OPINIÓN

Cuarentena y la belleza del mercado

por Andrés Guevara Andrés Guevara

En lo que muchos consideran el testamento intelectual de Friedrich Hayek, su obra La fatal arrogancia, el economista nacido en Viena sostuvo lo siguiente: “Los primitivos órdenes sociales permitieron, en definitiva, que ciertos individuos orientaran su inintencionado e inconsciente esfuerzo hacia el establecimiento de un orden más extenso y más complejo cuya evolución desbordó en todo momento cualquier posible previsión tanto del propio actor como de sus contemporáneos”.

Hayek reconoce que la sociedad hoy día constituye un orden complejo, que obedece en cierto modo a un proceso evolutivo en el que los individuos asimilan la información de su entorno y la emplean para la satisfacción de sus necesidades y la consecución de su bienestar. Ahora bien, ¿es posible pasar de un orden complejo a un orden primitivo? Dicho de otro modo, ¿pudiera hablarse del retorno a la tribu en ciertos ámbitos y sociedades?

La situación de la pandemia ha sido propicia para realzar estas premisas dentro de la sociedad venezolana y en buena parte del mundo. Hoy el debate entre planificación centralizada, intervención estatal y libertad individual vuelve a cobrar auge, porque el individuo, su identidad, nuevamente se somete a prueba ante un fenómeno social que difícilmente se hubiera previsto tan solo unos meses atrás. Entiéndase bien, expresiones como el coronavirus ponen a prueba los anticuerpos de libertad de los cuales están dotados la sociedad civil y la ciudadanía.

Empíricamente, es cierto, se hace difícil afirmar que exista una sociedad totalmente liberal y un mercado que opere de forma plenamente libre. Incluso en aquellos países que se consideran enclaves relucientes del capitalismo la presencia del Estado está a la orden del día, con lo que ello implica para muchos de los planteamientos teóricos del liberalismo.

Sin embargo, experiencias como las que hoy vive la humanidad no hacen sino evidenciar que la planificación centralizada de la vida humana no es eficiente para paliar los problemas que enfrenta el colectivo. El caso venezolano es emblemático. Su manejo del coronavirus, siendo benevolentes, ha sido cuando menos errático. Más allá de la oda al colectivismo, la cuarentena radical, social, inclusiva, se ha transformado en un auténtico desastre. Primero, porque las autoridades un día giran una instrucción y al día u horas siguientes la cambian, y ningún ciudadano puede someterse a tal grado de incertidumbre; segundo, porque la planificación pasa por alto la impenitente necesidad que tiene el venezolano más pobre de subsistir, con lo que abiertamente desafía cualquier reclusión; y tercero, porque en muchos casos estas medidas de confinamiento ejecutadas por la fuerza terminan violando derechos ciudadanos y a la integridad personal y constituyen una afrenta a la dignidad humana, sin mencionar las potenciales malas prácticas (extorsión, abuso de autoridad, corrupción, entre otros) que derivan de quienes tienen el poder.

Pudiera objetarse que los países libres, o con mayor tendencia a la libertad, también han sufrido estragos, y que su sistema por sí solo no ha sido capaz de solucionar la crisis derivada de la pandemia. Aun cuando pudiera concederse el punto de que todavía el problema del coronavirus permanece sin solución incluso en sociedades capitalistas, no deja de ser cierto de que es precisamente en estos órdenes complejos, en los que la información entre las personas se transmite de una forma mucho más eficiente, en donde se tienen los mayores chances de encontrar solución a los desafíos que tiene hoy la humanidad.

Con un mayor grado de libertad se desarrollan potencialmente nuevas oportunidades. Y nuevas oportunidades también se traducen en innovaciones y soluciones. Quien se encuentra reducido a un estado de miseria y postración difícilmente tendrá en su cabeza alguna cosa distinta que su propia subsistencia. Aunque no poca parte la humanidad parece empecinada en querer devolverse a la época del tribalismo, luce difícil que la sociedad como un todo abandone por completo el camino del orden complejo que se traduce en mayor prosperidad y nivel de vida. Este empecinamiento por querer ser mejores terminará por triunfar, a pesar de tener numerosos enemigos, como lo atestigua la historia.