La Provincia de Carabobo, en sus inicios, no solo abarcó un extenso territorio que comprendía los estados Lara, Yaracuy y Cojedes, además de Ocumare de la Costa y, obviamente, el territorio carabobeño, sino también importantes ríos y el formidable lago de Tacarigua o de Valencia, cuerpo de agua que en tiempos remotos se estimó en unas 22 leguas cuadradas, aproximadamente 680 Km2, aunque su superficie se ha venido reduciendo aceleradamente producto del desecamiento. Se trata de un territorio que demandó de las autoridades provinciales, tempranamente, políticas para la construcción y mantenimiento de caminos y carreteras, así como el fomento de la navegación.
En diciembre de 1843, la Diputación Provincial de Carabobo autorizó a los Concejos Municipales de San Carlos y Pao para hacer navegables los ríos de estos mismos nombres, valiéndose para ello de empresarios, quedando facultadas las municipalidades para fijar el impuesto que aplicaría al pasaje de las embarcaciones y su recaudación.
La navegación a vapor a través del lago ofrecía la posibilidad de movilizar los productos de Aragua y Guárico a Valencia y Puerto Cabello. Sin embargo, los primeros intentos de ver materializada esta aspiración resultaron fallidos, como bien lo relata don Rafael Saturno Guerra, en su ameno libro Cristal de Tradición (1964). Así, en 1842 la Diputación Provincial dictó una Ordenanza sobre navegación del lago, disponiendo que el Gobernador de la Provincia convocara a todos los propietarios o arrendatarios de las propiedades situadas a las márgenes de aquél, para una reunión con el objeto de tratar acerca de la utilidad de fomentar la navegación en el lago, facilitando la movilización de los productos a los lugares de consumo. La Ordenanza obligaba, además, a los particulares a construir en su propiedad un pequeño muelle, de madera o de cualquier otro material, que permitiera el fácil atraque, embarque y desembarque de tales productos.
El gobierno provincial, a cambio, se obligaba a construir una carretera de siete varas de ancho en línea recta, desde El Morro de Valencia hasta un punto intermedio entre las bocas de los ríos Valencia y San Diego o Guayos; en el punto en que terminara la carretera en referencia, instalar un muelle de ocho a doce varas de ancho, que podría ser ampliado según la necesidad; levantar un almacén de tejas y paredes para el depósito de los frutos, mercancías o efectos; y a través de la Junta del Camino Carretero de Valencia a Puerto Cabello, hacer venir los carpinteros de ribera necesarios para la construcción de las embarcaciones que los propietarios deseasen construir, adoptando las formas de las que en Curazao llamaban Ponches, u otra que se creyera conveniente. La Junta del Camino de Puerto Cabello a Valencia disponía de 5.000 pesos del tesoro provincial para dar inicio a los trabajos que, lamentablemente, nunca se concretaron.
Igual suerte correrá otro proyecto aprobado en diciembre de 1847 por la Diputación Provincial, cuando contrató con el ingeniero polaco Alberto Lutowsky y Bernardo Escorihuela el derecho exclusivo por 18 años de navegar con vapores la parte de la Laguna de Tacarigua correspondiente a Carabobo. El contrato era por demás generoso, pues también se concedía a los contratistas un empréstito de 10.000 pesos, por 4 años y sin intereses, con la finalidad de ayudarles en la ejecución del proyecto, considerado para entonces de enorme importancia económica y transcendental para el progreso de la región. La Ordenanza que le sirvió de fundamento fue derogada por resolución del 9 de diciembre de 1848, debido al estado de las rentas gubernamentales, imposibilitadas de otorgar el empréstito a los contratistas para poner en marcha el proyecto.
