OPINIÓN

Cuentacuentos: ¡Érase una vez…! (كان يا ماكان)

por Samir Azrak Samir Azrak

Ahmed Al Lahham

En el mundo árabe, la oralidad ocupa un lugar importante dentro de la sociedad. En la época preislámica, los beduinos en la península arábiga estaban agrupados en forma de tribus o clanes, por lo tanto sus hogares eran  próximos unos a otros. Por las noches, cuando las actividades de la comunidad llegaban a su fin, los vecinos se reunían en alguna de las tiendas para conversar y divertirse; fue en estos círculos donde surgieron los relatos árabes, a través de la oralidad y las narraciones de las anécdotas de la vida diaria de las personas que deambulaban por el desierto. Fue el nacimiento de los cuentos.

Las personas dotadas de las habilidades para estas narraciones recibieron el nombre de “hakawati” o “cuentacuentos”. Alrededor del hakawati se reunían los pobladores para escuchar con viva atención los cuentos, que aun cuando admitían las variantes propias de quien los narraba, pretendían mantener intacto el hilo argumental, las fórmulas de entrada y de salida, las expresiones, proverbios, canciones, giros, etc. de tal manera de lograr la transmisión generacional. En cada sector siempre existía uno o más cuentacuentos para el deleite de la población.

La tradición oral árabe ha sido objeto de estudio, sobre todo desde principios del siglo XX con la llegada de los dominios franceses, ingleses y españoles en las naciones árabes. Se han recuperado refranes, proverbios, historias jocosas y se han llevado a cabo análisis lingüísticos y etnográficos sobre los cuentos. El cuento árabe no solo tiene por finalidad entretener sino servir de vehículo de comunicación social, estético, didáctico e incluso terapéutico.

La narración, repetida de generación en generación, se va fijando, dando lugar a una versión definitiva, siempre abierta a la creatividad del nuevo cuentacuentos. La transmisión oral lleva implícita dos aspectos: el recuerdo y el inconsciente del narrador.

Los conflictos en los países árabes del Medio Oriente y el norte de África en las últimas dos décadas han afectado la vida social, cultural y religiosa de los ciudadanos. Los cuentacuentos, que eran numerosos tanto en los grupos familiares así como en los espacios de esparcimiento como los cafés, concurridos especialmente para verlos y oírlos mientras se bebía café y té, y se fumaba el narguile, hoy en día se reducen a apenas unos cuantos, a punto de desaparecer por completo.

Mikel Ayestaran de Boulevard Magazine afirma que uno de los últimos cuentacuentos que queda en Damasco es Ahmed Al Lahham, conocido como Abu Sami, de 61 años y lleva 7 coincidiendo con los años más duros de la guerra de Siria, acudiendo cada día, menos los viernes, al café Al-Nawfara durante 30 minutos para contar sus historias. “Al-Nawfara” es un café situado en el casco antiguo de Damasco y uno de los sitios más frecuentados por las diferentes clases de la sociedad siria incluidos intelectuales, artistas y escritores, y es un destino de los turistas que buscan vivir el ambiente damasceno.

En Alepo, en el antiguo barrio Jallum, se encuentra el Hotel Dar Halabíe, uno de los monumentos históricos y patrimoniales de esta ciudad milenaria. Allí se presenta, en ocasión del actual mes sagrado Ramadán, El Hakawati Ghazwan Bostaji, para preservar esta tradición que se convierte en uno de los elementos del patrimonio inmaterial de esta ciudad.

Las historias, la imaginación, la educación con la sabiduría de tiempos ancestrales, el traslado a otras culturas y épocas, y mucho más se alcanzan con esta herramienta maravillosa que es el cuento, que, recibido de un Hakawati, tiene un valor extraordinario.