Palacio de las Academias

Listo. El régimen del terror, este implacable, de Venezuela tomó la decisión definitiva de liquidar las universidades, apropiándoselas, expropiándolas, robándoselas al país. Es un hecho, se fueron a la médula, a la economía, a la administración, al elemental pago de sueldos. Se lo llevaron a Patria. Sin consulta. Con una orden. Desoyendo cualquier, irrelevante para ellos, planteamiento contrario. Una faceta más y mejorada del abuso del poder que ha caracterizado a estos malandros que se han enquistado hasta ahora en el manejo de la nación.

Los universitarios y la sociedad venezolana en general tenemos de nuevo una dura encrucijada. Una irrenunciable obligación. Con dos posibilidades vislumbrables. Dejar pasar nuevamente, ocultando cabeza en tierra, permitiendo el mayor avance del totalitarismo en ciernes, o: no esquivar el lance huyendo, sino enfrentar a todo riesgo al peligroso enemigo. Esto último me parece lo más conveniente. Si tomamos en cuenta que el avance de los terroristas posee el sentido de escapar pavorosamente, haciendo que asusta, hacia adelante.

La universidad, los universitarios, debemos cerrar filas definitivas sobre nosotros y nuestras instituciones y encarar con la mayor valentía la situación. No se trata de evitar la intervención. Se trata de revertirla. Para ello se han intentado recursos legales y políticos, como la solicitud de nulidad de la medida o la reunión de la Asociación Venezolana de Rectores Universitarios (Averu) con los esbirros de flux. Un necesario trámite, para dejar constancia escrita y una conversa que resultó en burla, otra más, como la de los diálogos, las negociaciones o la última jornada de (im)posibles acuerdos con los empresarios.

El desafío a la universidad por parte de quienes usan el terror como política de Estado debe ser respondido políticamente. Con las inmensas fortalezas de nuestra tradición histórica, académica y socio-cultural. Con un gran encuentro prospectivo. En el Aula Magna, como aquel en defensa de la autonomía. Pero de mayor proyección, pues se trata de defender la universidad con miras a encaminar el desencadenamiento del país. La respuesta al opresor ha de ser contundente. Con autoridades y exautoridades. Con líderes estudiantiles y sus predecesores. Con cabezas gremiales, sindicales y sus precedentes. Un encuentro que coordine y fortalezca la organización política para blindar la universidad. Con la necesaria repercusión internacional. Donde nos veamos, hablemos y vislumbremos senderos. Donde, sin prurito alguno, convoquemos a las fuerzas políticas y sociales a acompañar la actividad: partidos, iglesias, empresarios, sociedad civil en general, cuerpo diplomático establecido en Venezuela.

La universidad debe aprovechar esta valiosa oportunidad que brinda el desmesurado ataque contra ella para que se rebelen todas las fuerzas vivas que estén o no adormecidas y editar una faena proclive a la modificación mayor de la problemática que debe ser volteada en función de la libertad, la constitucionalidad, la paz ciudadana e institucional. Es momento para que la universidad cumpla parte fundamental de su rol: intervenir en la búsqueda de  clarificación política, social y económica. Ya no hay que escurrirle más el bulto.


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