No será sino a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando, finalmente, se concreta una propuesta para la navegación a vapor en las aguas lacustres, producto del privilegio concedido a Rafael Urdaneta en sociedad con Guillermo Arriens, mediante la Ordenanza del 11 de diciembre de 1851. Alfredo Schael y Fabián Capecchi, en su bien documentada obra De Babor a Estribor: Reseñas de la Navegación en Venezuela (Ramón A. Rivero-Blanco Editor, 2012), señalan que «la introducción del vapor tuvo lugar a finales de noviembre de 1851 cuando desde el puerto de El Javillo zarpó una hermosa lancha a la cual había subido como invitados de Urdaneta y Arriens, Miguel Martínez, Gobernador de Carabobo y Guillermo Tell Villegas, de Aragua, entre otras personas agasajadas durante la travesía El Javillo-Arenal, en jurisdicción de Maracay, desde donde regresaron en horas de tarde luego de servido un verdadero banquete, a las cercanías de Los Guayos, donde atracó la embarcación». Al contratista se le había fijado un lapso de 18 meses desde la aprobación de la ordenanza a fin de poner en funcionamiento el vapor, lo que se vio retardado en razón de la Revolución de Mayo y el estado de la carretera del puerto que imposibilitaron el traslado de la maquinaría del vapor, obligando al Gobernador de la época – Miguel Martínez– a explicar en su Exposición anual a la Diputación Provincial lo sucedido y abogar por el contratista: «Así es la verdad. Cónstale al Magistrado que la maquinaria del vapor destinado para la navegación del Lago de Tacarigua estaba en Puerto Cabello en el mes de julio próximo pasado [1853]; también algunos puentes del camino carretero estaban destruidos, y por consiguiente en incapacidad de permitir el paso de la maquinaria mencionada…». Insistía el gobernante regional que, en todo caso, ya el vapor estaba disponible y el contratista había iniciado contactos con los cantones de la Victoria, Cura, Turmero, Maracay Valencia para dar inicio al servicio, solicitando de los legisladores recursos para la canalización del lago y urgiéndolos a estrechar lazos entre las provincias vecinas de Carabobo y Aragua.
Lo cierto es que en 1853 el vapor Urdaneta ya surcaba las aguas del lago, que por entonces verá otro contratista y ahora competidor de nombre Miguel Caballero. En 1854 se apertura Puerto Urdaneta para atender el vapor de Urdaneta y Arriens que navegaba lunes, miércoles y viernes tocando diversos puntos del lago y facilitando el transporte de mercancías desde la Victoria a Valencia, a razón de 11 reales por cada 200 libras y ocho reales de Valencia a Puerto Cabello.
Sin embargo, esta aventura mercantil no estuvo exenta de dificultades y riesgos, por lo que no es de extrañar que los mandatarios de turno abogaran por su suerte En su mensaje de 1856 a la Diputación Provincial, el Gobernador J. Castro señala: «Es sensible que un establecimiento tan útil como éste, no haya podido aun desarrollarse de una manera proporcionada a las exigencias de la agricultura y del comercio, y que los esfuerzos incesantes de su empresario sean todavía infructuosos. Las justas esperanzas concebidas por éste, se hallan si no frustradas, aplazadas por lo menos, a causa de las innumerables dificultades con que ha tropezado a cada paso, inherentes las unas a la naturaleza de su industria, nueva en el país, y complicada, las otras originadas de los trastornos políticos, y las más debidas a las faltas de elementos necesarios para montarla desde el principio en un pie proporcionado a sus variadas e importantes operaciones. Los resultados, sin embargo, bien que en pequeña escala y poco satisfactorios para la empresa misma, han sido provechosos para la provincia, y ya es fácil prever la grande influencia que esta nueva vía esta llamada a ejercer en el desarrollo de nuestra riqueza…()… La navegación por vapor en la Laguna, es indudablemente una rica fuente de progreso para Aragua y Carabobo, y será bien lamentable que llegase a paralizarse; porque una empresa frustrada produce el desaliento, y pasaran largos años sin que otros individuos se atreviesen a acometerla, quedando así privadas indefinidamente estas provincias, principalmente Carabobo que reporta más ventajas, de uno de sus principales elementos de riqueza. Por esto pido a la Gobernación obtenga de la Honorable Cámara provincial, todo género de protección a esta empresa…».
Interesantes datos relativos a las primeras décadas del siglo pasado, nos aportan Schael y Capecchi. En tiempos de Juan Vicente Gómez, y dicen que para servir a sus fincas ubicadas en el Sur del lago, otros vapores entran en servicio, el Valencia y el Valencia I, y ya en los años treinta el Valencia II y el Tacarigua (cuyo naufragio hoy puede observarse en las riberas del lago, sector Yuma) que sirvieron para el traslado de las cosechas y el ganado desde las haciendas del general Gómez y su compadre Antonio Pimentel, ubicadas en Güigüe: La Linda, El Trompillo, Yuma, Altamira y Copetón. Décadas más tarde, el lago gozó del tráfico de embarcaciones deportivas y otras barcazas que servían a la Isla del Burro, en tiempos en que funcionaba como prisión.
Desafortunadamente, los vapores desaparecieron y con ellos el tímido tráfico, sucumbiendo principalmente ante el transporte carretero y el combustible barato. Nunca pudo convertirse el lago en camino navegable franco para servir al inmenso granero de Carabobo y Aragua, del que alguna vez nos habló don Rafael Saturno Guerra.
@PepeSabatino
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