Traducciones de Harold Alvarado Tenorio
La poesía de Joseph Brodsky [Иóсиф Алекса́ндрович Брóдский] [1940-1996] se ocupa de asuntos metafísicos y religiosos sin desvincularlos de situaciones concretas en la vida y la historia individuales. Son en su mayoría poemas irónicos que miran los actos y el significado de ellos para desacralizar los gestos y pretensiones humanas. Es la vida individual, los problemas de cada uno lo que interesa a Brodsky, para con la poesía, crear nuevos comportamientos, nuevas éticas.
Para Brodsky el lenguaje constituye la materia vital de la eternidad y la poesía, la más alta expresión de los lenguajes, un regalo de esos cosmos expresivos que hacen que el hombre traspase los tiempos a pesar de la muerte. La poesía, lo sabemos, no hace al hombre mejor o peor, pero sí más libre, y la libertad es el único instrumento contra los poderosos y sus cantos de sirena. El poeta es un instrumento del lenguaje, dijo al recibir el Nobel, un artesano de la palabra, un maestro de lengua. Pero, además, es la más perdurable forma de la vida, porque está hecha de tiempo y de las modulaciones que este imprime a seres y cosas haciendo llevadero nuestros tránsitos hacia la muerte. Arte de la memoria, la poesía congela el paso del tiempo, eterniza los instantes de una vida o una arquitectura o la historia y ofrece al futuro lector las varias interpretaciones que sobre gentes y vidas sabrá inaugurar quien lee de nuevo. De allí que sus temas sean hondas respuestas y preguntas sobre lo pasajero, la inseguridad de la vida, el desgarrar del tiempo, sus separaciones, la vida hacia la muerte, los sueños y las roturas.
Aun cuando la árida y desencantada poesía de Wystan Hugo Auden fue una de sus más notorias influencias, su estilo fue una reacción contra los simbolismos y peripecias sintácticas, misticismos, teosofías y ocultismos que ahogaron la poesía rusa de posguerra. Brodsky rechazó con los Acmeístas -(Akhmatova, Tsvétaieva, Mandelstam, Kuzmine y Gorodesky)- el mundo como un sistema de signos, y se enfrentó a la realidad con plena conciencia para no caer en el juego surrealista de la escritura automática.
Brodsky fue un poeta de lo material y palpable. El cuerpo y el ánima, la infinita complejidad de nuestro organismo, es el sujeto primero de sus poemas. Por ello su poesía se convierte en otra forma de la vida porque la lengua, con sus cesuras y silencios, con su tensión subordinada y sus atrevidas anáforas conforma nuestra identidad y nuestra voz.
Otra de las virtudes de Brodsky fue su habilidad para trabajar, como hiciera Villaurrutia, con modelos, sometiendo la inspiración a los rigores de la técnica. Pero como poeta del siglo de las vanguardias, Brodsky también levantó su obra a partir de esos fragmentos de la realidad que acumulaba en su memoria. Muchos de sus poemas, líricos y rimados, ofrecen una textura construida de despojos, de desperdicios que el poeta ha ido recogiendo en el vasto e inútil mundo. Quizás por eso Auden llegó a calificarle de artesano. Brodsky trabaja con variados metros y rimas. Pero no es sólo artesanía, pues ha bebido con eficacia en las fuentes de la poesía contemporánea. En su obra es evidente el conocimiento de la poesía europea desde la Grecia clásica a Kavafis y Eliot y de autores estrictamente contemporáneos como Auden o Miloz.
Brodsky nació en San Petersburgo, entonces Leningrado, en 1940, hijo de un fotógrafo judío y de una secretaria. Pasó su niñez en su ciudad natal, pero abandonó a los quince años la escuela y tuvo más de una docena de variados empleos. Cuando tuvo dieciocho comenzó a escribir sus primeros poemas, que fueron elogiados por Anna Akhmatova. A los diecinueve conoció la cárcel por primera vez, tres más tarde fue de nuevo puesto en prisión y a los veinticuatro fue condenado, por «parásito social», a cinco de trabajos forzados en Arkhangelsk, al norte de Rusia, pero pagó sólo dos hasta noviembre de 1965. En 1972 abandonó la Unión Soviética y viajó a Viena y Londres. A pesar de ser una figura conocida en Leningrado y Moscú, solo cuatro de sus poemas fueron incluidos en antologías rusas a mediados de los años sesenta, pero su poesía fue difundida en Occidente, especialmente en los Estados Unidos, donde es considerado uno de los grandes poetas del siglo veinte.
