En estos días hemos leído y escuchado algunas notas de prensa referentes a la despedida del representante de Estados Unidos para Venezuela, James Story, quien se desempeñó, primero, como encargado de negocios en Caracas, a partir de mediados de 2018, y luego, como embajador desde su oficina especial instalada en Bogotá, hasta el pasado 19 de mayo; un Goodbye que se nos antoja como el de esas personas que pasan unos días en tu casa, para luego marcharse, dejándote una escueta nota agradeciendo las buenas atenciones.

En su escueto video de despedida, el embajador Story nos ofreció un poco más de lo mismo: que si el pueblo venezolano sigue inspirando a muchos otros que viven bajo sistemas no democráticos; que si “el gobierno de los Estados Unidos se mantiene firme con Venezuela mientras busca cumplir su destino, ese de vivir en paz, elegir libremente a sus líderes, tener oportunidades económicas, habitar en una sociedad donde las instituciones de gobierno sean para todos y no para unos pocos”; ¡ah! y que nuestro país había encontrado en él un amigo para siempre. Y así, otras frases con fines balsámicos que forman parte de la cartilla diplomática del Departamento de Estado.

Lo cierto es que la figura del embajador Story nos hace siempre pensar en el fracaso que ha registrado en los últimos años (y bien largos) la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina, y, muy en particular, la reservada a nuestra pobre Venezuela.

Las crónicas que se lean en un futuro sobre Venezuela durante la etapa infausta del chavismo-madurismo, revelarán el papel, algo así como sin pena ni gloria, que jugaron los distintos representantes de las administraciones estadounidenses que pasaron por Caracas. Por supuesto hay que señalar en descargo que nos referimos a una gestión diplomática que no ha sido más que el reflejo patente de una visión miope y torpe del Departamento de Estado, más ocupado en su diaria burocracia y en rincones del mundo para ellos más prioritarios.

Síntesis de un fracaso anunciado

Todo comenzó en aquellos tiempos remotos del embajador John Maisto que había llegado a Venezuela en 1997, durante la segunda presidencia de Rafael Caldera. Fue evidente en su gestión todos los esfuerzos por remarcar a sus autoridades, sobre todo en 1998 (año de la contienda electoral) la naturaleza insurgente del teniente coronel y su vocación izquierdista.

Ya pocos recordaban en ese momento que lo primero que hizo Chávez al salir de Yare en 1996 fue visitar a su eventual mentor, Fidel Castro. Para nadie era un secreto que la administración de Bill Clinton apostaba por un triunfo del candidato Henrique Salas Romer, algo que no disimulaba el embajador Maisto. Eran los tiempos en que Estados Unidos, en medio de un proceso constituyente indetenible en Venezuela, no le quedó más remedio que conformarse y tolerar a Chávez como suministrador estable de petróleo.

Poco después de la partida de Maisto en agosto de 2001, pasó como una estrella fugaz por Caracas, su sucesora, la embajadora Donna Hrinak, a quien se le recuerda como la enviada de Estados Unidos que quiso instruir a Chávez sobre lo que podía o no hacer o decir. Ya en enero de 2002 la diplomática se marchaba asignada a Brasil donde dicen que recibió un tratamiento educado pero desinteresado por parte de Lula da Silva. Ya el espíritu del Foro de Sao Paulo comenzaba a sentirse.

No hay dudas de que la gestión más controversial le correspondió al embajador Charles Shapiro. Para alimentar aun más la paranoia de los parciales chavistas, el nuevo enviado estadounidense llegó a Venezuela un mes antes del golpe de abril de 2002. Dicen por ahí que muy contento el embajador Shapiro anunció con bombos y platillos el derrocamiento de Chávez. Se le vio, incluso, aplaudiendo al mismo Carmona durante su fugaz acto de coronación, para luego despertarse unas pocas horas más tarde con ese ratón que a millones nos amargó la vida.

Lo cierto del caso es que se vio en esos días a un embajador bastante errático, reuniéndose después con Chávez para decirle que había una conspiración en marcha con el propósito de atentar contra su vida, pero sin dar muchas explicaciones sobre los nombres detrás del potencial despropósito, según, por instrucciones precisas del Departamento de Estado. Chávez se quedó con las ganas de saber más; y Shapiro, frustrado por ni siquiera haber podido ser mediador entre el régimen y la oposición, se marchó de Venezuela el 21 de agosto de 2004, seis días después del referéndum revocatorio que ratificó a Chávez en el poder.

El turno entonces le tocó al embajador William Brownfield. Su gestión comenzó en octubre de 2004, momento en el que los ánimos todavía estaban caldeados por los resultados del referéndum revocatorio altamente cuestionados en ese momento y para siempre.

Ante esta ola política favorable a Chávez y su consolidación en el poder, el embajador Brownfield vino a Venezuela con un planteamiento rodeado de humo blanco, o al menos así parecía. Desde su llegada, trató de convencer al régimen de trabajar conjuntamente sobre aquellos temas que gozaban de cierto consenso e interés común, dejando a un lado aquellos que dividían a los dos países por obvias razones ideológicas.

La verdad es que a Brownfield muy poca atención le prestó el envalentonado régimen. El enviado estadounidense mendigó hasta más no poder reuniones con funcionarios de alto nivel del régimen, recibiendo solo desplantes tras desplantes. Tuvo que limitarse entonces a sus contactos de rigor con factores de la oposición venezolanas y miembros de la sociedad civil, sectores muy debilitados que encontraron su peor racha política en 2005, cuando la estrategia abstencionista le regaló a Chávez una Asamblea Nacional para él solito.

