Venezuela se encuentra ante un proceso político que se parece en cierto modo a una contienda electoral, pero que no tiene las características propias de una elección democrática.
Parece, más bien, un evento en el que el gobierno se ve forzado a participar pues lo que le queda de apariencia democracia lo obliga, y en un esfuerzo desesperado para mantenerse en el poder, sigue apelando a la arbitrariedad, el ventajismo, el atropello, la represión y la mentira.
Asistimos, pues, a un proceso electoral con características plebiscitarias, en el marco de un régimen autoritario que manipula de forma extrema, que lo adelanta violando las más elementales normas de trasparencia, respeto a los derechos de todos los actores, garantía de las libertades civiles y políticas e igualdad ante la ley.
Cambio sin cambio
Por esas razones, más allá de la esperanza, debemos tener presente la realidad en la que nos estamos moviendo. La camarilla entronizada en el poder, no cesa un minuto en sus tareas de hostigar a la sociedad, en su afán por lograr su cometido de dividir, paralizar e inmovilizar a la ciudadanía. Esa política no va cambiar en los días que faltan para el evento electoral.
Así, el nuevo liderazgo político de la oposición, enfrenta el desafío de continuar librando su batalla por la democracia y la libertad en medio de un campo minado, sin reglas claras y sin árbitros confiables.
Lo que sí parece estar claro es que el pueblo venezolano ha elevado su nivel de consciencia política acerca de la magnitud del desastre existente en todos los ámbitos de la vida de la nación y está decidido a actuar por la vía del ejercicio del voto y a desalojar a Maduro y su desgobierno en el poder.
Veinticinco años bajo el mandato de un régimen hegemónico y autoritario portador de una psicopatología política, con una economía arruinada, una pobreza en expansión, con terribles carencias de servicios básicos (electricidad, agua, salud, educación, combustibles) y una brutal estampida humanitaria en la última década que alejó del país al 25% de la población, han obligado a entender que esta contienda es una lucha existencial para Venezuela, pues la profundidad del daño causado es colosal, especialmente en el ámbito económico y socio cultural.
Al respecto, César Pérez Vivas, excandidato socialcristiano en las elecciones primarias opositoras y ahora uno de los líderes destacados que acompaña a María Corina Machado y al candidato Edmundo González, señaló recientemente que «Los daños materiales causados por este gobierno fallido, se podrán recuperar en un lapso de tiempo medio, pero las lesiones causadas a la salud, a la mente, al espíritu, a la cultura y por ende al comportamiento de importantes sectores de nuestra sociedad tomará más tiempo y podría abarcar varias generaciones».
Así, el saqueo perpetrado a nuestras finanzas por la impunidad de la corrupción promovida por el gobierno, el empeño en hacer al Estado dueño y señor de la economía, así como la incompetencia genética para hacer bien lo mínimo que un gobierno debe hacer, ha llevado a Venezuela a la ruina económica y social con los más altos niveles de pobreza en más de un siglo de nuestra historia.
Los otros males del régimen
En tal sentido, tenemos ya una generación de niños desnutridos y enfermos, a casi toda la población de ancianos abandonados y desasistidos, y a una educación desarticulada, con escuelas, liceos y universidades sin maestros, profesores ni recursos materiales, ahogadas en la miseria.
No obstante, sabemos que la materialización del cambio político no significa que toda la sociedad haya comprendido más allá de lo cotidiano y de lo material, las causas reales y la magnitud de la tragedia.
De allí que el compromiso, tanto de los líderes, del candidato y de los 24 partidos y movimientos que hoy lo apoyan, va más allá de una victoria en las urnas este 28 de julio y de lograr una transición pacífica del poder.
Originalmente publicado en el diario El Debate de España