En los últimos tiempos ha surgido en Carabobo un renovado interés por su historia, que alegra y preocupa a la vez. Alegra porque se trata de un estado que tiene a cuesta siglos de andanzas, haciendo innumerables los acontecimientos por investigar, documentar y analizar; y que preocupa, porque la tarea implica el manejo de herramientas y fuentes que mal utilizadas, puede dar lugar a relatos interesados y ajenos al hecho histórico. Lo cierto es que historiadores, cronistas, investigadores y hasta curiosos se han dado a la tarea de develar nuestro apasionante pasado, a través de artículos de prensa, libros y, muy especialmente, las redes sociales (Facebook, Twitter e Instagram) que ofrecen una manera barata, rápida y masiva de difundir la información.
El problema radica en que indistintamente de quien la cuenta, la historia debe escribirse con apego a la verdad de los acontecimientos, los que no siempre resultan fáciles de documentar. La labor investigativa que implica historiar un evento o personaje nos lleva no solo consultar una amplia variedad de fuentes (bibliográficas, hemerográficas, orales, entre otras), sino también a interminables búsquedas en viejos archivos públicos y privados, poco conservados y asequibles. Vale la pena recordar que en la investigación histórica ningún documento o fuente resulta despreciable, toda vez que una sucesión de eventos acaecidos en un espacio de tiempo específico, dejan en su devenir una variedad de papeles y testimonios que debidamente analizados, cruzada la información que de ellos se desprende y sujetos a un proceso de exégesis, permiten completar el hecho histórico mismo luego interpretado, para bien o para mal, por la subjetividad del historiógrafo.
Tarea nada fácil esta de escribir la historia que debe hacerse de manera seria y honesta, agotando la consulta profunda de las fuentes disponibles, para producir un relato original que dé forma al hecho o al personaje histórico. Se trata de una responsabilidad intrínseca en el historiador, pero también para los apasionados de la historia local, los nuevos cronistas. No hacerlo los condenaría irremediablemente a darle rienda suelta a la imaginación, pretendiendo llenar los vacíos con suposiciones que tergiversan los hechos y, peor aún, echar mano de Wikipedia como fuente de consulta nada inédita, convirtiendo la crónica en un plagio crónico.
La Academia de Historia del Estado Carabobo tiene frente así importantes retos, entre los que se cuentan ser guardián del acervo documental y preservar la memoria histórica regional, al tiempo que dentro de sus posibilidades dotar a los nuevos cronistas de las herramientas metodológicas y documentales, que les permitan rescatar la historia regional. No son tareas fáciles en razón de los tiempos que vivimos, especialmente la falta de recursos económicos tan necesarios para garantizar la preservación de nuestro patrimonio documental, además de financiar investigaciones sobre temas requeridos de atención.
Sin embargo, hay que evitar justificaciones a priori, especialmente, las que pretenden fundamentar toda la problemática en la falta de recursos económicos, pues muchas cosas se pueden hacer mientras tanto, requiriéndose tan solo para ello una gran voluntad de hacer. La Academia está empeñada en renovarse y dentro de lo que se puede hacer está sumar a esta corporación a los jóvenes de talento, interesados en la investigación histórica. Hay numerosos temas pendientes de estudio en Carabobo, y si no se ha acometido la tarea no es precisamente por la falta de recursos. Las fuentes abundan, están allí a la espera de ser fichadas, consultadas y analizadas. No sin cierta queja apunta Ángel Lombardi que “el adolescente tiene hambre de presente, porque sabe o presiente que allí se juega su futuro”; instintivamente “rechaza el pasado como cosa muerta”. Lo que ignoran muchos jóvenes es que, como dijera Benedetto Croce, “la historia siempre es contemporánea” y de allí, decimos, su constante revisión y ampliación. Del pasado surgen hechos que ofrecen respuestas, en ocasiones, acerca de los aciertos y miserias del presente, hechos que aún sin ofrecer tales respuestas sirven para una profunda reflexión sobre nuestras carencias, animando a la búsqueda de nuevos y mejores derroteros. En otras palabras, somos lo que fuimos, podríamos ser lo que no somos.
El reto de nuestra Academia es atraer a esos jóvenes, sumarlos y convertirlos en guardianes de la memoria histórica educándolos, según el decir del hoy académico Tomás Straka, en el ejercicio de la historia como fuente de ciudadanía y libertad. Ese debe ser nuestro compromiso, tarea ardua, pero necesaria.
@PepeSabatino