OPINIÓN

Cuba, la revolución contrarrevolucionaria

por Antonio Sánchez García Antonio Sánchez García

En una situación de crisis el poder se mantiene con el terror y el hambre

Fidel Castro

Sucre aplaudió la idea y fue más lejos: no solo había que invadir Cuba, descabezar al principal agente comercial de la península en el mundo y cortarle a la corona española su cabeza de playa para combatir a los patriotas latinoamericanos e impedir la Independencia, idea que le proponía Bolívar antes del Congreso Anfictiónico de Panamá. El joven y valeroso general cumanés le propuso seguir de largo, atravesar el Atlántico e invadir la península. A la serpiente, le dijo, se la mata por la cabeza.

La idea era estrafalaria, pero tenía más que justificadas razones. Cuba era no solo el refugio de la flota colonizadora, el prostíbulo de su marinería y el clavo en el corazón de un continente desesperado por sacudirse tres siglos de coloniaje y sometimiento. Mientras Venezuela ardía de un extremo al otro y se desangraba dejando sus primeros 300.000 cadáveres sobre los campos de batalla, la sacarocracia cubana -como llamaba el gran historiador cubano Manuel Moreno Fraginals a la más rica, arribista y esclavista burguesía azucarera cubana– traía desde África más de 300.000 esclavos, en la trata más feroz e implacable de esclavos vivida hasta entonces por el mundo. Era la mano de obra necesaria para alimentar el cultivo, corte y procesamiento de caña de azúcar para alimentar el mercado mundial, de la que era su principal proveedora.

La Habana se llenaba de palacetes asombrosos para vestir y encumbrar a la gallegada cubanizada que competía por explotar a los negros recién llegados del Congo y otros lugares africanos, enriquecerse con su comercio, usar su mano de obra en los ingenios azucareros y comprar títulos de nobleza.

Cuba tuvo más duques, condes y duquesas que ninguna otra colonia hispanoamericana. Batiendo el récord de esclavas sirviendo en los prostíbulos puestos al servicio de la marinería española. Y hoy al de los jubilados europeos herederos del Mayo francés del 68. Ellos son los “podemitas” españoles. Ellas, las famosas “jineteras”.

Quien lo dude, que lea Cuba-España/España-Cuba, del mencionado Manuel Moreno Fraginals. O lea a un castrista de la primera hora, Carlos Franqui, quien dice en una de las obras más esclarecedoras del delirio devastador del castrismo que “Castro es el primer jefe de Estado proxeneta del mundo”.

Considera que la llamada Revolución cubana es la mayor tragedia ocurrida en Cuba en toda su historia y aclara el profundo sentido de sus palabras cuando les dijera a unos coroneles portugueses de visita en La Habana, para prevenirles ante sus eventuales errores: “En una situación de crisis el poder se mantiene con el terror y el hambre”. Y tuvo que esperar al auxilio norteamericano para liberarse cuando el resto de nuestra región llevaba un siglo liberada. Fue la sociedad más racista, más hispanófila y menos solidaria con los patriotas independentistas del Caribe.

Hasta hoy, la llamada Revolución cubana no ha tenido un solo negro en las filas de la alta dirigencia de una revolución marxista profundamente racista y negrera. Que hoy continúa con su trata de blancas esclavizando la mano de obra especializada de médicos de alquiler.

Ha sido la revolución marxista más explotadora, hambreadora y racista de la historia. De ella dependemos los venezolanos. Y a ella honra una izquierda castrocomunista absolutamente ajena a los afanes de liberación y prosperidad de sus ciudadanías. Y hay ministros de Podemos que piden seguir el ejemplo de Fidel Castro, mientras senadoras del Partido Comunista chileno ensalzan la obra devastadora provocada por Cuba y Venezuela en las filas de su militancia. Pretenden no saber que la Revolución cubana es la mayor tragedia vivida por América Latina en los últimos sesenta años. Que su ignorancia los proteja.