El primer día del mes de mayo el mundo conmemora a los trabajadores; por tanto, al trabajo. En Venezuela, el proyecto destructivo, transformador hasta el acabamiento de instituciones e individuos, si algo arrolló fue el trabajo; por tanto, a los trabajadores. El hambre y la desprotección social son las características primordiales del (mal) trato laboral de los obreros y demás trabajadores, incluidos desde luego los profesionales de todas las ramas. Indigentes laborales que luchan a diario por la protección de su dignidad. Ubiquemos principalmente sectores como la salud y la educación, o el sector petrolero, o de las empresas básicas en Guayana. Da igual. Bomberos, policías, militares (a pesar de los rebusques, matraqueos y otros actos poco honrados de estos dos últimos. No me pidan que no generalice). Preteridos por la «revolución».
Según el arrastrado texto constitucional en su artículo tercero son la educación y el trabajo los procesos fundamentales para que el Estado alcance sus fines. Pero estamos en los confines del Estado. Porque justamente son dos procesos aplastados por la bota pútrida del régimen. No existe pacto social alguno; tampoco discusión de condiciones colectivas de trabajo. El trabajador es escoria para quienes todavía hoy detentan el poder de manera criminal en Venezuela. El trabajador público percibe sueldos de más que extrema pobreza, «adornados» con bonos caprichosos de un solo rasero con el que pretenden edulcorar la situación de esclavitud moderna a la que nos tienen sometidos.
La empresa privada, los trabajadores de las empresas privadas, no van mejor. Aunque los dueños tienden a ser más conscientes que los choferes del régimen, la realidad impuesta es chocante para quien trabaja. Se han perdido muchas empresas, muchos empleos evidentemente. Se completan los pagos con bonos dolarizados, con comida, con especias de todo tipo. Abundan los abusos también. Abusos a los que nadie pone coto. Difíciles de denunciar. Imposibles así de corregir.
Justamente Fedecámaras impuso sus criterios este año, extrañamente junto a los trabajadores, en los reclamos elevados a la Organización Internacional del Trabajo a través de la Comisión de Encuesta. Allí los universitarios tenemos varias quejas. El régimen perdió en cerrada votación a pesar de sus manejos oscuros con varios países del mundo. Fue una pela formidable. Tendrán que rendir cuentas de su actuación. Vienen los informes escritos. Viene en noviembre la otra gran reunión. Viene el escarnio que el mundo da como reprimenda obligante a un régimen de terroristas. Un régimen que como antiguas dictaduras desconoce a los trabajadores y sus justos requerimientos, tal como señaló pública y abiertamente desconocer los dictámenes del mundo expresados en la OIT que exige respeto a los seres humanos que desempeñamos trabajos en nuestra vapuleada Venezuela.
En Venezuela hay trabajadores, pero no trabajo. Esclavos que de alguna forma con nuestras manos, nuestro servicio, nuestro intelecto ayudamos al sostenimiento de un régimen macabro. Trabajadores que financiamos la estancia asesina del régimen en el poder. El trabajador debe también terminar de abrir sus ojos. Paga servicios dolarizados, incluso al régimen que mata, apresa y persigue, mientras cobra miserias y recibe diarios atropellos. Esto hay que voltearlo por el bien de los trabajadores, por el bienestar del país.