauro de Monterroso.
Adolph Hitler y Joseph Goebbels son recurrentemente citados en este espacio. Al Führer, en razón de una frase suya extractada de Mein Kampf (Mi Lucha): «Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña»; y al Reichsminister für Volksaufklärung und Propaganda, debido a los infamemente célebres 11 principios de la propaganda nazi. Las palabras del dictador germano impactan por su brutal certitud y no difieren sustantivamente de otras de similar calaña y probada eficacia, y muy anteriores a la suyas, atribuidas a Lenin: «La mentira es un arma revolucionaria». Repetir falsedades, falacias o añagazas hasta la saciedad, a fin de convertirlas en verdades, no fue práctica exclusiva del nacional socialismo; los bolcheviques se adelantaron porque tenían en Lenin y Trotski soberbios propagandistas.
Trump, dada su proverbial e injustificada suficiencia, no debe haber abrevado en esas fuentes; Chávez y Maduro algún acceso, vía Cuba, han debido tener a panfletos y manuales editados en la desaparecida URSS. Acaso no les hacían falta. Les bastaba el síndrome de Pinocho. El comandante eterno era un mitómano desaforado. Buscando incrementar el rating de su show dominical inventaba magnicidios a granel. Nunca se desvelaban y procurando darle un barniz de verosimilitud a sus denuncias, ordenaba arrestar a cazadores de patos y guacharacas y les decomisaban un par de inservibles chopos. En uno de sus delirantes programas aseguró haberse acostado en La Viñeta en la cama donde durmió Charles De Gaulle durante una visita realizada a Venezuela por invitación de Raúl Leoni (cama especialmente fabricada para el general, en virtud de su estatura de basquetbolista). Nelson Bocaranda desmontó la paparrucha del redentor barinés, porque el presidente francés se alojó en el Hotel Ávila de San Bernardino y no en la quinta habilitada para alojar visitantes ilustres, devenida con el chavismo en residencia de los vicepresidentes. Otra mentirijilla. ¿Y qué?
Nicolás es un embustero a tiempo completo. Recuérdense sus optimistas partes médicos informando sobre la evolución del cáncer de su padre putativo a lo largo de su agonía bajo el cuidado de matasanos y curanderos cubanos. Pero sin ir tan atrás, prestemos atención a la memoria y cuenta presentada al parlamento de utilería presidido por el hasta hace poco Bolivarischenminister für volksaufklärung und propaganda, Jorge Rodríguez. Desmemorias del cuento llamaron en las redes sociales al rosario de patrañas hilvanado por el zarcillo. De un video colgado el pasado lunes en WhatsApp, reproducimos en su totalidad y al pie de la letra el audio correspondiente, porque cual reza el lugar común, para muestra basta un botón: «Maduro ayer en su memoria y cuentos dijo que este año habían hecho 400.000 viviendas en medio de una pandemia. ¿Sabe lo que son 400.000 viviendas? Vamos a poner 5 personas por vivienda, serían 2 millones de personas. Petare es el barrio más grande de Latinoamérica y tiene esa misma cantidad de personas aproximadamente. O sea que Maduro pudo haber demolido todos los ranchos de Petare y sustituirlos por esas 400.000 viviendas. ¡En un año! Saquen la cuenta. Encima dijo que con estas 400.000 viviendas llegaban a 4.443.000 en todos estos 20 añosde revolución. 5 personas por hogar, alcanzarían para más de 22 millones de personas. Bueno, somos 30 millones de habitantes. Se han ido 8, quedarían 22 millones. O sea que hay viviendas para todas las familias venezolanas. ¡Ajá!, Si hay viviendas para TODOS los venezolanos, ¿qué hacen más de 3 millones de personas viviendo en ranchos en Caracas más de 1 millón en Carabobo, más de 1 millón en el Zulia, medio millón en Lara? ¿Y si hay tantas viviendas, por qué hay tantos chupamedias invadiendo apartamentos que se ganaron sus dueños con el sudor de su frente? Maduro cree que uno se chupa el dedo, pero, bueno, 85% de los venezolanos estamos claros. Solo 5% de sus jalabolas que siguen votando por usted se cree esas mentiras. Y esa fue una de las mentiras más pequeñas que dijo usted ayer en su memoria y cuentos. Imagínense las otras barbaridades que dijo ¡No nos crea pendejos!». Nada podemos agregar a las reflexiones de un ciudadano que no come cuentos, como no sea invitarle a él, y quienes así piensan y reaccionan, a pasar de la reflexión a la acción. Entonces, ya nos creerán pendejos.