En un mundo signado por la globalización, la integración de mercados y la revolución tecnológica, aún están vigentes los nacionalismos en un escenario en el que se pretende imponer una agenda globalista promovida por los organismos internacionales y solventada en parte por los magnates de la globalización.

La lucha por la libertad no tiene fin, y si es verdad que, durante el siglo XX, autoritarismos como el fascismo, el nacionalsocialismo o el comunismo pretendieron imponerse, lo cierto es que hoy enfrentamos nuevas amenazas que ponen en riesgo la libertad individual, la seguridad y el bienestar en general. A pesar de los grandes cambios ocurridos en Europa del Este, la reunificación alemana y la disolución de la URSS, la guerra en los Balcanes en la década de los noventa, la Guerra del Golfo posteriormente, la invasión a Irak en un contexto de “guerra contra el terrorismo” demostraron que, si bien la “guerra fría” había llegado a su fin, era evidente el surgimiento de nuevas amenazas en un escenario de economía más abierta y más integrada.

A lo largo del siglo XX, el comunismo internacional bajo el influjo de la III Internacional fue capaz, desde Moscú, de alentar y financiar a los partidos comunistas establecidos en América Latina. La Revolución cubana, que optó por alinearse con el Kremlin, fue financiada por el gobierno soviético, demostrando que carece de sentido luchar contra el imperialismo norteamericano para luego someterse al yugo de un nuevo imperialismo.

La economía cubana fue subsidiada, con la clara intención de pretender mostrar los logros de un proceso revolucionario exitoso, sobre todo en el campo de la salud y la educación. Con la disolución de la URSS, la economía cubana puso al descubierto sus falencias y, a pesar de haber abierto su economía a la inversión extranjera en el sector turismo y a la recepción de remesas procedentes de sus connacionales residentes en Estados Unidos, estuvo al borde de una crisis política con consecuencias insospechables.

La dictadura cubana reprimió y mejoró el control de cualquier atisbo de protesta, aumentando el trabajo político y organizando a sus militantes como operadores de inteligencia al servicio de un gobierno represor. El idealismo, por un lado, la propaganda y la mentira por otro, fueron la pauta de un trabajo permanente en el llamado “período especial” de la revolución cubana.

Hugo Chávez, desde 1999, permitió que la dictadura cubana sobreviva con la transferencia de generosos recursos bajo las formas de acuerdos de cooperación entre ambos países. La economía cubana, carente de una oferta exportable, ha responsabilizado al imperialismo yanqui de su fracaso, optando por especializarse en promover la lucha armada y los movimientos guerrilleros en toda América Latina, para décadas después convertirse en un aliado del narcotráfico internacional, toda vez que organizaciones subversivas como la FARC o el ELN de Colombia devinieron en operadores del narcotráfico.

Cuba no es un agente de paz, por el contrario, su economía parasitaria, incapaz de innovarse, de diversificarse, ha demostrado siempre sus falencias. Si Cuba no se ha abierto al mundo es porque ha optado por una economía cerrada, ha decidido imponer un sistema político represor de partido único, alentando a movimientos, organizaciones políticas y partidos extremistas.

El Perú, en los últimos meses, ha mantenido una tensa relación con los gobiernos de México y Colombia como consecuencia de las declaraciones y abierta intromisión de presidentes como López Obrador y Gustavo Petro. Sin embargo, de manera inexplicable, el gobierno peruano no ha sido capaz de poner límites a la cada vez más abierta intromisión del embajador cubano en nuestro país.

Cuba actúa bajo la sombra, de manera discreta, urdiendo planes y poniendo en marcha acciones de inteligencia con el claro propósito de sembrar el caos. El llamado “socialismo del siglo XXI”, como concepto, fue alentado desde La Habana, apoyándose en un primer momento en el Foro de Sao Paulo, financiado posteriormente por el chavismo y articulándose luego a través del llamado Grupo de Puebla.

La agenda latinoamericana no puede ser impuesta por los agentes de un globalismo avasallador, ni por los operadores políticos al servicio de proyectos autoritarios. La lucha por la libertad no puede prescindir del debate ideológico, más aún cuando nuevas formas de acción política se desarrollan en América Latina, con el claro propósito de perpetuar dictaduras o bajo la forma de proyectos refundacionales que se presentan bajo la persistente iniciativa de convocar a Asambleas Constituyentes y poner en práctica proyectos refundacionales.

La caída de Pedro Castillo en el Perú y las sucesivas derrotas políticas de Gabriel Boric en Chile son una muestra de que la lucha política e ideológica debe revivirse, dejando atrás todo atisbo de dictadura. El fin de la dictadura cubana y del gobierno de Nicolás Maduro son un imperativo en el plano regional, sin embargo, en el corto plazo, el gobierno peruano debe evaluar seriamente romper relaciones con el gobierno de Cuba, más aún cuando a través del señor Zamora, la dictadura cubana pone en marcha acciones que atentan contra la institucionalidad democrática en nuestro país.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


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