«Para ser viejo y sabio, primero hay que ser joven y estúpido» (ANÓNIMO)
Fue hace más de un año, quizás incluso hace más tiempo. El caso es que guardo el recuerdo de lo vivido entonces en algún lugar privilegiado de mi memoria, puesto que me viene a la cabeza cada vez que se inicia una disputa.
Caminaba hacia el trabajo un día cualquiera al mediodía. A punto de pasar al otro lado de la calle en una rotonda de tráfico, oigo un frenazo, el derrape de neumáticos en el asfalto y el sonido prolongado de un claxon terco y enfadado. Me giro para ver qué pasa y veo a un joven mal encarado asomado por la ventanilla de su coche. Grita insultos y rabia por los cuatro costados a otro conductor adulto que permanece callado.
Seguí mi camino al comprobar que no había habido ningún accidente ni algún roce entre los vehículos. Sin embargo, no pude dejar de oír los improperios y la ira del más joven de los automovilistas reunidos por el incidente. Lo que me sirvió de ejemplo, sin embargo, fue la respuesta calmada del otro hombre que, ignorando los gritos, el ruido y la mala baba del piloto colérico, dijo “creo que te estás equivocando”. Lo dijo dos veces, “creo que te estás equivocando”. La situación se enfrió y llegó a un punto de calma. Yo tenía que llegar puntual al trabajo y seguí andando con una agradable sensación de haber aprendido algo bueno ese día.
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