La realidad es más terca que las promesas. La mayor de las islas de las Antillas vive en la penumbra mientras sus autoridades celebran discurso tras discurso su iluminada soberanía. La ministra de Trabajo y Seguridad Social de Cuba, Marta Elena Feitó Cabrera, en la víspera del Día del Amor y la Amistad, comunicó a la desesperanzada población del país que ayer y hoy “se decidió suspender las actividades docentes y laborales que no sean imprescindibles en las condiciones actuales”.
Las “condiciones actuales” son los apagones. El miércoles de esta semana 57% del país fue afectado por el déficit eléctrico. El jueves una pizca menos: 56%. 10 de 20 unidades de producción termoeléctrica están paradas por averías o mantenimiento, según la empresa estatal Unión Eléctrica (UNE). También están fuera de servicio 59 centrales de generación distribuida y 2 centrales flotantes por falta de combustible. Los cubanos, en muchas ciudades del país, padecen cortes de energía de más de 20 horas. La Habana aún tiene algo de luz y de suerte: los apagones son de 6 horas.
Sufren los ciudadanos y se resiente una economía que está por debajo de los parámetros de 2019. La solución es inviable porque requiere, según cálculos independientes, la inalcanzable suma de entre 8.000 y 10.000 millones de dólares para recuperar el Sistema Eléctrico Nacional, estatizado desde 1959. La economía cubana fue declarada por el gobierno de Miguel Díaz-Canel a mediados del año pasado como una “economía de guerra”, caracterizada por una inflación de 30%, la depreciación del 50% del valor del peso cubano frente al dólar y un déficit fiscal muy abultado.
“Economía de guerra” significa, a la vez, más control. Es la forma de sofocar las protestas que se repiten año tras año, particularmente desde 2021 que movilizaron a miles de personas y abarrotaron las cárceles. La crisis sin solución, de la que siempre se culpa al bloqueo de Estados Unidos, es peor que en el denominado “período especial”, que comenzó con el derrumbe de la Unión Soviética, soporte financiero del régimen cubano y su revolución panfletaria, a principios de la década de los años noventa del siglo pasado.
Venezuela fue un alivio desde la llegada de Hugo Chávez al poder, que comenzó a enviar desde el año 2000 a Cuba 53.000 barriles diarios de petróleo (que en la bonanza petrolera llegó a duplicarse) en trueque por profesionales y técnicos cubanos en las áreas de salud, educación y deportes. También llegó “ayuda” a otras áreas más sensibles en las que la dictadura cubana tiene un expediente cruelmente probado. El colapso económico de la gestión madurista redujo el chorro a la par que se desplomaba la producción petrolera nacional.
Los regímenes “hermanos” calcan modelos y reproducen males: pobreza, exilio y represión.
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