OPINIÓN

Cuando éramos felices

por Juan Marcos Colmenares Juan Marcos Colmenares

Pacto de Puntofijo

Los que nacimos en Venezuela en la década de los cincuenta tuvimos un gran país, con oportunidades de estudios, con trabajos estables, con sueldos altos, con una sana alimentación, con servicios médicos de calidad; y con una estabilidad institucional donde se respetaban las libertades y donde prevalecía la ley.

Éramos una de las democracias más antiguas y estables de la región, que rechazábamos firmemente las dictaduras y los regímenes militares que afectaban a los países de Latinoamérica. Teníamos un sistema político abierto de partidos políticos, que competían en elecciones y que pacíficamente se alternaban en el poder. Tuvimos un importante sistema de seguridad social, atención médica, red pública hospitalaria y de seguridad alimentaria. La educación era gratuita desde la primaria hasta la universidad; gracias a lo cual, nuestros jóvenes se insertaban en un camino seguro de progreso, movilidad y ascenso económico y social. Fuimos una república civil que le aportó al país civilidad, legalidad, estabilidad política y desarrollo pleno, en el mejor y más largo período democrático de toda nuestra historia. Nuestro sistema político se convirtió en una democracia contemporánea, cuando Rómulo Betancourt (AD), Rafael Caldera (Copei) y Jóvito Villalba (URD), en 1957 suscribieron el Pacto de Puntofijo.

Éramos un país emergente en vías de desarrollo, con una economía en transición gracias al petróleo, a la aplicación de acertadas políticas públicas y a la administración de Pdvsa por expertos gerentes venezolanos. Una empresa que fue catalogada mundialmente como la tercera empresa petrolera y clasificada por la revista internacional Fortune como la empresa número 35 entre las 500 más grandes del mundo. Tenía 24 refinerías: 18 en el exterior y 6 en el país, entre ellas la refinería más grande del mundo: el Complejo Refinador Paraguaná en el estado Falcón; así como las refinerías de Puerto La Cruz y El Palito. Entre sus activos internacionales estaban Citgo (con 8 refinerías en Estados Unidos, en Corpus Christi, Houston, Illinois, Nueva Jersey, Sweeny, 2 en Luisiana, y Savannah en Georgia); la Ruhr Oil en Alemania; la empresa Nynäs Petroleum en Suecia (con las refinerías de Nynasshamn en Suecia y Antwerp en Bélgica, así como las ubicadas en el Reino Unido) y las situadas en el Caribe; 20% de acciones en la empresa canadiense, Enbridge; y 49% de la refinería de República Dominicana, conocida como Refidomsa.

La clase media venezolana, que para la década de 1970 comprendía 50% de la población, fue la muestra del éxito alcanzado y el producto de las oportunidades de ascenso social: hombres y mujeres que eran los primeros de sus familias en graduarse de bachiller, los primeros en ir a la universidad y en salir al exterior, muchas veces con una beca para hacer posgrado.

Éramos la envidia, en una región dominada por las dictaduras y las guerras civiles, como primera exportadora mundial de petróleo, con el promedio de crecimiento económico más alto del mundo, con varias décadas de paz y un sistema de libertades. Entre 1960 y 1980 el promedio de crecimiento de los países desarrollados fue 3,1%, de los países latinoamericanos 2,1% y de Venezuela fue 3,8%. El PIB por habitante del primer mundo era en 1976 de 4.347 dólares, en Latinoamérica 898 dólares y en Venezuela 1.344 dólares. Pero, estábamos entre los países más desiguales del mundo porque 70% de nuestros ingresos era recibido por 20% de la población.

Sin embargo, llegó el momento que los precios petroleros cayeron, los recursos económicos disminuyeron y no fue posible repartir la torta por igual. El ingreso de los venezolanos bajó sistemáticamente y la inflación afectó el salario. Fue cuando los resentidos sociales votaron por un candidato que prometió demoler el sistema político; y Chávez devastó el país con expropiaciones caóticas y a gran escala, desastrosos controles de precios y de cambio, regulaciones sofocantes y una guerra desenfrenada contra el sector privado.

Hoy Venezuela es un país destruido, empobrecido, saqueado y apresado. O como opina Lech Walesa, líder del sindicato Solidaridad, expresidente de Polonia y premio Nobel de la Paz 1993: “El caso de Venezuela es único y jamás se había parecido a nada, como los nazis que también fueron únicos. Venezuela es un caso para estudiar en la historia a futuro, es un país que está secuestrado por un grupo de neotraficantes y terroristas. Es un Estado secuestrado por un grupo criminal que, más temprano que tarde, tendrá que ser intervenido por las fuerzas de coalición internacional para preservar la paz mundial”.

Pero todavía existe un capital humano representado en tres cuartas partes del país, que no nos hemos rendido y que estamos dispuestos a continuar luchando en todos los ámbitos, para recuperar la democracia y la libertad.

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