En enero del 2025 se cumplirá otro aniversario del fracaso más estruendoso del social-comunismo en Hispanoamérica, el que triunfó hace 66 años bajo el pomposo nombre de ‘revolución cubana’. Fidel Castro creó un producto de marketing con ese nombre, y aunque muy pronto la convirtió en dictadura castrista mediante persecuciones, fusilamientos, encarcelamientos, y exilios, el mundo siguió comprándole semejante mercancía cuyo contenido incluía e incluye expandir las guerras de guerrillas y el terrorismo por toda Hispanoamérica, Europa y Estados Unidos.
De aquella próspera y bella Cuba que en el año 1957 ocupaba el tercer lugar desde el punto de vista económico después de Argentina y Venezuela, no queda nada. Curioso que estos tres países, de entre los más prósperos del mundo, hayan sido destruidos por el comunismo y «el socialismo del siglo XXI» (así lo renombró reactualizándolo el comandante Hugo Chávez en Venezuela), imbuidos por el discurso proveniente desde el mismísimo Comité Central en La Habana.
De Cuba no podemos decir ni siquiera que sea un ‘Estado fallido’, porque de ninguna forma el régimen tiránico de la isla llega a la categoría de estado. De modo que lo único que nos queda sería la palabra ‘fallido’. Cuba representa el fallo mismo, el gran fallo monumental del experimento que quisieron llevar a cabo en el Caribe tanto los comunistas como los gobiernos norteamericanos, estos últimos al verse amenazados con una posible triunfante y doble Las Vegas que le hiciera competencia en medio de Las Antillas a la ciudad que alberga al hampa del juego con sus atracciones y distracciones.
En Cuba la gente se pasa tres y hasta cuatro días sin llevarse nada al estómago. Un chiste circula por las redes, se trata de una imagen donde podemos leer: «Los científicos confirman que en Marte no hay vida porque no hay agua, ni electricidad, ni alimentos». En la imagen un grupo de cubanos se esmorece a carcajadas.
En mi país no hay vida entonces, porque no hay comida, no hay agua, no hay electricidad. La gente sin embargo sobrevive, resiste, y en cuanto pueden se largan del país. Marte tendría futuro… La única expectativa del cubano desde hace décadas es la fuga, huir hacia donde sea. No importa si en una balsa hacia Miami, hacia una guerra como soldado, lo mismo en Angola que en Rusia. «¿Aquí no dicen que ‘Patria o Muerte’? Pues prefiero probar suerte con la muerte». Dijo a cámara en 1994 una valiente madre con su bebe en brazos dispuesta a subirse a una tambaleante balsa en plena crisis de los balseros.
Los sacerdotes y las monjas —católicos cubanos como franceses— han conseguido apoyar de una manera extraordinaria a las personas, la mayoría necesitadas de urgencia, pero no dan abasto. El esfuerzo del padre Alberto Reyes entrevistado por el periodista venezolano Alejandro Marcano se refleja en sus adoloridas palabras y en la delgadez de su rostro:
Cuba es caos y muerte, el horror amenazado por el indecente olvido. Nadie quiere saber de los cubanos, nadie desea enterarse del verdadero padecimiento de un pueblo hundido, muy por debajo de cualquier crisis. La tiranía construyó magistralmente —hay que reconocerlo— con la complicidad de empresarios extranjeros dos mundos paralelos, uno para los cubanos, y otro para los turistas o viajantes. La barrera que los separa, además de la moral, es ideológica, físico-política. Esa división se produce mediante la doble moneda incompatible de circulación, a través del control policial que sigue siendo mayúsculo: la represión para los de adentro y el chantaje financiero para los de afuera, que desde hace algunos años también son condenados a largas penas de prisión si violan algunas de las pautas impuestas por los tiranos.
Durante décadas los cubanos se enfrentaron de múltiples formas al régimen, la gloriosa Brigada 2506, Alpha 66, los Alzados en el Escambray, disidencia y oposición perpetuas, Presos y Presas Plantados, se logró muy poco porque la complicidad mundial y de Estados Unidos les funcionó de maravillas a los Castro y secuaces.
Más tarde los cubanos consiguieron aliviar sus penas apuntalados y sirviéndose del gracejo autóctono, o sea, tirándolo todo a chiste, literalmente a mierda; lo que el intelectual cubano Jorge Mañach bautizó como ‘el choteo’, en su célebre libro ‘Indagación del choteo’ publicado en La Habana en 1928 (sí, la cosa viene de lejos y desde mucho antes, «aquellos polvos trajeron estos lodos…»). Los chistes reparaban de cierto modo el enorme daño. Hoy ni siquiera eso, el último momento chistoso que me han enviado desde La Habana sitúa en escena a uno de esos cómicos malcomidos, que intenta interpelar al público con uno de sus pujos chistosos para anunciar que ni el año 2025 quiere saber de ellos. O sea, Cuba ya no existe ni para el paso del tiempo.
Originalmente publicado en el diario El Debate de España