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Cuatro velas que arden en el adviento: Dios se hace hombre

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Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad

Lc2:14

Hoy el mundo cristiano celebra la solemnidad de la Natividad del Señor concebido por una virgen del linaje de David, esta festividad fue impuesta en el año 350 por el papa Julio I, ubicándola el veinticinco de diciembre, la razón para tal decisión, obedecieron a la necesidad de por la vía del sincretismo religioso, ir apartando la celebración del Sol Invictus, costumbre traída desde Emesa.

El dignificado de la corona de adviento tiene una inmensa carga cristocéntrica, su forma circular recuerda el reino infinito de Jesús, el color verde la inmortalidad de Cristo y las velas son la presencia de la luz, en los cuatro domingos previos al adviento, “recordemos que es Cristo luz de luz y rey de reyes” (Moltman, 2003), el misterio de la Navidad, de Jesús presente en cuerpo glorioso en aquel pesebre, de su parto indoloro, de María creatura de Dios Padre, madre de Dios hijo y esposa del Espíritu Santo, nos coloca frente a la misma confusión Agustina, esa que fue zanjada, por la inmensidad de Dios, al hacerle aparecer a un ángel, quien intentaba vaciar el mar y colocar el agua en un hoyo hecho en la arena, ante lo cual el Santo de Hipona manifestó la imposibilidad, obteniendo por respuesta que tal imposibilidad era la misma que él tendría al entender el misterio de la Trinidad. (Agustín, 2015).

Jesús es la negación de la oscuridad, es la luz del mundo y junto a su glorioso nombre no hay tinieblas, en ese villorrio de Belén, la más pequeña de Israel, provino el rey de reyes, el hijo unigénito del padre, ante el misterio de la natividad, no hay racionalidad que coexista, solo la espiritualidad tiene cabida en este hecho, hoy arden las cuatro velas, junto a la luz del redentor, culmina, otro adviento, el verbo se ha hecho carne y habitó entre nosotros, siendo Doctor de los apóstoles, rey de los ángeles y llave de David, junto a Jesús estuvo María guardando lo revelado desde su concepción por obra y gracia del Espíritu Santo, el tema de las fechas y los sincretismos son meras curiosidades lo importante es conocer en la extensión de su grandeza, como el misterio de su glorioso nacimiento nos compele a la solidaridad, a la bondad, a la justicia, a la paz y a la justicia.

En nuestro país atormentado ha nacido una vez más el redentor, en medio de las ergástulas oscuras, en los ojos lacrimosos de las madres y familiares que sufren persecución, Jesús nació también en medio de la violencia, de la intolerancia, de la pobreza, por eso el pesebre se acomoda en los corazones de los humildes, no hay cabida en los pechos de los soberbios, aquellos con el orgullo exacerbado, bajo los efectos del hibris, en la arrogancia, altanería y grosera pose del poder no nace Jesús, justo su venida es una derrota para el poderoso, una lección de humildad para el soberbio, este no es su reino, su reino está en la eternidad, en la contemplación del Padre celestial.

Cristo hoy nace en una Venezuela oscura, sin embargo, en esta extraña Navidad, su luz crepita con los latidos de su corazón pleno en misericordia, en cada latido se embrida el destino de un mundo mejor, de un país libre, de un país democrático, plural, en donde pensar no sea delito, un país que sea cuna, casa, residencia de todos, en donde cese el horror, la persecución y la violencia.

Finalmente, concluyo esta columna con la bendición Urbi et Orbi, pronunciada por S.S. Francisco I, quien pidió que callaran las armas en Ucrania, cesaran los conflictos en Medio Oriente, así como también hizo votos por la erradicación de la violencia y la emergencia humanitaria en África, en lo particular en la República Democrática de Congo, el Cuerno Africano, pero en especial pidió la intercesión del Niño Jesús para que inspirase a las autoridades políticas de Venezuela a encontrar una solución que incardine la solución social con la verdad y la paz.

Que las súplicas del Santo Padre, las de los miles de venezolanos penitentes, suban tumultuosamente al cielo y lleguen a la cuna del Salvador, insisto, a quien este año no le pedimos nada en esta carta, sólo le imploramos se lleve la suma de maldad, perversión y violencia a la que somos diariamente expuestos.

Que vivamos una Navidad serena, sin presos políticos, sin terror, sin hambre y con la firme esperanza de que volverán, aquellas navidades del abrazo en familia, las de la conspiración del mismo aire de libertad, en nuestra amada Venezuela.

¡Que el hecho carne habite en nuestros corazones y nos bendiga siempre!

Referencias

Agustín. (2015). Confesiones. Madrid: Verbum.

Moltman, J. (2003). El camino a Jesucristo en dimensiones mesianicas. Salamanca: Sigueme.

 

X@carlosnanezr

IG@nanezc  

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