El último comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana destaca que al país lo está golpeando una espiral de violencia, desatada por el régimen madurista, en su intento de neutralizar a las bandas criminales que otrora fungían como colectivos afines al chavismo y que actúan en unas supuestas zonas protegidas llamadas “de paz”. En su errático accionar han quedado al descubierto como responsables del engendro de muertes, heridos y sangre provocado. Las cifras arrojan el saldo de 4 funcionarios policiales y 22 supuestos delincuentes muertos en los enfrentamientos, y más de 30 heridos. Según voceros de la comunidad han pagado justos por pecadores.
Todo esto es responsabilidad, apunta la Conferencia Episcopal, “del fracaso de un modelo social y productivo, que por años ha pulverizado el salario de los venezolanos. Como también del uso de la violencia desde el poder como arma política, a diestra y siniestra, de palabra y obra, como amenaza y como hecho consumado”. Por tanto “si quienes detentan el poder no tienen otro medio para imponer su ideología trasnochada que el de la fuerza y la violencia, no hace falta esperar demasiado para observar una respuesta igualmente violenta”. La violencia genera violencia y un régimen de fuerza o facto no deja espacio para otra opción. Lo mismo pasa con la política, si se cierran los caminos para la actuación cívica y el derecho de la fuerza y no la fuerza del derecho, se justifica cualquier vía y cualquier cosa. El peor de los mundos.
Continúa la Iglesia: “Si el régimen ha hecho todo cuanto ha podido para hacer imposible que los ciudadanos puedan ganarse la vida de una manera digna y suficiente, tampoco sorprende que haya quienes busquen ganarse la vida por medios delictivos”. Hoy hay hambre en Venezuela, lo que había desaparecido con el petróleo y su desarrollo. Hay incluso hurtos famélicos.
La Conferencia de Obispos de Venezuela ha denunciado también que los cuerpos de seguridad del Estado están involucrados en graves hechos de corrupción, por lo que muchos de sus funcionarios “han dejado de ser garantes de la seguridad y la convivencia pacífica”. Con salarios de hambre, no hay nada más peligroso que un hombre armado, con uniforme, carnet oficial y fusil. “Es un fracaso del Estado como garante de la seguridad y de la paz. El habitual respeto a la autoridad se ha transformado en desconfianza y temor a la autoridad, en vista de la distorsión de las irregulares funciones que hoy cumplen, incluyendo la extorsión y el soborno”.
Para todos resulta obvio que no pocos miembros de los cuerpos de seguridad han abandonado por completo vastas regiones del país, especialmente las zonas rurales y populares. Tenemos un régimen que no controla zonas enteras del país, que han caído en manos de la guerrilla, el narcotráfico, el crimen organizado y de jerarcas gubernamentales. La mejor prueba es lo que acaba de suceder en la Cota 905, donde los principales responsables siguen en libertad plena. Mientras tanto se acosa a Juan Guaidó y se hace preso a Freddy Guevara, quien no ha hecho otra cosa que mantener una conducta digna y confiar en la amnistía que se le concedió y ahora se traiciona. Con él caen en desgracia otros dirigentes políticos de oposición.
Para finalizar, indica la Iglesia: “Hoy nuestro llamado como pastores es primero a respetar la vida de todo ser humano. Todos somos seres dignos, todos somos hermanos, todos somos Hijos de Dios y todos estamos llamados al amor”. Frente al odio inoculado por el régimen no queda otra respuesta que el mensaje del amor, al que nos llama la Iglesia.
@OscarArnal
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