Es la 1:30 am. Estoy contestando cartas de mis redes sociales. No puedo evitar preocuparme, aunque eso implique estarme «enganchando» en el problema de una persona, según decía mi adorado profesor, el doctor Savage.
Una niña de 16 años con tres marinovios, todos, excepto uno, por algún interés. No puedo evitar pensar en mi hija Estefanía, en mis sobrinas Sacha, Natalia y Nidia Josefina. Me preguntó: ¿Cuánto vale mi cuerpo? ¿Cuánto vale el cuerpo de mi hija? No existe dinero en el mundo que lo pueda comprar —ni devolver, si le pasara algo. ¡Dios la libre y me la cuide! Pero, para la niña que me escribió anoche, su cuerpecito no vale nada. La consulta de un médico, una salida a la discoteca, una «ayuda» económica.
Estoy alarmada de oír a dizque padres decirles a sus hijas que no se casen con pelados con J… Estoy cansada de oír a mujeres afirmar: «Yo no lo puedo dejar, porque él es quien me resuelve». Estoy preocupada por la cantidad de gente que no puede tomar decisiones, tienen amantes a quienes quieren, pero siguen con el marido o con la esposa por «los intereses económicos». ¿Cuánto vale tu cuerpo, tus sentimientos, tu alma? ¿Cuánto?
Para la niña de la carta, solo una consulta con un médico o unos centavos, para esas mujeres de los «ricos», una casa, un Mercedes, una villa en La Romana… Para algunos locos, como yo, todo el dinero del mundo no puede pagar ni su cuerpo, ni sus creencias, ni su alma. No existe nada que pueda comprar mi cuerpo que no sea el amor, la pasión, la confianza, el respeto, la dignidad y el afecto.
Mi cuerpo no tiene precio ni puede tenerlo porque es el templo de mi alma, de mi espíritu y de mis pensamientos. Mi cuerpo es el templo de mi dignidad y de mi respeto a mi persona.
La crisis económica nos está quitando todo. A muchos también les está quitando su autoestima, su respeto por sí mismo, su calidad como seres humanos. Nos estamos prostituyendo, todo tiene un precio. El sexo es algo que se da a cambio de «algo». Creo que es más seria una prostituta. Por lo menos dice lo que es y, en la mayoría de los casos, lo hace por razones psicológicas profundas, pero esta «liberalidad» mal entendida nos está llevando al caos.
El sexo debe ser un acto libre por amor, ejercido de manera responsable, no es una moneda para intercambiar. Los adultos debemos ser más respetuosos con los menores. Estoy casi segura de que los «marinovios» de esa niña de 16 años no son adolescentes. Uno de ellos es médico, por tanto son adultos. El daño no es solo al cuerpo, el peor daño es a la mente de esas niñas, a su futura vida afectiva y sexual. ¿Le gustaría que le hicieran eso a sus hijos? ¡Estoy segura de que no!