Ilustración: Juan Diego Avendaño

A finales de diciembre pasado el gobierno cubano anunció la ejecución de un Plan de Estabilización Macroeconómica. Después de alguna mejora en la década anterior, la economía entró en grave crisis en 2020 (epidemia de covid-19). El año 2023 acaba de terminar con caída del PIB y ampliación de las desigualdades sociales. De poco han servido las decisiones tomadas hasta ahora. Se requieren medidas heroicas, propias de una “economía de guerra”, como aumentos de precios y eliminación de subsidios (incluso, los de la libreta de racionamiento). Se esfuman las últimas ilusiones en lo que parece un vestigio del “socialismo real”.

La vida diaria de los cubanos se ve afectada por la pobreza extrema que las estadísticas y la propaganda del régimen pretenden ocultar. Miles de viviendas (40% en condiciones críticas) carecen de servicios básicos. Hay escasez de todo tipo de bienes (sobre todo de alimentos). Los ingresos familiares son bajísimos y el trabajo (al servicio del estado) poco productivo. Además, la situación se ha agravado por las decisiones  tomadas en 2021 que provocaron el déficit fiscal, la falta de liquidez y la inflación. Por tal razón, en los últimos tres años se ha acelerado la emigración de los jóvenes: se estima que entre 200.000 y 300.000 huyeron del país, como antes cerca de 2 millones de sus habitantes. Pero, debe saberse que la precariedad no afecta por igual a toda la población: el gobierno ha reconocido diferencias “no todos están en la misma situación”: unos “mucho tienen” y otros “muy poco”.

Para enfrentar la crisis y ante la imposibilidad de mantener los programas de asistencia a la población (por la caída de las importaciones y la baja producción) el programa de estabilización (que se parece a los “ajustes” recomendados en otras partes por organismos internacionales en décadas pasadas) comprende subidas de precios en servicios (energía, agua, gas), incremento en los combustibles y el fin del subsidio universal de los alimentos. La cartilla de racionamiento (impuesta en 1963) se mantiene, pero será diversa en atención a los ingresos del beneficiario. Así, mientras se evita el “derroche” de recursos (se destinan actualmente $1.600 millones a ese concepto), se “protegerá” a los que se considera “vulnerables”. Entre estos últimos, por supuesto, se cuentan los funcionarios y los dirigentes y cuadros del partido único (“más iguales” que los demás). El plan prevé, también, la reducción de gastos administrativos y una fuerte devaluación del peso.

En realidad, la crisis económica de Cuba no es reciente. Es resultado del mantenimiento de un sistema económico que no ha dado buenos resultados en ningún lugar. Fidel Castro definió su revolución como socialista el 14 abril de 1961; pero ya antes (agosto de 1960) había procedido a la estatización de empresas de algunos sectores (especialmente en los del azúcar y los servicios). Rápidamente los medios de producción (incluso los de trabajo artesanal) pasaron a ser manejados (“en nombre del pueblo”) por agentes de la administración. Tal sistema se ha mostrado ineficiente: gerentes y trabajadores pierden interés en la productividad. Pero, además, impide que se activen todas las fuerzas y se utilicen todos los recursos para lograr el desarrollo económico necesario para satisfacer las necesidades de la población. Los saben bien dirigentes de las naciones donde se implantó: en Europa Oriental, Rusia, China y Vietnam que lo abandonaron hace décadas.

El socialismo ha mostrado su fracaso en Cuba. El régimen revolucionario se transformó (como en la granja de George Orwell) en una dictadura militar y policial que oprime a los ciudadanos, gran parte de los cuales ha preferido huir. Y el sistema económico destruyó las estructuras existentes sin sustituirlas por otras más eficientes. La producción de azúcar cayó en forma dramática: del 25% al 1% del total mundial; ni siquiera cubre las necesidades del país. La participación de los sectores en el PIB refleja los desequilibrios existentes: 2,6% la del agropecuario, 19,3% la del industrial y 78% la del de servicios. Y la relación de fuentes de divisas revela la escasa capacidad de la economía para generar recursos: los primeros lugares corresponden a la prestación de servicios profesionales (especialmente médicos), las remesas de la diáspora y el turismo. Así, pues, pocos derivan del aparato del Estado (que se proclama socialista).

