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Cristóbal Colón y Brandolini

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Los últimos 5 artículos los he dedicado al pensamiento crítico. En el artículo de la semana antepasada propuse que la forma más efectiva de probar la fuerza y precisión de nuestras creencias es evaluar la evidencia que las respaldan.

También, la semana pasada abordé el análisis de una frase que algunos utilizan para soportar argumentos: «Colón salió de Palos sin saber adónde iba, cuando llegó no sabía dónde estaba y cuando regresó no pudo decir dónde había estado; y fue tres veces». De paso aclaré que los viajes de Colón no fueron tres sino cuatro.

Del cúmulo de evidencias disponibles antes del primer viaje de Colón, en agosto de 1492, he seleccionado las siguientes doce, mismas que cito en orden cronológico: los cálculos de Eratóstenes de Cirene (276-194 a. de C.); los de Claudio Ptolomeo (100-170 d.de C.); los viajes de Marco Polo (1254-1324); todo el conocimiento y las experiencias de navegación derivadas de los descubrimientos de las Islas Canarias (1402), Madeira (1418) y las Azores (1420); la toma de Constantinopla (1453); la carta de Paolo Dal Pazzo Toscanelli a Fernando Martins de Roriz (1474); Colón apareciendo a nado en Portugal después de un naufragio (1476); la conjetura del prenauta (1478); la expedición de Ferdinand van Olmen (1486), autorizada por el rey Juan II de Portugal y, finalmente, las Capitulaciones de Santa Fe (1492).

A fin de que el argumento no quede todo sobre mis hombros pues no soy historiador, de los muchos trabajos de reputados historiadores e investigadores que existen publicados y ubicables mediante la internet, he apelado por aquel de la insigne Mercedes Junquera Gómez.

Junquera obtuvo la licenciatura en Filosofía y Letras en Madrid y un Máster en la Loyola University de Chicago. Además, es doctora en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense sobre historia de América y tiene un Máster en Psicología culminado en 1978. Ha sido además, directora académica de los cursos de español y  profesora emérita de Literatura Española de la Universidad de Bowling Green, Ohio, entre los años 1.973 y 1.993

El trabajo de Junquera sobre el que me he apoyado se titula «Los secretos de Colón» (Anales toledanos, Nº. 28, 1991, págs. 105-118, ISSN 0538-1983) y lo pueden ubicar en el siguiente vinculo.

Las dos primeras evidencias mencionadas se refieren a la redondez de la tierra  y a su tamaño, elementos sobre los que se sustenta la idea de llegar a «las Indias» por el poniente (occidente).

La tercera, los viajes de Marco Polo, de alguna manera apoya la existencia, al este de Constantinopla, de las tierras asiáticas denominadas Cathay y Cipango. Siendo redonda la Tierra era simple concluir que yendo por el oeste se llegaba al mismo punto. Colón se proponía llegar por poniente no solo a las Indias sino también a la Cathay, a la Cipango y a la “Antillia”.

La cuarta, quinta y sexta evidencias consistentes en los descubrimientos y posteriores asentamientos en las islas Canarias, Madeira y Azores, mismos que apoyan la experiencia de navegación en las características de distancia, subsecuente logística y preponderancia de los vientos en puntos alejados hacia el oeste y sur del continente europeo.

La séptima evidencia, la toma de Constantinopla en 1453, aceleró la exploración de nuevas rutas para llegar a las Indias.

La octava evidencia, la carta de Paolo Dal Pazzo Toscanelli a Fernando Martins de Roriz en 1474, contenía un mapa elaborado de la propia mano de Toscanelli que contenía no solamente la Cathay y la Cipango sino también la mítica Antillia (llamada también Isla de las Siete Ciudades) y las Azores, Madeira y las Canarias. El mapa no se ha conservado pero varios historiadores modernos han propuesto reconstrucciones hipotéticas basadas en la descripción que da el propio Toscanelli en su carta. El caso es que dicha carta cayó en manos de Colón y este la copió en una página en blanco del libro «Historia Rerum Ubique Gestarum». Si bien la longitud de la circunferencia real de la Tierra es de 40.075 kilómetros, los cálculos de Toscanelli indicaban que era de 29.000 kilómetros (un 27,64% menor) y lo cual tuvo un impacto: Colon identificó como primera escala de su viaje a la Antillia.

La novena evidencia es que según Mercedes Junquera, Colon aparece en Portugal “a nado” asido a un remo después de naufragar en 1476.

