Los Fabelman de Steven Spielberg es una atinada y conmovedora mezcla de ficción y elementos biográficos, que sorprende por su solidez. A medio camino entre el relato vivencial y una fantasía sublime, es quizás una de las mejores películas del año.
Sammy (Mateo Zoryon) tiene un considerable talento, pero a sus ocho años todavía no lo sabe. Lo descubrirá el primer día que su padre Burt (Paul Dano) le lleve al cine. Lo sabrá con tanta claridad, con un ímpetu tan total y radiante, que cambiará su vida. “No puedo pensar en nada que en cine”, dice el pequeño Sammy a su madre Mitzi (Michelle Williams). Para entonces, intenta como puede recrear la última gran escena del filme que acaba de ver en pantalla.
En su mente, todo son imágenes. Todo es un tipo de impulso creativo que va más allá de la curiosidad o de la experimentación. Todavía no lo sabe, pero el niño al que Burt llevó para admirar “el más grande de los espectáculos”, dedicará su vida a lo cinematográfico. Pero también, a buscar, a través del idioma del cine, la felicidad.
Es complicado describir Los Fabelman, con su combinación asombrosa entre el elemento biográfico y la ficción. En especial, el escenario híbrido en que se mueve su argumento. Es evidente que se trata de la vida de su director — reconvertida y construida a la medida de una fábula sobre la ambición creativa — pero también, algo más. Ese punto de fractura, es la percepción de la historia como el centro de una mirada amplia y bien construida sobre el valor del arte.
Spielberg, veterano consumado en narrar historias basadas en el asombro y en la importancia de lo humano, encuentra en su propia vida la mejor narración. Desde la primera escena — en la que la cámara se desliza con una articulada y plástica elocuencia — Los Fabelman cuenta un relato pequeño destinado a ser grande.
Pero no de proezas fantásticas o mundos inexplicables. El gran y admirable destino de Sammy es el arte. Demostrar su innegable talento que deslumbra por el mero de ser portentoso. Este niño que se enamoró del cine casi de inmediato sabe también que la pantalla grande es una puerta. ¿Hacia dónde? Es la gran pregunta que intenta responder el filme.
Desear, crear, que la felicidad sea un diálogo con la belleza
En una época en que todos los argumentos cinematográficos tienden a lo cínico, la desconstrucción y las dobles lecturas, Los Fabelmans es curiosamente amable. Podría ser incluso ingenua, a no ser porque el guion escrito a cuatro manos entre Spielberg y Tony Kushner es lo suficientemente ingenioso para evitarlo. Este biopic que no pretende serlo, se acerca al relato vivencial puro solo cuando lo necesita, para después volver a los terrenos de los fabulados.
La cámara mira los experimentos de Sammy con la imagen como pequeños descubrimientos de capital importancia. Como si se tratara de prodigios que acaecen con base en la experimentación fortuita. “Magia”, dice Sammy, desconcertado por la emoción, la maravilla y el asombro de ver las imágenes en su mente reproducidas en el mundo material. “Magia”, repite Mitzi, que comprende muy pronto que su hijo es excepcional. Más de lo que puede entender de inmediato. De lo que podrá profundizar a medida que Sammy comienza a descubrir el verdadero potencial de narrar en imágenes.
Porque Sammy encuentra en el cine un espacio de gigantesca posibilidad. No se trata solo de filmar, se trata de crear vida. Buena parte del guion convierte el hecho del cine en una especie de despertar mitológico al que la Familia Fabelman despierta entre un desconcierto inocente. Sammy crea, pero su capacidad para mirar lo que el cine puede hacer va mucho más allá de lo que Burt y Mitzi pueden entender en un principio. Por extraño que parezca, Spielberg no intenta engrandecer su figura o narrar si vida como u hecho apoteósico. Los Fabelmans está interesada en los pequeños y airosos milagros que se vinculan entre sí, que convierten el arte, la capacidad creativa y la voluntad en hechos. En obras, en portentos artísticos, incluso desde una edad muy temprana.
