Quiero comenzar contándole a los lectores de este espacio lo siguiente: está en proceso la borradura digital de Tareck el Aissami. Antes de escribir este artículo he visitado, a través de enlaces o de forma directa, distintas páginas web del régimen y me he encontrado con que la información que mostraba a El Aissami con Chávez, con Maduro, con Cabello, en actos de masas, en cónclaves del PSUV, como protagonista de noticias que fueron publicadas en medios gubernamentales, producto de los numerosos cargos públicos que ha ocupado, desde el año 2007 en adelante, ha desaparecido o el acceso ha sido bloqueado.
Cualquier lector que conozca, aunque sea de forma somera, las complejidades de la red, podrá suponer que el cumplimiento de ese objetivo es una operación de amplia envergadura. Son muchas las personas que deben estar ocupándose, ahora mismo, de la tarea de borrar a El Aissami de la historia reciente venezolana. Por lo tanto, es evidente que para cumplir con ese propósito, se tiene que haber producido una orden emanada de la cabeza misma del régimen. La orden la debe haber dado Maduro, con el apoyo de Cabello, Padrino López y otros jefes del régimen.
Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla, por mucho dinero, muchos expertos y muchas horas de trabajo que le dediquen al objetivo. No lo es porque El Aissami ha sido y todavía es un hombre muy poderoso, no solo por las funciones públicas que ha desempeñado, sino también por la estructura tentacular que construyó, por más de 15 años, y que estaba y está constituida por militares activos, dirigentes políticos, empresarios venezolanos, operadores internacionales del mercado petrolero, periodistas, testaferros, negociantes del narcotráfico, señoritas de la buena vida, dirigentes de grupos radicales del Medio Oriente, embajadores y un sinfín de relaciones y lazos con muchos otros sectores, dentro y fuera de Venezuela.
De hecho, en los análisis realizados por distintos organismos de inteligencia, cuando se comparan las redes de relaciones ─socios, aliados, negocios, calidad de los compromisos, proyección de los intereses, etcétera─, queda claro que la de El Aissami es la red más poderosa de relaciones internacionales del régimen (la de Cabello, es poderosa en los pasillos de la burocracia del Estado, y compite con Padrino López, por la preeminencia en el control, influencia y decisiones en todos los componentes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana).
Pero, insisto, no es fácil “desaparecer” la presencia pública, la memoria de un señor que fue ungido en Aló, Presidente por el mismísimo Chávez en más de una oportunidad; que fue diputado a la Asamblea Nacional por el estado Mérida; que ostentó dos o tres vicepresidencias en la estructura nacional del PSUV en la zona centro occidental del territorio; que fue viceministro de Seguridad Ciudadana y que, al dejar el cargo, lo puso en manos de uno de los militares que se convertiría en una de sus fichas más leales: el general Néstor Reverol; que de viceministro pasó a ministro del Interior, donde estuvo cuatro años ─2008 a 2012─, tiempo en el que, además de fundar ese cuerpo criminal que es la Policía Nacional Bolivariana, amarró poderosos lazos con alcaldes, gobernadores y jefes militares de los REDI y los ZODI; que fue gobernador de Aragua, cargo al que llegó prometiendo que esa región se convertiría en la más segura del país, con los resultados que ya conocemos: es uno de los tres estados que encabeza las estadísticas de criminalidad.
Durante su fallido ejercicio como gobernador de Aragua, El Aissami procedió a estrechar sus lazos con Maduro. Como bien saben los funcionarios de la gobernación y los periodistas de esa región, a partir de 2014 y hasta que fue designado vicepresidente ejecutivo, en enero de 2017, El Aissami se instaló en Caracas ─entre Miraflores y el Fuerte Tiuna─, y apenas se le veía en Maracay. Es entonces cuando, tras su designación como vicepresidente, que logró convertirse en el hombre de mayor confianza de Maduro, prácticamente el único sujeto fuera del clan familiar, que logró traspasar la barrera del nepotismo congénito de la mafia Maduro & Flores & Gavidia. El Aissami se atribuye haber sido un factor de peso en la decisión de impulsar a Nicolasito hacia la esfera de la política y los negocios e, incluso, de haberlo aconsejado al respecto.
En la intimidad familiar, El Aissami continuó acrecentando su cosecha: ministro de Industrias y Producción Nacional, ministro de Petróleo, jefazo del PSUV y más, cargos desde los que, con habilidad indiscutible, hizo crecer sus redes hacia las empresas básicas, hacia el sector petrolero, hacia el sindicalismo en Bolívar, Anzoátegui y Zulia, redes que han incorporado a contratistas, constructores, importadores, dueños de bodegones, nuevos propietarios de viejas empresas y más. El Aissami llegó a detentar tanto poder, hasta su caída en marzo, que se daba el lujo de negar el acceso a los negocios petroleros a gente que llegaba recomendada nada menos que por la familia presidencial.
Toda la relación anterior contesta en alguna medida a la pregunta de este artículo: a El Aissami no lo han llevado a un calabozo de verdad porque no ha dejado de ser un hombre poderoso, especialmente en el mundo militar. No en balde, entre sus amigos, se refieren a él como “el general”. El poderío de sus relaciones internacionales también se ha hecho sentir en esta coyuntura: gobiernos y grupos del islamismo radical, han enviado mensajes a Miraflores expresando su malestar y preocupación por las acusaciones “innecesarias” o “sin fundamento” que se han emitido con El Aissami.
Estamos en el umbral del 5 de julio, fecha en que serán anunciados los ascensos militares. Este año, el problema fundamental, el de administrar las guerras internas y otorgar ascensos y prebendas a los grupos principales, se enfrenta con un delicado asunto: entre los llamados a ocupar los más altos cargos de conducción militar, a partir de ahora, están varios amigos, afectos y operadores de El Aissami. Maduro ha ordenado desmontar, paso a paso, la estructura de poder y las redes de influencia de su “hermano Tareck”. Eso no solo explica el cúmulo de detenciones, algunas muy controversiales, como las recientes de los sindicalistas de Ciudad Guayana. ¿Qué harán Padrino López y Cabello? ¿Se cargarán a los militares amigos de El Aissami, para así allanar el camino a su detención y enjuiciamiento, o tendrán que esperar a mejores tiempos, a la espera de que la turbulencia del caso disminuya, especialmente en los cuarteles?
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