Una vez más Argentina optó por vivir tiempos interesantes. Los argentinos acaban de escoger como presidente a Javier Milei, una figura abismalmente distante de los políticos convencionales. Milei es muchas cosas: un economista libertario ortodoxo, un provocador de derecha nacido para la televisión y dotado de un ego adecuado para ese medio, un entusiasta de clonar perros, explorar la mística esotérica, y un político orientado al poder que está dispuesto a construir alianzas con personas que lleva años despreciando públicamente. No es fácil discernir cuál de los dos (¿o más?) Milei terminará gobernando Argentina.
Los mercados financieros celebraron su victoria, y es fácil ver por qué. Después de un calamitoso siglo XXI, en su mayoría en manos de un peronismo retrógrado, Javier Milei se postuló con la promesa de romper radicalmente con el pasado. El trágico historial de fracasos económicos y sociales de Argentina bajo el peronismo dejó a los votantes desesperados por contar con un líder que ofreciese la ruptura más rápida y profunda con el pasado. Desde esta perspectiva, Javier Milei resultó imbatible.
Su campaña fue una eficaz adaptación de su rol como estridente comentarista de televisión a candidato que aniquilaría la corrupción y el populismo. Así, sus provocadoras denuncias y propuestas electrizaron a un público hastiado del lenguaje de los políticos tradicionales. Milei suele estar más cómodo defendiendo sus planes más extremos: ¡abandonar el peso argentino y dolarizar la economía! ¡Cerrar el Banco Central! ¡Privatizar todo! ¡Reducir el gasto público casi a la mitad! ¡Simplemente cerrar la mayoría de los ministerios del gobierno, a nadie le importará!
Sonaban como los desvaríos de un estudiante universitario de 19 años que acaba de leer a Ludwig von Mises, el teórico económico libertario. En cualquier país normal, esas propuestas habrían sido rechazadas de plano o consideradas tan inviables como para no tomarse en serio. Pero en Argentina, donde las propuestas responsables de los adultos en la sala parecían simples ajustes marginales a un sistema podrido, el mensaje tenía impacto. Milei irrumpió en la segunda vuelta… y luego cambió.
Desplegando a viva voz al hábil político que lleva por dentro, Milei moderó su tono, buscó ganar aliados entre los conservadores más tradicionales de Argentina y obtuvo el respaldo crucial de su antigua oponente de centroderecha Patricia Bullrich y del expresidente Mauricio Macri. Empezó a leer discursos preparados, con sus gafas de lectura apoyadas precariamente en la nariz, en lugar de despotricar improvisadamente como había sido su estilo habitual.
En Buenos Aires circula la broma de que las gafas del nuevo presidente tienen algún tipo de poder mágico. Parece haber dos Milei: uno es el estadista en ciernes con las gafas de lectura y el otro es el ideólogo que despotrica contra la incapacidad de las élites de siempre de crear un país mejor. ¿Cuál de los dos gobernará? Obviamente, esperamos que sea Milei con gafas, porque la versión de él sin gafas no tiene más destino que la agudización del caos.
Con o sin gafas, el presidente entrante enfrentará un amenazador conjunto de desastres: el gobierno no tiene dinero para pagar ni a sus acreedores nacionales ni a los extranjeros. La inflación está desatada y la pobreza en expansión. Millones de argentinos dependen del gobierno para comer.
En su discurso de aceptación, Milei reiteró su compromiso central con la terapia de shock, diciendo que no hay espacio para cambios graduales ante una situación tan grave. Sé a lo que se refiere: en 1989 fui ministro de Fomento de Venezuela y el nuevo gobierno heredó una situación igualmente desastrosa. Los llamados al gradualismo sonaban vacíos y oportunistas. Simplemente, no teníamos el dinero para posponer reformas drásticas. Lo mismo se puede decir de Argentina hoy. Milei con gafas pronto descubrirá lo que yo aprendí: apresurarse a desmantelar las protecciones sociales puede dejar a la sociedad aún más inestable. En Europa, después de la caída del comunismo, los países que reformaron su economía gradualmente superaron con creces a los que intentaron reformar todo y de un solo golpe. La terapia de shock desencadenó dislocaciones masivas que aún resuenan.
Peor aún, Milei tendrá que coexistir con un Congreso que no controla. No podrá lograr mucho sin el apoyo de políticos que ha pasado toda su vida denunciando. Pero la tentación de quitarse las gafas y desplegar su vena radical siempre estará ahí. La democracia argentina podría pronto enfrentar una situación políticamente estancada en medio del caos económico, con un presidente que corre el riesgo de ser seducido por la mala idea de que negociar con sus opositores es inútil.
Hemos visto esta dinámica moldear la política de un país muchas veces. Más recientemente, en Perú, un presidente antidemocrático e incapaz intentó disolver el Congreso. Fue destituido en cuestión de horas.
Una razón que tiene Javier Milei para mantener sus gafas bien puestas podría ser la de evitar este destino. Otra razón es que tiene una oportunidad histórica que, de salir bien, sacará de la miseria a millones de sus compatriotas.
¡Suerte Argentina!