La décima es la conjetura del prenauta. En palabras de Mercedes Junquera: «la existencia de un prenauta que siendo piloto de un barco, llegara naufragado con tres de sus tripulantes y murieran todos, después de haber confesado su hallazgo a Colón». Por supuesto, Colón tenía que estar en Portugal para ser protagonista en esta conjetura y, ciertamente, lo estuvo a partir de 1476. Esta conjetura no es descabellada en virtud de un fenómeno atmosférico estacional como lo son las tormentas y huracanes. Todos conocemos, además de los vientos alisios, que un huracán, independientemente de si se desarrolla como tal, tiene siempre origen, de este lado del mundo en el Atlántico, en las costas occidentales de África entre los 5 y 15 grados de latitud norte y con trayectoria este a oeste. No tiene nada de raro pues, que una carabela navegando paralela a las costas de África, hubiera resultado atrapada por una tormenta y terminara en el Caribe.

La undécima primera evidencia, aporta que desde 1401 (inicios del siglo XV), Portugal lanzó cualquier cantidad de expediciones navales de exploración y comercio por el océano Atlántico (esto también apoya el punto anterior). En la capitulación de uno de estos viajes, en 1475, el rey le concedió al explorador Fernão Telles la posesión de la isla Antillia (isla de las Siete Ciudades), si la descubriere y que no hubiese sido visitada antes por otros portugueses.​ Esta isla aparece en numerosos mapas del siglo XV con el nombre de Antillia.

Hacia 1485, Colón le planteó al rey Juan II de Portugal, sucesor de Alfonso V, su proyecto de navegar hacia occidente por el Atlántico pero el rey lo rechazó, quizás porque Colón carecía de fondos propios y pretendía que fuese la Corona la que financiase la expedición. Por aquellas fechas se encontraba también en la corte Ferdinand van Olmen, llamado en portugués Fernão d’Ulmo o Fernam Dulmo, que era caballero de la casa real portuguesa y capitán en Terceira (que tampoco se llamaba así), una de las islas Azores.

El caso es que Ferdinand van Olmen consiguió del rey Juan II, el 3 de marzo de 1486, autorización para ir a descubrir la Isla de las Siete Ciudades. Lo importante aquí es que Antillia se ubicaba siempre hacia el poniente (oeste), lo que Colón sabía (por el mapa de Toscanelli). De Ferdinand van Olmen no se supo nunca más nada. De aquí se concluye que lo que tenía detenido a Colón era la falta de financiamiento pues el “marco teórico” del proyecto lo tenía. Quizá y de serle dado el financiamiento a Colón por parte del rey Juan II de Portugal, América hubiera sido descubierta, como mínimo, seis años antes y fuera un todavía más gigantesco Brasil.

Finalmente, llegamos a la duodécima evidencia: las capitulaciones de Santa Fe. Allí, se atribuye expresamente a Cristóbal Colón el «previo» descubrimiento de tierras en el Atlántico. Un punto interesante que subraya Mercedes Junquera es el capítulo 3 de las capitulaciones. Allí aparece la mención de “perlas” antes de las piedras preciosas y el oro, la plata y las especies. Según Colón, había una tierra de «acá» y una de «allá». La de acá fue la visitada por el prenauta. Colón quizá supo, por el prenauta, que muy cerca de su Cipango estaba la tierra de «acá», es decir Paria y Cumaná, donde habían encontrado ostras de perlas en la isla de Cubagua.

La conclusión es que, con todo el conocimiento y la evidencia que había hasta agosto de 1492, Cristóbal Colón sí sabía a dónde se dirigía.

¿Y porque menciono al bueno de Alberto Brandolini en el título del articulo? Hasta el párrafo- línea inmediato anterior, el artículo tiene 1.307 palabras, mientras la frase que le da origen («Colón salió de Palos sin saber adónde iba, cuando llegó no sabía dónde estaba y cuando regresó no pudo decir donde había estado; y fue tres veces») tiene 27 palabras.

La ley de Brandolini, también conocida como el principio de asimetría de la estupidez, enfatiza la dificultad de desacreditar información falsa, cómica o engañosa: «La cantidad de energía necesaria para refutar basura (bullshit) es un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirla». Me ha tomado, en este artículo un esfuerzo de más de 1.307 palabras para refutar la basura que escribió alguien, plasmada la misma en tan solo  27 palabras.

Sin embargo y para ustedes, amigos lectores, creo que el esfuerzo ha valido la pena y tiene sus ventajas: el que quiera rebatir mis argumentos, tiene que echarle toda una carreta de «bol… untad» y tiempo.

 

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