A pesar de que muchos sinólogos han objetado esta interpretación, se ha hecho popular en Occidente la idea de que la palabra crisis en chino (Weiji) es una combinación de dos caracteres, uno que representa “peligro” y el otro “oportunidad.” Aparentemente esta explicación etimológica ganó impulso en Estados Unidos después de que John F. Kennedy la empleó en discursos de campaña en 1959 y 1960. Independientemente de si la traducción del chino es correcta o no, la idea de que en cada crisis hay una oportunidad, es hermosa y dinámica y da cabida a la esperanza. En otra dirección, quizás más al punto en el contexto venezolano, valga la pena recordar que la palabra crisis en castellano proviene de la forma latina del vocablo griego “krisis” que tiene a su vez varias interpretaciones; una de ellas se refiere al punto de inflexión de una enfermedad, un momento en que el paciente puede mejorar o empeorar, incluso morir. De modo, pues, que la interpretación optimista, de discurso motivacional y libros de autoayuda, de que las crisis significan oportunidades tiene que ser morigerada por la otra vertiente etimológica de la palabra. Pero sigamos en la ruta china.
La amenaza
Venezuela, al menos el país que nosotros conocimos, se encuentra en una crisis terminal. Cada vez es más evidente que la continuación de Nicolás Maduro y su camarilla en el poder, constituye una amenaza real a la existencia misma de la nación. La pandemia originada por el coronavirus, que en términos coloquiales ha empezado a ser conocido como el “cabronavirus” dada su impresionante versatilidad genética y agresividad, le ha dado la oportunidad perfecta al régimen para hacer, si cabe, más miserable la vida de los venezolanos, y controlar aún más a la población con una cuarentena conducida con absoluta arbitrariedad, una combinación de estado de sitio y emergencia nacional continuada, manejada por una mezcla de fuerzas militares, policiales y “pránicas”. Es casi inescapable la conclusión de que el régimen sabía que la otra crisis, la de la gasolina, se le venía encima y aprovechó sibilina y brutalmente la oportunidad de la pandemia para restringir al máximo el consumo de combustible, obligando a la gente a quedarse en sus casas. Así las cosas, la supuesta acción eficaz del régimen para contener al cabronavirus, ha terminado por revelarse en buena medida como una acción de control y represión de la población, para prevenir la protesta por la escasez de gasolina.
Por supuesto, el propósito del régimen va mucho más allá, y se extiende rápidamente al ámbito político. La cuarentena y sus secuelas se han convertido en el arma final en la siembra de desesperanza y frustración, de resignación y sumisión últimas, que la oligarquía de Maduro y su camarilla pretenden exigirle al pueblo venezolano. Aparecer como dueños últimos e inamovibles de la escena y conducir al país a un teatro de elecciones parlamentarias que le devuelvan al régimen el control de la Asamblea Nacional, burlándose en la cara del gobierno encargado de Guaidó, de Estados Unidos, de una parte muy importante de la comunidad internacional que lo condena y, en última instancia, de nosotros, los venezolanos.
La oportunidad
La indignación y la frustración que acongojan a los venezolanos con la situación del país es profunda y ha llegado a un punto en que se puede tornar incontrolable y conducir a un estallido social. Pero es mucho el miedo y la desesperanza sembrados por el régimen y, duele decirlo, sembrados por la propia resistencia democrática. La desunión de la resistencia, sus conflictos internos, las ansias de poder irreprimibles, los egos, las trampas internas y los discursos ambivalentes, se han convertido en la otra cara de la desesperanza. La una cultivada por el régimen, la otra responsabilidad nuestra. Ello por supuesto no significa desconocer la valentía y el coraje de quienes dan la batalla por todos nosotros en Venezuela, y el arrojo de la sociedad civil y los héroes anónimos, maestros, médicos y profesionales que permiten que el país no haya colapsado del todo. Pero es necesario un cambio profundo en la estrategia de la resistencia y ese cambio no se puede producir si no se reconocen nuestros errores y falencias.
El Arca de Guaidó, el buque de la salvación de Venezuela, necesita una urgente corrección de rumbo. Guaidó debe trascender su condición de presidente encargado y convertirse en el líder de toda la resistencia, y no solamente la reunida en el G4, y la voz de la esperanza para un pueblo que se resiste a morir y que está a la espera de un llamado unitario a la movilización popular cívico-militar que conduzca a un gobierno de transición y elecciones libres. Solamente así seremos creíbles ante nuestros aliados internacionales, que comprenden que los venezolanos no podemos salir solos de esto, que la nuestra es una crisis que incluye a otros actores desestabilizantes, como Cuba, Irán, Rusia y la guerrilla colombiana, pero que exigen que hagamos nuestra parte del trabajo de una manera organizada y consistente, no con mensajes y acciones contradictorios. ¿Estaremos a la altura del reto de la crisis terminal?
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