«¿Dónde está Winston Churchill ahora que lo necesitamos?» se pregunta David Harris, CEO del American Jewish Committee. Su interrogante responde a lo que se ha convertido en una preocupación universal por la dimensión y profundidad de los cambios que habrá de enfrentar la humanidad a raíz de la pandemia que nos azota, grandes transformaciones en todos los órdenes, no solo en la economía, la salud, el empleo sino en la vida misma de la gente, sus relaciones, las libertades, los conceptos de seguridad y control, de autoritarismo y democracia.
La pregunta revela también una profunda necesidad colectiva: de dirección, de inspiración, de seguridad. La pandemia ha agitado las aguas más de lo que podíamos imaginar. Una tendencia de negación de los liderazgos, de desconfianza frente a ellos, de cansancio, desobligo, frustración, abandono, parece coincidir en este momento, por reacción o por contraste, con un clamor por la aparición de visionarios, de figuras orientadoras, confiables, inspiradoras, creíbles, dotadas de palabras esclarecedoras y cercanas, de gestos de seguridad, de discursos que permitan descifrar las razones del caos y superarlo.
Con la implantación de un modelo autoritario los totalitarismos de cualquier signo creen haber encontrado respuesta a la necesidad de liderazgo. Es la forma que ejemplifica, por mencionar alguno, el modelo chino: un liderazgo basado en el control, la centralización del poder, la negación de derechos y libertades. La aspiración en democracia ha sido siempre, por contraste, un liderazgo nacido de la participación de los ciudadanos y basado en la expresión de sus necesidades, aspiraciones y derechos, afirmado en la credibilidad y la confianza, en la capacidad para anticipar, interpretar, promover, entusiasmar. El desprestigio de este modelo se explica por las falsificaciones que lo han degenerado a las formas de populismo, personalismo, demagogia, carencia de valor o de visión.
En democracia el liderazgo cuenta con el juicio de la gente, con su aceptación y apoyo. Está sujeto al examen y la crítica, la que se expresa de forma directa por parte de los ciudadanos o la que se manifiesta en los medios de comunicación y, ahora, en las redes sociales. Unos y otros disponen de una enorme capacidad para construir o destruir liderazgos, capacidad que lejos de ser usada para dañar la honorabilidad de las personas o la dignidad o prestigio de las instituciones ganaría en legitimidad al afirmar su adhesión a la verdad, a los valores y a los verdaderos propósitos de la comunidad.
La apelación a Churchill es un recuerdo a su enorme capacidad para combinar realismo y optimismo, para no pedir a los demás nada que no sea capaz de exigirse a sí mismo, para reconocer las dificultades y pedir sacrificio y esfuerzo, para comprender la naturaleza del enemigo o de las fuerzas a vencer y asumir el diálogo como instrumento para la construcción de acuerdos, nunca como debilidad. De él como de otras figuras, el nuevo liderazgo tiene que aprender el valor de la credibilidad, la disposición a convocar a los mejores, a rodearse de talento en lugar de aduladores, a corregir a tiempo y evitar que los intereses o la burocracia se interpongan. El ejemplo de Churchill diría que los líderes en tiempos de guerra no necesariamente lo son en tiempos de paz, y que hasta se puede perder una elección después de haber ganado una batalla.
Los profundos cambios que se anuncian para ajustarse a los nuevos y todavía desconocidos esquemas son demasiado grandes como para que puedan ser asumidos por un liderazgo simplemente inteligente. Son muchas las renuncias que se avecinan. Y muchos los sacrificios. Será necesario asumir obligaciones muy pesadas, las de la deuda entre ellas, y luego el enorme y lento trabajo de reconstrucción. Los cambios sobrepasan los límites de lo conocido. Corresponde al nuevo liderazgo dar con la respuesta. El reclamo social se puede tornar violento y constituirse en amenaza para la propia sociedad. Sería iluso pensar que nada será igual, pero igualmente iluso afirmar que el pasado no pesará en el futuro. En los tiempos que vienen no caben los liderazgos complacientes. Tampoco la demagogia.
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