OPINIÓN

Crisis en tiempos de coronavirus

por Delsa Solórzano Delsa Solórzano

Coronavirus, covid-19, son tal vez las palabras que más he escuchado durante 2020, ello a pesar de que la crisis por esta pandemia en el mundo solo tendrá unos 30 o 40 días. Lamento mucho que no sea “planeta” la palabra que más he escuchado.

Yo vivo en Venezuela, soy de aquí, soy absolutamente venezolana. Respiro con olor a Venezuela. Siempre digo (y quienes me conocen saben que es así) que tengo un amor irracional por mi país. Aquí vivimos en una constante crisis, creo que ya no sabemos vivir de otra manera. Pero, a pesar de eso, somos afectuosos y amables, nos abrazamos, nos tocamos como símbolo de calidez y cercanía. Es difícil para la mayoría de los venezolanos eso de “marcar distancia”. Tal vez es una de las cosas que más preocupa a algunos sobre la nueva forma de relación social que esta pandemia está imponiendo.

Llevamos 21 años en dictadura, esta se ha convertido en la más cruel que podamos recordar: presos políticos, torturas, asesinatos, desapariciones forzadas, violación de la libertad de expresión y de información, persecución política, y todo tipo de violaciones de los derechos humanos. Todo ello aderezado con la mayor corrupción que se pueda imaginar. El registro de los países más corruptos del mundo que prepara Transparencia Internacional ubica a Venezuela en la casilla 176 de 180, es decir estamos entre los 5 países más corruptos del planeta. No podemos obviar que quienes usurpan hoy el poder sostienen un Estado delincuencial. En tal sentido la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, organismo adscrito a la ONU, ha señalado que “los grupos delictivos han logrado infiltrarse en las fuerzas de seguridad gubernamentales y han creado una red informal conocida como el «Cártel de los Soles», para facilitar la entrada y salida de drogas ilegales”.

Todo ese marco de corrupción, falta de institucionalidad y narcotráfico promovido y amparado por el Estado, ha generado una crisis humanitaria jamás esperada en Venezuela, conocida como uno de los países “más ricos del mundo”, debido a sus enormes reservas petroleras. Esa crisis tiene al país sumido en el hambre, la desolación, el desempleo, la pobreza extrema, la falta de servicios públicos (no hay agua ni energía eléctrica ,en la mayoría de los hogares), y ausencia absoluta de un sistema de salud, que ni siquiera podemos calificar de ineficiente, porque sencillamente no existe. No cuesta, pues, imaginar lo que significa la llegada del covid-19 a mi Venezuela.

Pedirle a la gente que se quede en casa para que salven sus vidas y las de otros es una tarea titánica y un ruego difícil de escuchar para aquellos que tienen que salir a buscar el camión de la basura para comer. Hoy alguien me dijo: «¿Salvar mi vida, Delsa?, pero si yo no tengo vida». No es posible imaginar lo difícil que es escuchar eso y mucho más difícil es darle una respuesta a quien carece de esperanza en el presente; cuando yo solo puedo llenarle de palabras de futuro, de certeza de cambio, de trabajo honesto y de saber bien cómo se deben hacer las cosas. Hacerle saber, pero sobre todo hacerle sentir a esa persona que vale la pena mantenerse resguardado del coronavirus, por él, por la humanidad misma, pero sobre todo porque estoy segura de que vamos a ver juntos un amanecer en libertad y que eso será muy pronto. Esto, por cierto, no lo afirmo por puro optimismo irracional, sino porque luego de 21 años de dictadura en Venezuela, hoy finalmente contamos con el apoyo rotundo de la nación toda, de la comunidad internacional, del mundo democrático. Hoy estamos unidas las fuerzas opositoras a la satrapía madurista y tenemos un líder a la cabeza de la lucha, me refiero al presidente Juan Guaidó.