La gestión de Brownfield llegó su fin a mediados de 2007, pasándole el testigo a su colega Patrick Duddy. Se considera que la presencia del nuevo embajador en Venezuela generó menos ruido que sus antecesores, llevando a cabo tareas diplomáticas de bajo perfil. Aun así, se le recuerda por haber sido víctima de uno de los tantos berrinches del difunto comandante, quien, en agosto de 2008, decidió, en solidaridad con su compinche de Bolivia, Evo Morales, que Duddy debía dejar el país dentro del lapso de tres días; todo, debido a la conducta del embajador de Estados Unidos en La Paz, Philip Goldberg, que, según las razones paranoicas dadas por Chávez, se había convertido en un factor desestabilizador del gobierno de su protegido boliviano.

En medio de una suerte de tregua, Duddy regresó a Venezuela en junio de 2009, para completar su incolora gestión, en julio de 2010. Ya Barack Obama había asumido la presidencia de Estados unidos; y a pesar de las mejores expectativas que se habían generado, los registros dan cuenta de que durante los dos períodos de la administración demócrata el nivel de representación diplomática de los Estados Unidos en Caracas se degradó a la categoría de encargaduría de negocios: Phil Laidlaw (julio 2010 – julio de 2014); Lee McClenny (2014 – 2017).

Por supuesto, esta etapa se caracterizó por un cada vez mayor distanciamiento y confrontación entre los dos gobiernos, aderezada por las incesantes acusaciones del régimen contra Washington por supuestas conductas injerencistas y un ciclo ininterrumpido de sanciones como única política visible.

La misma tónica prosiguió su curso con Donald Trump. Muy breve resultó la gestión de Todd D. Robinson como su encargado de negocios en Caracas (17 de diciembre de 2017 – 22 de mayo de 2018).

El turno de James Story

Es aquí cuando aparece en escena James Story como jefe encargado de la misión, a partir de julio de 2018, una coyuntura en la que la legitimidad de Nicolás Maduro comenzaba a cuestionarse internacionalmente debido al fraude descarado de unas elecciones presidenciales adelantadas y sin rivales reales, efectuadas en mayo de ese mismo año.

Pocos meses después, en enero de 2019, Estados Unidos y Venezuela rompen relaciones diplomáticas a raíz del reconocimiento de Washington a Juan Guaidó como presidente interino. Donald Trump envía a todo su personal diplomático apostado en Venezuela a Bogotá, donde se crea la Oficina Externa de los Estados Unidos para Venezuela, bajo las riendas de James Story como encargado de negocios.

Durante esta etapa inicial de la presidencia interina de Guaidó, James Story fue puro oídos desde su flamante y discreta posición como encargado de negocios. Eran los tiempos de la llamada política de mayor presión contra el régimen de Maduro, manejada directamente por funcionarios de alto nivel de Donald Trump, principalmente, el secretario de estado, Mike Pompeo; el enviado especial para Venezuela, Elliott Abrams; y, por supuesto, el siempre polémico asesor de seguridad nacional, John Bolton.

De hecho, James Story solo fue juramentado como embajador de Estados Unidos para Venezuela, casi dos años después de haber llegado a Bogotá, en una ceremonia virtual llevada a cabo el 4 de diciembre de 2020, con la presencia de Juan Guaidó al otro lado de la pantalla.

Poco antes de asumir Joe Biden la presidencia de Estados Unidos, en enero de 2021, ya el embajador James Story, ostentando un mayor perfil, lograba profundizar el odio del régimen hacia su figura, comenzando por su cuestionamiento a las fraudulentas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2020.

El embajador Story, ya superada la frustrada política radical de “todas las opciones están sobre la mesa”, adquirió un papel de relativo mayor protagonismo, sobre todo por la nueva aproximación que, meses después de haber asumido la presidencia, Joe Biden dejaba ya insinuar; esto es, una estrategia que llamaba al entendimiento y acuerdos entre la oposición y el régimen de facto.

En todo caso, Story nunca dejó de ser el objeto de los incesantes ataques de Maduro y su entorno. Jamás le perdonarían que, a la hora de juramentarse como embajador, en diciembre de 2020, arremetiera contra lo que él calificó siempre como un régimen despiadado, sin ocultar el objetivo de su misión encomendada: lograr una transición pacífica, política y democrática en Venezuela.

Lo que nunca objetó ni mencionó el régimen fue la gestión diplomática del embajador Story, quien, en marzo de 2022, acompañó al asesor de seguridad nacional para América Latina de Estados Unidos, Juan González, a una reunión en Miraflores con Nicolás Maduro y su círculo más íntimo, en la que se sentaron las bases para la liberación eventual de los narco sobrinos de la pareja presidencial que cumplían su pena en Estados Unidos, a cambio de prisioneros de nacionalidad estadounidense, así como la extensión de las licencias a la transnacional Chevron para seguir operando en Venezuela.

James Story quedará en el recuerdo de los venezolanos como alguien que quiso e hizo suyo el drama de Venezuela, pero que igual simbolizó la ambigüedad de una política exterior carente de estrategias claras y coherentes.

¡Goodbye, Mister ambassador!  

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