OPINIÓN

Cuba: de la guerrilla a Sao Paulo

por Miguel Henrique Otero Miguel Henrique Otero

Lo han sugerido muchos historiadores: la Guerra Fría fue una prolongación, bajo otros métodos, de la Segunda Guerra Mundial. La tensión política e ideológica entre los dos polos dominantes, uno liderado por Estados Unidos y otro por la Unión Soviética, convirtió a buena parte de los países occidentales en tensos campos de batalla. En la mayoría de los casos, los combates entre ejércitos fueron sustituidos por luchas informativas, económicas, científicas, deportivas e industriales. Se produjo un auge del espionaje, que no ha cesado hasta ahora. La confrontación tenía un propósito de fondo: los comunistas intentaban tomar el control de la mayor parte de los territorios del mundo, especialmente en África, Asia y América Latina. En muchos lugares el conflicto armado fue inevitable, como la Guerra Civil de Grecia, que rara vez se recuerda, ocurrida entre 1946 y 1950, cuando los comunistas se sublevaron. El resultado para la nación griega fue devastador: más de 98.000 personas perdieron la vida y más de 800.000 fueron desplazados, lo que en ese momento equivalía a 15%, aproximadamente, de su población.

En junio de 1950 comenzó la Guerra de Corea, cuando los comunistas de Corea del Norte, con el apoyo de los genocidas Stalin y Mao, invadieron Corea del Sur, dando inicio a una de los conflictos armados más sangrientos que haya padecido el siglo XX. En un primer momento, los comunistas lograron ocupar casi la totalidad del territorio de Corea del Sur. Casi tres años costó la recuperación del terreno y la expulsión de los invasores. Más de 3 millones de civiles perdieron la vida. Corea del Norte, según cálculos conservadores, habría perdido más de 16% de su población. Una de las naciones que participó en la lucha contra los comunistas fue Colombia, gobernada entonces por Laureano Gómez Castro, que envió una fuerza de más 5.000 soldados, una parte de los cuales participó en los combates.

La Guerra Fría fue el contexto que atizó el horror de la Guerra Civil de Guatemala o la Guerra de Vietnam, pero también la Guerra Civil de Angola a partir de 1975, que se extendió por largos 27 años, con secuelas simplemente inenarrables, como los sufrimientos padecidos por casi 4 millones de angoleños, que se convirtieron en refugiados. En ese mundo de enfrentamientos, a veces armados y otras veces de abiertas confrontaciones en otros tableros, Cuba puso en marcha su política de internacionalización de su modelo, a comienzos de la década de los sesenta. En 1963, con la participación protagónica de Ernesto Che Guevara, comenzaron a diseminar las guerrillas, sustentadas en programas de entrenamiento en Cuba. Aunque la primera experiencia guerrillera en América Latina, la del Ejército Guerrillero del Pueblo, en Argentina, fue catastrófica y apenas duraría unos meses, Cuba, ya sin Guevara en la conducción -como se sabe, murió en Bolivia en 1965- propagó la formación de grupos guerrilleros en todo el continente, hasta el extremo de alcanzar presencia en 18 países. Lo que se proponían era nada menos que tomar el poder por la vía de las armas, al costo de vidas que fuese necesario. Recordemos que, de acuerdo con la teoría del foquismo diseñada por el asesino Guevara, los revolucionarios no debían esperar a que hubiese condiciones para asaltar el poder, sino que estas podían ser creadas, y que la guerra de guerrillas podía ser un factor que contribuyera, de forma decisiva, a crear esas condiciones.

Las FARC, derivadas de esa política, nacieron en 1964, con las consecuencias que conocemos: se han establecido como uno de los más importantes operadores narcoterroristas del mundo. Un balance de qué ocurrió con esos grupos no deja resquicio alguno para otra interpretación: fracasaron de manera oprobiosa, dejaron miles y miles de cadáveres antes de disolverse y, solo excepcionalmente, como el ejemplar caso de Bandera Roja en Venezuela, lograron reconvertirse en partido político, para adoptar en lo sucesivo la lucha en el terreno de la legalidad y la política democrática.

Pero el intento de Cuba de influir y controlar la política en América Latina, y todavía más, de acceder a sus materias primas, principalmente el petróleo, no cesó con esta flagrante derrota. Cuba ha insistido con una serie de estrategias. En 1959 creó Casa de las Américas, que fue el principal -y no el único- instrumento de propaganda dirigido a políticos, medios de comunicación, academias, escritores e intelectuales, con el objetivo de influir en las decisiones gubernamentales, favorables al régimen cubano. Ha ejecutado planes de penetración ideológica y política de las fuerzas armadas de América Latina para provocar golpes de Estado, alianzas con el narcotráfico, desestabilización y apoyo a las fuerzas de la izquierda. Ha creado la ficción sobre un supuesto sistema de salud que funciona con altos estándares, para cambiarlos por materias primas, principalmente hidrocarburos y alimentos (está pendiente el estudio que reúna los testimonios de las prácticas piratas, ejercidas de forma masiva, por los “médicos” que Fidel Castro envió a Venezuela).

Así es como, tras sucesivos fiascos y estafas repartidas por toda América Latina, llegamos a la era del Foro de Sao Paulo, fundado en 1990, quizás la más siniestra de las estrategias del castrismo, porque ella apunta a una alianza con populistas, ultraizquierdistas, pandillas de delincuentes, resentidos de toda ralea, narcotraficantes y la red de corruptos más grande que haya azotado al continente, dedicada a provocar la desestabilización, la destrucción de la convivencia, la instauración de dictaduras como las de Nicaragua y Venezuela, el desconocimiento del Estado de Derecho y la violación de los derechos humanos: represión, asesinatos políticos, torturas y más. En otras palabras: vivimos los años en que Cuba y el Foro de Sao Paulo intentan destruir las democracias del continente.