A los lejos un bullicio político atizaba el ambiente de la tranquila Duaca. Se esperaba la visita de José Vicente Rangel, como candidato presidencial del Movimiento al Socialismo. Contábamos apenas con 10 años cuando nos escapamos de casa para ir al mitin. Sabía a lo que me exponía al tomar semejante riesgo. En casa se militaba en Copei. Mis padres exaltaban el ideario socialcristiano con una devoción propia de la buena fe. Aquella acción me impulsaba a buscar caminos distintos a tan corta edad. El mitin era una mezcla melancólica de un acto paupérrimo. Unos puños estaban tirados en la parte trasera de una camioneta. Tomé uno que alzaba con gran alegría, ese día me hice seguidor de aquellos colores que se enaltecían en el buen discurso de un José Vicente Rangel ataviado de camisa azul con chaqueta negra. En sus palabras habló del socialismo como una oportunidad para cerrar la brecha entre ricos y pobres. Casi no comprendí el enunciado, pero seguí levantando el puño. Luego tomé unos volantes que fui entregando a los transeúntes. Hasta la osadía de dejar unos en los bancos de la iglesia San Juan Bautista, como en un acto de rebeldía, que me hizo creerme un superhéroe. ¿Qué dirá de esto el patrono?, cavilé en mí inocencia. Cuando regresaba a casa pensaba en mi madre con una correa, afortunadamente no pasó de un templón de orejas. Esa noche dormí meditando en un cielo naranja donde la justicia no fuera una ilusión onírica. Un mundo donde los vecinos tuvieran alguna de las cosas que nosotros poseíamos por el trabajo de mi padre Juan Bautista Cambero. Que cada casa gozara de un televisor para ver El Zorro. Así comprendí que nuestra sociedad debería ser mucho más solidaria.

Ya estando en el liceo comencé a luchar en el frente juvenil. Fue un trabajo arduo. Fueron los años cuando acompañamos a Teodoro Petkoff por medio país. Pueblo por pueblo en una infatigable travesía que nos condujo a conocer a la Venezuela profunda, las carencias materiales tan marcadas, pero también a descubrir la maravillosa puesta en escena del venezolano. Esos seres que batallan por subsistir. Compartir directamente con Teodoro significó un crecimiento que se compaginaba con las lecturas. El socialismo venezolano desembocó en las historias de un pueblo bravío. Rostros de luchadores que arrastraban las cadenas de las dudas, que consiguieron una voz que despejara la bruma.

Un detalle determinante que viajó en las neuronas, para hacerse presente en estos recuerdos, lo vivimos en una tarima en el Poliedro de Caracas. En aquella plataforma disertaba el dramaturgo José Ignacio Cabrujas, con su palabra de ultratumba, envuelto en el desenfado de un personaje arrancado de un tétrico cuento de Edgar Allan Poe. El eximio escritor Gabriel García Márquez, que acababa de obtener el premio Nobel de Literatura, hablaba con su compatriota Luis Carlos Galán Sarmiento, candidato presidencial colombiano y vilmente asesinado años después. El gran historiador Manuel Caballero conversaba animadamente con el caricaturista Pedro León Zapata y con el pintor Régulo Pérez. El extraordinario economista Domingo Faustino Maza Zavala saludaba la presencia de los jóvenes de la UCV. Mientras Reinaldo Cervini se hacía notar con su liquilique blanco. A la izquierda estaban el artista Jacobo Borges con Pompeyo Márquez, Argelia Laya y Freddy Muñoz. Teodoro comenzaba su discurso con la fuerza característica. De una manera extraña pensé: de hundirse esa plataforma moriría buena parte de la inteligencia hispanoamericana. Jamás tanta genialidad en un espacio no tan amplio. ¿Cómo harán tantos talentos estratosféricos para no chocar? De pronto la cúpula del Poliedro se transformó en naranja. El cielo que soñé: cuando de niño me hice militante.

@alecambero


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