Apóyanos

Cuatro gatos

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

—¿Qué pasa si a uno se le atraviesa un gato amarillo?… ¡Un gato dorado, mejor dicho!

—Dímelo tú… Porque si se cruza uno negro…

—¡Mosca! Eso es sabido. Si se te atraviesa un gato negro es un signo de mal augurio, una señal de mala suerte, una cosa muy pavosa. Eso se sabe y vade retro. En cambio, si un gato dorado te pasa por el frente es porque la buena suerte estará contigo en adelante o se va a equivocar de camino y te va a tocar a ti, como dijo afortunadamente un poeta alguna vez.

—¿¡Quién sabe!? ¡Tú si eres supersticioso, vale!

—¿Y si se te cruza un gato verde?

—¿¡Un gato verde!? ¿Quién ha dicho? ¡Los gatos no son verdes, no hay gatos verdes, no existen los gatos verdes! Los gatos verdes son imposibles.

—¿¡Que no!?

—¡Tú si eres inventor!

—¿Yo? ¡Yo sí! ¿Tú, no, acaso?

—No tanto. No. Bueno, no lo sé. A propósito de lo supersticioso y los asuntos de la imaginación, me quedo con la objetividad y con la verificación científica de los hechos, fenómenos y demás asuntos del orbe.

—¡Ah, no me fastidies! ¡No, no, no, no! ¡No me busques que me vas a encontrar! Fuera, fuera, fuera. Fuera las disquisiciones dizque sabias a esta hora del día. Es muy temprano y prefiero un cuento ¿Sí?…. ¡Ya! Ya lo tengo: Había una vez un gato con la barriga de trapo y los ojos al revés ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

—¡No! ¡Ah, no! No me vengas con ese cuento tan zoquete. Además que ese cuento de nunca empezar hablaba era de un sapo y no de un gato.

—Pero este que está saliendo en este preciso momento del horno de mi cacumen sí es el cuento de un gato mondo y verde que se la pasaba fastidiando a los pajaritos del patio de mi mamá que iban para allá a comerse el alpiste y las demás semillas que caían de la jaula del loro o las migajas de pan que caían al suelo cuando sacudían los manteles.

—¿¡Un gato verde!? ¿Vas a seguir?

—¡Sep! Era un gato rayado. Verde con rayas negras, como atigrado. Pero una vez se lo iba comiendo un perro o lo iba pisando un carro, yo no me acuerdo, ¡y quedó verde del susto! Lo cierto es que ese gato verde era una mierdita porque además se la pasaba engatusando a todo el mundo, pero sobre todo a las niñitas ¡para luego arañarlas! Ese gato además era una porquería porque más de una vez quiso comerse a los peces dorados que mi abuela tenía en la fuente.

Un día, la garza, viendo al gato que venía de lejos a asustar a unos pajaritos, le metió un picotazo en el lomo y ese gato se espantó tanto que fue a parar a la copa del samán que había en el patio. Ese samán era altísimo y de allí habían ido emigrando poco a poco los loros, las guacamayas, las guacharacas y los pericos por culpa de ese gato de mierda. Pero a la garza se le ocurrió otra idea magnífica.

A aquel patio lo rodeaba un paredón enorme que abrazaba toda esa casa principal como si fuera un castillo. Del paredón hacia allá, pasando por el portón de atrás, se llegaba a los otros lugares de la hacienda: la cochinera, el gallinero, el corral de ordeño, la granja integral de mi tío Luis, una manga de coleo y hasta una plaza de toros muy rústica y muy bonita donde mi abuelo enseñaba a torear a los muchachos. Ese portón enlazaba con el universomundo.

Un día, pues, la garza se fue hasta la manga de coleo y se buscó al toro que más meaba y que la quería mucho porque ella le ayudaba a quitarle las pulgas y las garrapatas del lomo. Buscó a ese toro y le dijo un secreto al oído.

Al día siguiente, después del almuerzo, cuando estaban sacudiendo el mantel y el patio empezó a llenarse de pajaritos, el toro se llegó hasta por allí haciéndose el pendejo. Los pajaritos felices, come que te come migajas y canta que te canta melodías cuando el verde gatico de mierdita empezó a acercarse muy sigilosamente y, cuando estaba debajo, muy cerquita del toro y se disponía a saltarle a los pajaritos, el toro que más mea le disparó un chorro que lo arrastró y lo estampó de frente contra la pared. Lo empapó de pata a cabeza y lo espantó.

Los pajaritos salieron volando y los peces saltaron en la fuente y más nunca se le ocurrió siquiera al gato verde volverse a meter con ellos. Desde entonces, ese gato verde huele mal, hiede y muy de cuando en cuando la gente se acuerda alegremente de este cuento.

[email protected]

Noticias Relacionadas

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional