Muchos gobiernos del globo, explícita o implícitamente, al menos han atenuado sus conflictos políticos, a fin de hacer frente a la silenciosa e invisible tragedia sanitaria que azota al planeta. Por supuesto que han sido los gobiernos, al fin y al cabo detentan el poder, los que han propiciado esta suerte de treguas por darles algún nombre. Y a pesar de la ya muy nombrada pequeñez del liderazgo actual en el mundo, puesta de especial relieve ante la insólita y aterrante situación, en que sobresalen una abundancia de gobernantes psicópatas a lo mejor nunca vista, los efectos apaciguantes han hecho lo suyo. Claro que hay que sumar a más de la mitad de la especie encerrada en sus casas, sentada pascalianamente, hasta el punto de que uno de los grandes temores para cuando esto termine de pasar, vaya usted a saber cómo ni cuándo, es que nos hayamos acostumbrado a soportar los mandatos del poder, hasta los más arbitrarios, en abyecta mansedumbre: la hipérbole del control y el autoritarismo.
Para mantener la prudencia no nos sumemos a los abundantes profetas que nos relatan cómo vamos a quedar cuando haya algo que se pueda llamar, a lo mejor cínicamente, nueva normalidad. Teniendo claro que a la larga a casi todo se acostumbra uno, se vuelve rutina, sobre todo cuando no hay vuelta atrás posible. Pero sí parece claro que de lo más novedoso es que vamos a convencernos de que somos mucho menos de lo que solíamos pensar y que la humanidad lejos de ser una solemne e inmortal entidad metafísica es ante todo un conjunto biológico y numérico muy vulnerable. Sería de desear que ganara en humildad y solidaria conciencia de rebaño.
Entre las excepciones a la tendencia de dejar los conflictos colectivos para más luego, está la de nuestra gloriosa revolución bolivariana. Lejos de Maduro comportarse como un jefe de Estado, un estadista llaman, ha seguido su estilo malandroso, mendaz y cruel de siempre. No ha propiciado ningún encuentro con los partidos opositores, incluso ya la mesita ni se nombra, ni ha convocado a civiles ilustrados para armar estrategias sanitarias, alimenticias y otras que ayuden a la pronta batalla. Lo que se ve por ahí son cachuchas que ya sabemos qué cantidad de saberes protegen del sol tropical. Algún brujo cuyos consejos fueron sancionados en un tuit presidencial por peligrosa ignorancia, presidencial dije. O un gabinete que no habla, momificado, que rota y rota, y produce fenómenos como el general Quevedo, que logró la hazaña de enterrar el petróleo, que por el contrario se extrae, después de haber hecho promesas de cifras milagrosas. Y por ahí ya sabemos que anda la pléyade de colectivos, guerrilleros desvencijados, traficantes de muy diversa mercancía, milicianos seniles, cubanos enmascarados y proliferan los abusos y coimas policiales, los presos políticos, los atropellos contra periodistas y la libertad de expresión, las mentiras convertidas en la más permanente política del Estado.
Nosotros creemos que vamos a toda prisa hacia al abismo. Por eso nos asombra que el gobiernete ni siquiera ahora, paralítico, sin gasolina, con hambre en crecimiento feroz, sin defensas sanitarias mínimas para pasado mañana, no pueda tener un mínimo de gallardía, de decencia, de piedad con un pueblo que ha devastado. Y que es capaz de dejar morir ahora en grandes números para guardar el poder y la bolsa. Sin una mínima fibra moral que lo impida.
Pero también hay que decir que desconocemos el juego de la oposición de aquí y de allá, que creemos la única opción posible. No se oyen sino proclamas, a veces de grandes tonos. Ayer la enésima de Pompeo, anunciando la próxima apertura de la Embajada de Estados Unidos en Caracas porque Maduro ya está de partida. Si esto no lo hubiéramos oído tanto, y si nos sugirieran al menos cómo, se dice con tanto énfasis que hasta uno pudiese darle crédito.