OPINIÓN

¿Cuánto daño le hace el madurismo al chavismo?

por Juan Francisco García Escalona Juan Francisco García Escalona

No pueden coexistir el chavismo y el madurismo

Dirigentes importantes que aún permanecen en el PSUV sostienen que ninguna fuerza política adversa a la “revolución” ha causado más daño al chavismo que el infligido por el propio madurismo. Ha sido Nicolás Maduro, en su obsesión por mantenerse en el poder, quien ha arremetido frontalmente contra la dirigencia chavista, militares afectos que acompañaron a Hugo Chávez desde sus inicios. Para este sector es imperdonable la simple consideración de destruir el legado de su comandante eterno, al punto de barrer  conquistas políticas, económicas y sociales del pueblo, representados en códigos, símbolos y hasta canciones de Alí Primera, arraigadas en lo más hondo de sus sentimientos por lo que fue una lucha que marcó un hito en la militancia del PSUV. Ahora no solo son invisibilizados, sino que la orden estriba en ir contra todo lo que represente la figura, imagen y recuerdo de su líder.

Internamente se hace incontenible el debate, ¿cuánto daño le hace el madurismo al chavismo? Las rupturas con dirigentes y burócratas connotados del mal llamado socialismo del siglo XXI se hacen presentes repetidamente y se pone de relieve en medio de la penetrante puñalada que se remueve en el alma de los militantes, puesto que no son soslayables las posiciones de los exministros, las críticas y exposiciones económicas de Jorge Giordani, o las conspiraciones del general Miguel Rodríguez Torres o de Rafael Ramírez, en la dimensión de creer que solo sobrevivirá el chavismo si se logra deponer al madurismo, quizás aquello de Julio Cortázar, Todos los fuegos el fuego, donde no importa bajo qué circunstancias se dé el fuego, siempre pasará lo mismo, el fuego estará quemando; no importa el momento de la historia en que se encienda nuevamente la llama, el fuego ha de consumir vorazmente los dos sectores que hilvanados del mismo origen no pueden existir en comunión del otro, porque los asisten las mismas ambiciones e intereses. Nada más propicio que el pensamiento de Arturo Pérez Reverte y su sentencia “cada cual tiene el diablo que se merece”, de manera que el chavismo y el madurismo hoy son perseguidos por sus propios demonios, azuzados vehementemente de un sector al otro.

Ahora bien, el madurismo en lo sucesivo experimentará con toda certeza las horas más oscuras, en el intento de detectar las conspiraciones que transcurren en lo más íntimo de su ecosistema,  limitado para responder los avances de quien se defiende del sucesor del comandante, quien una vez más se equivocó cuando vaticinaba los deseos de establecer el chavismo sin Chávez, sin si quiera pensar que se daría una estocada en su propia humanidad, y sería el madurismo su más poderoso detractor; sin embargo, el chavismo se defenderá en el ánimo de permanecer en el escenario político a futuro, negociando su suerte con todos los factores geopolíticos de poder, en un ajedrez angustiantemente movedizo.

Juan Guaidó, un liderazgo necesario y diferente

El chavismo-madurismo construyó dentro de su narrativa una coraza para su dirigencia, siendo el punto de partida de su política el desprestigio de los líderes opositores, a los que identifican como dignos representantes de las élites del país, de las clases dominantes, que históricamente menosprecian a los sectores populares. Así logran hacerse con un polo de fuerza, donde la población más desposeída siempre ha sido una fortaleza de apoyo social y electoral,  elevando a su máxima potencia las rivalidades entre ricos y pobres, un claro chantaje con el que solo han logrado hundir a toda la población en más pobreza.

Sin embargo, es bien sabido que “todo tiene su final” y las narrativas también se extinguen. La eclosión de Juan Guaidó ha significado eso, no solo por su origen humilde de La Guaira, desprovisto de toda riqueza material, o de su experiencia de vida de ser damnificado de la tragedia de Vargas y experimentar perderlo todo en medio de las vaguadas, condición que indudablemente moldeó su carácter transformándolo en un liderazgo diferente capaz de asumir con fuerza genuina la conducción de un país, atormentado y dividido en multiplicidad de corrientes y sectores, que dificultan muchas veces mantener una posición solida contra los arrebatos de locura de la dictadura.

Los ataques constantes, muchas veces impulsados de sectores internos de los partidos políticos de oposición, han provocado seguramente unas cuantas cascadas de emociones que aseguran una visión madura hasta en los momentos de mayor debilidad; sin embargo, la tolerancia y el liderazgo hacen comprender que hasta incluso aquellos que conspiran con el chavismo-madurismo para darle viaje fuera del contexto político serán necesarios a la hora de impulsar la reinstitucionalización del país y la vuelta a la democracia, nada menos atribuible que el pensamiento del Libertador Simón Bolívar: “Bienaventurados aquellos que corriendo entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preservasen su honor intacto”. Es sin lugar a dudas el liderazgo de Juan Guaidó una oportunidad para el encuentro de todos los venezolanos, y la construcción real de una fuerza social y política que posibilite salvar al país de la situación actual, durante la cual todos hemos perdido todo, e iniciar rápidamente la edificación inmediata de la Venezuela diferente, de la Venezuela del futuro, en la que las capacidades sean el eje transversal de la toma de decisiones y echar por tierra de una vez el odio, el rencor y el maltrato por razones políticas que tanto daño han causado en el curso de 22 años, abonados por Hugo Chávez y cosechado por Nicolás Maduro.

La campaña de desprestigio no es más que impotencia; el madurismo imperante, capaz de violar sistemáticamente los derechos humanos de la población, de torturar y asesinar salvajemente, intenta establecer fracasos en Juan Guaidó por el hecho de aún mantenerse en el poder, pero el análisis es inverso, con todo el poder y la corrupción que han cernido sobre el movimiento opositor,  el chavismo y el madurismo en su plenitud no han podido quebrantar la figura de Juan Gerardo Guaidó, quien abandera realmente la posibilidad de aglutinar a toda la oposición en un polo de fuerza contra la crisis social de la nación y contra el régimen en todas sus expresiones.

Ante esta posibilidad deben realizarse las elecciones primarias que, si bien no constituyen el escenario perfecto para salir de Nicolás Maduro porque será imposible tener elecciones 100% transparentes en el país mientras él esté en el poder, son una posibilidad agigantada para el remozamiento del cuerpo político opositor y la conquista de la confianza y las emociones de la población, que deberá decididamente acompañar la gestión del liderazgo político en procura de la libertad y la democracia de la nación.

El chavismo-madurismo no solo se prepara para los procesos electorales que están por venir, su propia confrontación interna también abre cauces para una transición, sea acordada o madrugada;  y, si estos sectores se preparan para una vía de esta naturaleza, será una lástima y una pérdida de valioso tiempo que los sectores opositores no lo avizoraran o lo negaran por simples mezquindades al liderazgo unificador de Juan Guaidó.

@jufraga12