La ferocidad de la respuesta de Occidente frente a la decisión de Rusia de invadir Ucrania debe tener a muchos líderes de China con sus barbas en remojo. Quienes están encargados de analizar la geopolítica mundial y tomar decisiones de política internacional y de seguridad en la potencia asiática hoy saben, de primera mano, hasta dónde es capaz de llegar una alianza liderada por Estados Unidos, en materia de sanciones y en materia de cooperación militar, cuando sienten que sus intereses o los intereses globales están siendo amenazados.
China se ha movido sinuosamente en las aguas de este particular episodio de la historia reciente. Su solidaridad con Moscú ha sido calibrada de manera minuciosa por sus estrategas para no pasar de una línea roja que ha sido trazada por quienes están a favor de Volodimir Zelenski, es decir, buena parte del mundo desarrollado. Hasta el presente lo ha conseguido.
Pero haber sido observador de primera fila del contundente efecto que la solidaridad occidental ha tenido en la economía rusa y en su desempeño militar debe ser una de las más dicientes lecciones que Pekín estaría extrayendo del episodio de la guerra de Rusia contra Ucrania y debería hacer pensar dos veces a su dirigencia en torno al caso de Taiwán.
Cada vez que en Pekín se menciona el tema de Taiwán, se trae a colación la reunificación de China como basamento de una eventual invasión de la isla, una versión algo forzada de la realidad porque nunca este territorio estuvo integrado a tierra firme de la manera que lo plantea el Partido Comunista de hoy y el propio Xi Jinping. Pero este abordaje sirve para lavarle la cara a China ante el mundo y es una fenomenal argumentación tierra adentro, donde se explota la unidad nacional como una verdad de fe y un elemento labrado con cincel a lo largo de los años en la mente de los nacionales del Imperio del Centro.
Sin embargo, el propio Xi conoce la importancia estratégica que Taiwán tiene para el mundo entero, que deriva de su fortaleza como primera potencia en la producción de semiconductores, elementos requeridos imperativamente por la industria mundial en casi todos los sectores. Una cifra a retener es que en Taiwán detenta dos terceras partes de la producción mundial de chips. Una eventual invasión de China a la isla comprometería severamente el acceso chino a los mercados globales como consecuencia de una reacción en cadena de los afectados comenzando por Estados Unidos. El poder de las coaliciones internacionales se mostraría allí con toda su fuerza.
Hoy por hoy, a los líderes chinos les resulta imposible asumir que Occidente no actuará muy agresivamente en caso de encontrarse frente a una situación que lesione su economía y su estabilidad como ocurriría en el caso del uso de la fuerza en Taiwán. Los vínculos emocionales, legales e históricos de Washington con este país son bastante más cercanos que los que lo atan a Ucrania.
Una invasión china a Taiwán despertaría una reacción mucho más contundente que en el caso de Ucrania y el riesgo nacional y global que asumiría la primera potencia planetaria sería mucho más decisivo. Ello, sin duda alguna, desataría una verdadera guerra económica mundial en la que el país de Asia no saldría bien parado.