La muestra de la poesía de Brodsky que traduje del inglés, lengua a la cual él mismo mudó sus poemas, pertenece a su primer libro y hace parte de la primera sección de A Part of Speech. Fueron publicados en la revista de la Universidad Nacional de Colombia en mayo de 1987, seis meses antes de anunciarse el premio Nobel. Son, de alguna manera, los poemas más antiguos que se conservan de su producción. No precisamente los de más largo aliento, como Elegy for John Donne o Verses on the Death of T.S. Eliot, considerados piezas maestras, pero sí dan una muestra del espíritu que animaba a Brodsky, en plena juventud, sintiéndose un exiliado en su propio país.
Antes de recibir el premio sueco sus poemas habían sido traducidos a más de diez idiomas y publicados en editoriales como Penguin o Gallimard. Quizás sus libros más celebrados sean End of the Beautiful Era (Ann Arbor, 1976), A part of Speech (Ann Arbor, 1977), New Stanzas to Augusta (Ann Arbor, 1983), To Urania (Ann Arbor, 1987), y Wiew with a Flood (Dana Point, 1996).
Brodsky murió en Nueva York de un infarto agudo de miocardio. Sus cenizas reposan en el histórico cementerio de la Isla de San Michele, al lado de Pound y Stravinski.
Adiós enero
El mes de enero ha pasado volando a través de la ventana de la prisión. En las galerías he oído el canto de los condenados: “uno de nuestros hermanos ha recobrado su libertad”.
Aún puedes oír el susurro de sus palabras,
el eco de las pisadas de los que protegen el silencio. Pero cantas todavía, para ti cantas silencioso: “Adiós enero”.
A grandes sorbos,
frente a la luz de la ventana bebes el aire cálido.
Deambulas otra vez,
te hundes en tus pensamientos en hondos pasillos
desde el último interrogatorio hasta el próximo,
hacia esa lejana tierra
donde marzo ni febrero existen.
«Vuelta a casa»
Vuelves a casa.
¿Habrá alguien que aún te necesite que quiera todavía tenerte como amigo?
Estás en casa, has comprado vino dulce para beber en la cena
y, poco a poco, casi desde la ventana vas viendo cómo eres el único culpable: el único. Está bien. Gracias Dios mío.
O debería decir quizás: Gracias por los favores recibidos.
Está bien que no haya otro a quien culpar,
está bien que estés libre de todo vínculo,
está bien que en este mundo no haya nadie que se sienta obligado a amarte.
Está bien que nunca se te tome del brazo y te vean en la puerta en una tarde oscura, está bien caminar, solo, en este vasto mundo hacia casa, desde la tumultuosa estación del metro.
Está bien que te esculques mientras corres a casa
murmurando una frase algo menos que cándida;
enterándote, de repente, que tu alma es muy lenta para saber lo que ha estado pasando.
«El nuevo inquilino»
El inquilino encuentra extraña su nueva casa.
Sus miradas son rápidas sobre los extraños objetos cuyas sombras se acomodan difícilmente a él, como si sufrieran al hacerlo.
Pero esta casa no puede permanecer vacía.
La solitaria cerradura -parece poco amable- tarda en reconocer el tacto del nuevo inquilino y ofrece cierta resistencia en la oscuridad.
El nuevo inquilino no es como el otro que trajo una docena de calzoncillos y una mesa pensando que nunca se iría de aquí y al fin lo hizo: lo fatal tenía que llegar.
No hay nada, como se ve, que los haga parecerse: ni apariencia, ni carácter, ni trauma psíquico.
Solo eso que conocemos como “un hogar” es lo que tienen en común.
«El fuego como oyes»
El fuego, como oyes, está apagándose.
Las sombras en las esquinas han estado moviéndose.
Es muy tarde para lanzarles un puñetazo o gritarles que acaben de una vez.
Esta tropa no escucha órdenes.
Ahora se ha juntado por rangos y formas en un círculo.
En silencio avanza por los muros y estoy, de pronto, en ese muerto centro.
Los estallidos de la noche, como negras preguntas marcadas son altas y firmes montañas, altas y firmes.
La oscuridad viene más densa desde arriba tragándose mi barba, y desmenuzando el papel blanco.
Las manecillas del reloj han desaparecido, no puedo verlas ni oírlas.
Me queda sólo un punto brillante en mi ojo, estos ojos que ahora veo fríos y sin movimiento.
El fuego ha muerto. Como puedes oír, está muerto.
El humo amargo gira adhiriéndose en el cielo raso.
Pero este punto brillante ha quedado en mi ojo o quizá se ha quedado en la oscuridad.