Cierto que somos suicidas porque igual asesinos, sin excepción, pero debemos buscar la mira adecuada para francotiradores: no somos los objetivos de la guerra a muerte que nos declararon los socialistas-terroristas en Suramérica.

Un mes antes del advenimiento del año 2020, un amigo de origen europeo fue atracado frente a un banco para robarle un celular cuya función Whatsapp le permitía comunicarse con familiares-amigos en Venezuela y en el exterior. Lo vi en la Calle de la Mercadería Caótica [Avenida 02 de Mérida] abrumado, y comenzó inferir que se suicidaría. Vive de la mísera pensión que ofrecen los terroristas al mando de la que fue nuestra república a quienes somos sus rehenes en Venezuela, con la cual solo puede adquirir uno o dos alimentos básicos cualquier persona en un país intervenido por el crimen político-financiero-militar organizado.

Salvé su vida obsequiándole un celular sencillo, sin Whatsapp, que igual son costosos para quienes fuimos empujados a experimentar penurias socialistas-terroristas, pero servible. No estaría incomunicado con seres amados que lo auxilian, enviándole remesas desde Italia. Cuando lo escuchaba trémulo, exasperado, recordé causas distintas para quitarnos la existencia. Como la intelectual fundamental-principista que, una noche, intentamos [ebrios] el poeta Juan Calzadilla y yo desde el balcón de un apartamento que ocupaba Ludovico Silva en el séptimo piso de un edificio. Estábamos convencidos de partir de este mundo, sin causales económicas o afectivas, pero filosóficas. Celebrábamos uno de los cumpleaños (Caracas, 1979) del autor de In Vino Veritas.

El suicidio estaba entre las temáticas recurrentes cuando Calzadilla y yo interactuábamos, en un bar de la urbanización Las Mercedes donde, con frecuencia, almorzábamos y bebíamos cerveza.

A mi amigo italiano, suicida en grado de frustración, como yo, logré persuadir que no somos objetivos de guerra a muerte en un mundo sin fiables soluciones políticas que impulsen prosperidad masiva: orden social, equidad, justicia, respeto por los derechos universales del hombre. Pero, hubo otro, durante los primeros días del mes de enero de 2020, al cual no logré persuadir adhiriera a mi expuesta tesis.

Adscrito a la Universidad de los Andes, pensador y escritor inédito, agitaba sus brazos para pronunciar que el socialismo es la caca de Karl Marx conservada históricamente. Le regalé el único ejemplar que tenía de Dionisia, cuya fantástica trama pudiera alejarlo de las ideas suicidas que enmascaraba en sus discursos políticos-filosóficos contestatarios. Pero, no podía alimentarse, comprar ropas, vacacionar e igual proveer a su familia con las remuneraciones que tenemos los universitarios en moneda nacional sin valor.

Él ya había leído mi libro Desahuciados, y aseveró que los ciudadanos venezolanos somos personajes de esa narración. Con una trama novelesca le mostré, primero, la condenación: empero, luego quise trasladarlo hacia una dimensión fantástica para impedir que se suicidara. Con un bisturí, cortó sus venas, cuello y luego se ahorcó. La mañana siguiente de una plática esclarecedora, que desestimó.

(@jurescritor)


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