El totalitarismo del siglo XXI tiempo ha que surcó la orwelliana dimensión en la que concurren el clásico quebrantamiento por miedo al dolor y a la muerte, y métodos más refinados de producción de capital esclavo, entre cuyos insumos se cuentan elaboradas imposturas, constrictivas forjas neolingüísticas y la desasosegante idea de una omnipresencia maligna, para adentrarse en aquel espacio sutilísimo de la invisible inducción de tomas de decisiones predeterminadas; la dimensión del inadvertido secuestro del albedrío.
En esta, claro, esos otros elementos distópicos están presentes y son una y otra vez utilizados de los modos sobre los que tanto se advirtió en el siglo XX, entre otras cosas, para generar temor, reducir al individuo y a la sociedad a las canónicas medidas de un intelectualizado conformismo, y conducir a la normalización y aceptación de lo pernicioso, y de ello constituye uno de muchos ejemplos la actual maquinaria de opresión y exterminio establecida en Venezuela, con sus prisiones de un horror deliberadamente abierto, sus disgregantes colectivos, sus miradas siniestras que componen los trazos que se extienden desde una infernal teogonía, su carnet de la exclusión y del chantaje, su proscripción del «odio» en favor de la iniquidad y la impunidad, su «paz» por la que únicamente medran el crimen y la muerte, su «ecosocialismo» destructor del ser humano y de su entorno, sus grises de la desesperanza, su seudociencia propagandística, sus bajorrelieves de tergiversación y desmemoria que proyectan las sombras de unas ficticias epopeyas, y sus otros esclavizantes engranajes. No obstante, también constituyen en el actual contexto el velo con el que se ocultan los hilos de la manipulación de las cotidianas «elecciones» que están transformando las luchas por la libertad en brechas que separan la voluntad de ese supremo anhelo.
Las maquinaciones para tal manipulación son variadas y algunas incluso están llevando a un mejor aprovechamiento de conocidos ardides como el de la siembra de sospechas, que ahora, en un marco de predominio de la irreflexión, el «análisis» somero, la explicación simplista, el juicio sin bases exhaustivamente exploradas y otras de las tantas desviaciones que se fomentan sobre todo en la ya de por sí engañosa esfera de las redes sociales, se está profundizando con el objeto de condenar al ostracismo a diversos grupos, en particular al de la nueva generación de los no tan numerosos pensadores e intelectuales con los gérmenes de las ideas que suponen las mayores amenazas para la bestia totalitaria.
Si, verbigracia, se analizan con detenimiento actos en apariencia insustanciales e inocuos que lucen como diminutos sinsentidos aislados en el inmenso mar de las viles agresiones del régimen chavista, emerge un patrón de sugerencias de vinculaciones inexistentes que, aun cuando se desestiman siempre en lo general, podrían fijar en el imaginario colectivo asociaciones específicas sin ningún fundamento pero capaces de arrancar de raíz unas nacientes influencias muy positivas para la sociedad venezolana, con lo que a su vez se facilitaría el crecimiento de otras solo favorables para la tiranía.
En efecto, a nadie se le ocurriría pensar que todos los amantes del rock en Venezuela son afines al régimen opresor por la supuesta centralidad de aquel en unas políticas culturales en las que la música, en cuanto natural lenguaje de la libertad, no tiene de hecho cabida más allá de la propaganda, pero no pocos podrían sucumbir a la tentación de querer creer, luego de atender a imposturas que no trascienden siquiera el plano de lo declarativo, que una intelectualidad joven en cuyo seno se comparte el amor por tal género —y por la expresión musical en términos más amplios— es afecta, por ende, a las entelequias que en conjunto toman algunos por «ideología» de esa tiranía.
Lo que en este ejemplo parece trivial y hasta pueril, sin serlo en realidad, es apenas una pequeña pieza dentro de la enorme trama de insinuaciones, «oposiciones» aparentes, posverdades, ocultas asechanzas y demás recursos que han servido para empujar de manera imperceptible a una parte de la sociedad venezolana por caminos que parecen conducir a una libertad que no es más que un mal decorado cuya burda naturaleza impide apreciar la lejanía que no ha cambiado ni cambiará mientras la manipulación sea efectiva, pues es tal señuelo como el apetitoso fruto que con suma crueldad se ata a un extremo de la vara que por el otro se fija al lomo de un asno para que este vaya en pos de él impulsado por eso mismo que no puede ver como algo distinto a un alcanzable objeto y por los gritos y golpes que apresuran la marcha que, sin acortar el trayecto de su «verdad», solo beneficia al forjador de esta en la realidad que se escapa a la percepción del (auto)engañado y maltratado animal.
Lo más grave es que siendo incluso minoritario ese segmento, sus inducidas decisiones acabarán ocasionándole un inconmensurable daño a toda la sociedad; ello en virtud de la indefensión de la ciudadanía y de la completa descomposición del estamento militar de un país que, además, ha clamado por años y en sus postrimerías clama aún más por mentes probas, sensatas y con las competencias requeridas para liderar el mancomunado trabajo en pro de la emancipación y el desarrollo nacional, pero cuyas mayorías, teniendo hoy delante de sus ojos a las mejores de esta generación —y no precisamente dentro del miope «liderazgo» de la propia oposición o en la autodenominada «alternativa» constituida por impresentables personajes como Falcón o García—, han comenzado a menospreciarlas y apartarlas por ajenos e invisibles designios.
En este estadio más sofisticado del establecimiento del neototalitarismo en Venezuela y en otros lugares, ya se puede adivinar el cercano devenir de la «voluntaria» entrega en la que en este instante quieren algunos ver un camino a la libertad «pacífico» y de carácter «democrático», aunque su sentido es en realidad el opuesto, y cuya materialización, en el caso venezolano, es causa hoy de anticipada celebración entre los mismos vítores con los que hace 22 años algunos le abrieron de par en par las puertas a una maldad sin precedentes en los anales del país y de la región, y las cacofónicas consignas que narran ex ante una historia que comienza con el cese de las sanciones y la legitimación de írritas instituciones en unas «elecciones» preparadas para una «importante victoria» opositora que haga descender las brumas del olvido en La Haya y demuela lo poco que queda de «interinato», y que termina, o más bien, comienza en verdad, luego de esa introducción, con el ascenso de un «comunal» leviatán presto para derribar todo lo demás en la nación —cargos «ganados» incluidos—.
La generalizada toma de conciencia y la mayor reflexividad por las que he abogado sin cesar podrían evitar que ese futuro sea la abyecta realidad de los próximos decenios venezolanos. Sin embargo, las señales no son alentadoras. Hay daños estructurales y profundos en esta sociedad global que le han facilitado al totalitarismo del siglo XXI la perpetración de auténticos crímenes de lesa intelectualidad que no solo colocan oscuras pantallas alrededor de las más brillantes luces, sino que también ciegan y desvían los caminos por conducto de tinglados tan artificiosos que los hacen parecer rectos.
Aquella historia venezolana, reitero, todavía no se escribe, pero el momento de alarmarse, despertar por completo y actuar para componer otra es ahora, porque solo Dios sabe cuándo se tendrá en Venezuela un nuevo margen para la factible acción emancipadora.
@MiguelCardozoM