Por supuesto, para Mitzi, la capacidad del impulso creativo no es del todo desconocido. Como exconcertista de piano sabe el poder de lo que el arte puede transmutar. Spielberg utiliza la combinación para enlazar la idea del pasado y del futuro en una línea elegante sobre las aspiraciones. Algo que también logra a través de Burt, el primer Fabelman en interesarse por el cine. Pareciera que el entorno artístico permite que Sammy pueda sentir que su necesidad de construir y dialogar con imágenes es algo natural. Pero Spielberg desea que lo que se muestra en pantalla sea mucho más que una experiencia de crecimiento.
El filme es una mezcla sublime de imágenes de belleza conmovedora y también, de una agilidad sorprendente y flexible. De pronto, los primeros intentos de Sammy por duplicar la magia del cine se convierten en algo más. En una línea cuidadosa hacia estratos más profundos del autodescubrimiento. Cine y la rápida madurez de Sammy se convierten en una sola cosa. En una poderosa versión sobre la realidad y cómo afrontamos su dureza. En la forma en que el arte es la respuesta inmediata y profunda hacia lugares más profundos, elaborados y narrados de manera impecable de la experiencia humana.
Claro está, Spielberg hace lo mejor sabe hace. La cámara se convierte en una intrusa, después en un testigo a cierta distancia. La paleta de colores varia, se hace vívida cuando Sammy descubre la capacidad del cine para manipular, divertir, hacer llorar. Después, la luz se desplaza como una guía a través de espacios embellecidos por ángulos delicados. Todo en Los Fabelman es una percepción sobre lo hermoso, sobre la recompensa de lo creativo. La búsqueda afanosa del sentido de la vida y hacia dónde nos conduce.
Todos los caminos conducen al corazón
Pero Los Fabelman tampoco es una fábula incompleta sobre el alcance de la inteligencia y la destreza. La narración cuidadosa abarca también la vida familiar. Las vicisitudes, los silencios, la forma en que sus miembros intentan comprenderse unos a otros en un sentido esencial y emocional.
Incluso cuando Benny Loewy (Seth Rogen ), el mejor amigo de Burt, se convierte en un espacio seguro para Sammy, hay cientos de matices para comprender su lugar. Benny es a diferencia de la distante Burt, una presencia cálida, inmensa. Sammy tiene muchos parajes emocionales para hacerse preguntas. Para sostener su vida y sus aspiraciones como el terreno seguro mientras a su alrededor ocurren todo tipo de cambios.
Pero el filme, también es una disertación pensada y bien construida sobre la responsabilidad con el arte. ¿Qué hacer cuando sabemos sin ninguna duda y doblez que nuestra vida depende del arte? ¿Que lo que sea que ocurrirá en el futuro será algo extraordinario y poderoso gracias al talento?
A medida que Sammy crece, la cuestión de su talento se hace más poderoso, complicado y amplio. Ya no solamente es una posibilidad, es un hecho. Un destino cuidadosamente labrado. Para sus últimas escenas y a punto de entrar en la historia, es una leyenda la que recuerda a Sammy que la vida es la maravilla del arte sublimado en lenguaje. John Ford (un maravilloso David Lynch) deja claro que el tiempo de los artistas transcurre por cauces distintos. Que las grandes voluntades están hechas para superar escollos insalvables. Sin duda, entre ambas cosas, se encuentra el talento. La deslumbrante magia que nace de algún portento oscuro que la película no revela del todo pero insinúa.
Este no es un biopic a mayor gloria de Spielberg, aunque podría serlo. Es, en realidad, un trayecto delicado a través de una historia de ficción que se basa en la vida de un hombre que ama el cine. ¿Qué otra muestra de mayor devoción para lo cinematográfico que narrar como las imágenes pueden cambiar una vida? Los Fabelman lo hace y ese es, sin duda, su mayor triunfo.