Hoy Venezuela se despierta a diario asustada, llena de incertidumbre, sin saber realmente cuántos casos de covid-19 tenemos en el país, porque una de las características del régimen ha sido acabar completamente con el sistema estadístico, en razón de lo cual no hay nunca cifras oficiales en ningún ámbito. El país se levanta también en medio de una brutal represión: la dictadura militar, ante la ausencia en sus filas de personal capacitado, solo cuenta con uniformados que no tienen idea de cómo lidiar con el virus, pero sí sabe reprimir a quienes protestan en las calles porque no pueden lavarse las manos debido a la falta de agua, o al personal de la salud que exige insumos médicos para atender la pandemia. Desde la Asamblea Nacional hemos iniciado una campaña, junto con los familiares de los presos políticos, para el otorgamiento de medidas humanitarias en favor de estos últimos. Ellos corren grave peligro. Están hacinados, sin comida, servicios públicos, sin luz solar, sin atención médica, sometidos a tortura y varios de ellos presentan síntomas similares al coronavirus.

Tal vez mi relato no le diga nada al mundo hoy. Estamos sumidos en nuestros propios problemas. Pero la realidad es que este terrible virus que nos tiene metidos a todos dentro de un libro de Asimov, cuya carátula no podemos abrir para escapar, es consecuencia de la ausencia de libertades promovida por un sistema político: la dictadura.

El silencio que imponen los Estados amparados en la ideología comunista (en el caso de Venezuela lo llaman “socialismo del siglo XXI”) termina acabando con las vidas de sus nacionales. Es claro que si no se hubieran ocultado datos y cifras en China, hoy no estaría sufriendo el planeta esta pandemia. Es claro también que en Venezuela solo existe incertidumbre porque el régimen no hace más que contradecirse y ha secuestrado hasta los reactivos para realizar los tests, con la finalidad de que nadie sepa la verdad.

Muy probablemente estas notas que hoy escribo sean censuradas en China, como ya lo han sido otras, y con toda seguridad, solo podrán leerse en los portales que ya han sido censurados en Venezuela. El problema para estos dictadores, parece ser que se diga la verdad y no que esta en efecto ocurra.

Todo sistema político, para ser verdaderamente eficiente y estar al servicio del ciudadano, debe fundamentarse en la libertad del ser humano. Sin embargo, esto no es lo que ocurre hoy en parte del mundo. Frente a ello, ya basta de guardar silencio y de mirar hacia otro lado, mientras se oprime a una parte del planeta. Si algo debemos aprender del covid-19 es que el mundo es uno solo, y esto es así en todos los sentidos. Mi abuela decía que “el mundo es chiquitico” y en efecto hoy luce así. Tal vez por ello vemos como inconcebible que no podamos tomar un avión e ir adonde queramos, o que se hayan suspendido importantes encuentros mundiales, o que varias familias hayan quedado separadas debido a que alguno de sus miembros no haya podido regresar a su país. Se enfermó alguien en Asia, las autoridades lo ocultaron y hoy estamos todos encerrados.

Yo espero que estos episodios nos permitan reflexionar aún más. Ya todo cambió. Es inevitable. La economía, las prioridades, la forma de relacionarnos unos con otros, el valor de lo que verdaderamente importa, la utilidad de las redes sociales y el establecimiento de mecanismos virtuales de contacto. Pero, ojalá esto sirva también para dos cosas: la primera, entender que tal vez se trata de un grito de auxilio del planeta, frente a unos humanos absolutamente inconscientes de nuestra terrible conducta para con la casa que nos alberga; y la segunda, la necesidad de elegir correctamente a nuestros gobernantes. Ha habido episodios verdaderamente penosos encabezados por diversos líderes del mundo. Queda en evidencia que muchos de ellos no están preparados para dirigir a sus países y mucho menos para enfrentar las realidades de la globalidad. Además, resulta también obvio que es responsabilidad de todos (comenzando por los ciudadanos y terminando por todos los gobiernos del mundo) no permitir la entronización de dictaduras o sistemas que opriman, repriman o acaben con las libertades.

Pronto nos veremos de nuevo en las calles, pronto Venezuela será libre y democrática, pronto estaremos recuperándonos juntos de esta guerra terrible contra el enemigo intangible vestido de virus, pero ojalá que pronto aprendamos a ser ciudadanos del mundo.