Obviamente López Obrador no tiene la menor idea de lo que habla cuando invoca el peligro de un golpe de Estado. Empezando porque Hitler, uno de sus ejemplos, no dio ninguno. Llegó al poder en 1933 gracias a una elección democrática, y a la división criminal del Partido Socialista (SPD) y el Partido Comunista (KPD). Chávez en cambio intentó dar un golpe, en 1992, pero fracasó. Huelga decir que AMLO no lo menciona entre sus ejemplos de lo que no va a suceder en México.
Prefiere la versión nativa del tema: el golpe de Huerta contra Madero en 1913. Solo que, como bien lo ha escrito Aguilar Camín, ese golpe no lo dio la prensa, sino la Embajada de Estados Unidos, con la complicidad de parte del Ejército, del “sobrino de su tío”, y de otros sectores porfiristas. Mientras que hoy, la embajada es aliada incondicional del régimen, y los medios, con la excepción de la mayoría de las columnas, se encuentran en un estado de sumisión (Houellebecq) considerable.
Los que hemos estudiado los golpes de Estados de verdad, o quienes conocemos a quienes los han vivido, sabemos que López Obrador inventa. No hay nada en el paisaje político de México que invite a pensar que se pueda dar un golpe, pero no por las razones que él ofreció al día siguiente de su disparate. El rey del lugar común se equivoca.
Dejando a un lado los casos de llamados golpes blancos, es decir, no militares, una asonada implica al Ejército. Los ejércitos, en América Latina y en China, son leales, institucionales, y de origen popular, hasta que dejan de serlo. Las Fuerzas Armadas chilenas poseían una tradición de obediencia al mando civil mucho más antigua que la mexicana. La echaron por la borda cuando los intereses del empresariado chileno, de las clases medias chilenas, de los partidos políticos de oposición chilenos, de la Iglesia chilena, y de Estados Unidos se impusieron a su supuesta constitucionalidad.
En México, el Ejército no es más leal, popular o institucional que otros. No ha tenido hasta ahora ninguna ambición de gobernar, porque prefería dedicarse a otras labores. No se encontraba, ni se encuentra, preparado para la cosa pública. Una tercia de generales no hacen verano. Hoy ningún poder fáctico en el país promueve una ruptura del orden democrático, porque ningún interés importante ha sido lastimado. No ha pasado nada que perjudique a ninguno de los poderes fácticos, y menos que a nadie a Estados Unidos. López Obrador es la niña de los ojos de Trump, y lo dice un día sí y un día no. Los empresarios no invierten, ni invertirán, pero tampoco van a conspirar contra el gobierno; no es lo suyo.
Cuando un gobernante inventa un cuento inverosímil en una coyuntura adversa, como López Obrador de manera creciente, es porque agotó otros recursos. Ningún mandatario serio puede evocar el peligro de un golpe de Estado cuando no existe, sin tener otros motivos para hacerlo. Ya iremos descubriendo cuáles son.