Durante buena parte del tiempo transcurrido, Cuba ha dependido, más que del trabajo productivo, de la ayuda extranjera. En ese sentido, puede decirse que Fidel Castro fue un habilísimo “lobista”. De 1960 a 1991 el régimen contó con la ayuda económica soviética (de 2 millardos a 3 millardos de dólares anuales). Por eso, al colapso del gigante comunista siguió un “período especial” de muchas dificultades. Sin embargo, a pocos años apareció la mano dispendiosa de Hugo Chávez. Por diversos mecanismos, además del suministro petrolero, transfirió a la isla inmensos recursos (al menos 40 millardos de dólares) que de haber sido bien administrados (con eficiencia) hubieran permitido el desarrollo económico y social de la isla. Las cifras mencionadas son superiores a las recibidas por todos los países europeos (dentro del llamado Plan Marshall) para su reconstrucción luego de la guerra mundial. Ahora, esa fuente se agotó, por la incapacidad del “mandatario” que ayudó a colocar en Caracas.

Además de las fuentes mencionadas, Cuba ha utilizado la venta del trabajo de sus hombres y mujeres para recibir sumas importantes de divisas. En una práctica que muchos califican como una forma de esclavitud –“disposición del trabajo ajeno para apropiarse de sus resultados sin que la persona pueda negarse”– el gobierno castrista contrata el envío de profesionales, especialmente médicos, a distintos países y se queda con 80% de los salarios cobrados. Mediante distintos mecanismos los trabajadores se ven obligados a aceptar su explotación. ¿No es acaso ese un régimen “esclavita”? Hasta 2020 más de 600.000 cubanos habían prestado servicios en el exterior. Muchos –miles– aprovecharon para escapar. Pero muchos, también, iniciaron procesos para denunciar el crimen y obtener reparación. Actualmente, en Brasil, Italia, Estados Unidos y otros países cursan juicios con ese objeto. Más aún, los gobernantes de la isla han sido acusados ante la Corte Penal Internacional.

Sin duda, el bloqueo económico de Estados Unidos (febrero de 1962) ha causado daños a la economía cubana. Le ha impedido el acceso al mercado más importante del mundo (que utilizan, por cierto, China y Vietnam con mucho provecho). Pero, debe aclararse (porque la propaganda lo oculta) que no es la causa principal del atraso y la crisis. Nunca ha sido total: Rusia, China y los países del bloque comunista comerciaban libremente con la isla, como también lo hacían países europeos (entre ellos España); y desde hace décadas algunos latinoamericanos (Venezuela, entre otros). Por lo demás, muchas restricciones cesaron al restablecerse las relaciones diplomáticas con Washington (julio de 2015), especialmente las referidas al turismo. Las causas del fracaso son otras: el régimen político, la socialización de los medios de producción, la planificación centralizada, la baja productividad, la emigración de gente capacitada y, al final, la catástrofe de la economía venezolana.

Antes de 2020 Cuba recibía un volumen importante de turistas internacionales. En 2019 acogió 4,2 millones. La actividad ocupaba el segundo renglón del PIB y era la tercera fuente de divisas (tras las remesas, que sumaban para entonces entre 2.000 y 3.000 millones de dólares). Aunque comenzó mucho antes, con visitantes de Europa, se desarrolló con fuerza en los años previos a la pandemia, cuando se facilitó el viaje de quienes habían emigrado. Aún no se ha repuesto de los efectos de aquel suceso. Sin embargo, en 2023 el número fue de 1,6 millones (más de la mitad provenientes de Canadá y Estados Unidos), 270.000 de ellos integrantes de la comunidad en el exterior. El turismo ha dado notable impulso a un incipiente sector privado (permitido desde 2011) que ya cuenta con más de 9.000 pequeñas y medianas empresas, las cuales emplean a más de 260.000 personas.

Han transcurrido 65 años del triunfo de la “revolución” sin haberse logrado establecer un sistema económico y social que responda a las aspiraciones de los ciudadanos. Cuba se encuentra en peores condiciones que casi todos los países de la región; y muy por debajo de las que exhibía en 1959. ¿Seis décadas perdidas? No se creó un aparato productivo nacional ni se desarrolló un sector agrícola diversificado. Tampoco se estimuló la inversión extranjera. Se prefirió depender de ayudas mientras se alegaba el bloqueo para justificar el fracaso. Ahora se debe recomenzar. Pero ¿es posible sin cambiar la forma del Estado?

X: @JesusRondonN


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