Todas las mañanas cuando voy a nadar, justo al pasar por una iglesia, la miro y me pregunto: ¿existirán en el otro milenio? Debo ser sincero y decir que esto me pasa cada vez que veo una librería con torres de libros. ¿Cómo es posible que hoy en día existan iglesias y suenen las campanas los domingos? En muchos textos religiosos y no religiosos nos explican, y como todo el mundo sabe, que toda la religión cristiana nació por un judío crucificado hace 2.000 años, que decía que era Hijo de Dios. Como dice Emmanuel Carrére en su libro El Reino: que al leer la historia de un Dios que engendra hijos con una mujer mortal; un sabio que recomienda que no se trabaje, que no se administre justicia, sino que nos preocupemos por los signos del inminente fin del mundo; una justicia que toma al inocente como víctima propiciatoria; un maestro que invita a sus discípulos a beber su sangre; oraciones e intervenciones milagrosas; pecados cometidos contra un dios expiados por ese mismo dios; el miedo al más allá cuyo portón es la muerte; la figura de la cruz como símbolo en una época que ya no conoce su significado infamante: dan un poco de escalofríos. Carrére y muchos se preguntan: ¿Quién iba a pensar que se seguirá creyendo en algo así?
Si nos paramos a pensarlo un poco y reflexionamos sin fanatismos: que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana. Si un hombre creyera hoy día en historias de dioses que se transforman en cisnes para seducir a mortales, o en princesas que besan a sapos que automáticamente se convierten en príncipes: todo el mundo dirá: está loco. Millones de personas creen en el cristianismo y no los toman por locos ¿por qué? Es difícil encontrar una respuesta, o de saber explicar, pero el disparate hace una función social que convive normalmente entre nosotros hace mucho tiempo atrás. Tampoco se puede explicar cómo Juan, uno de los discípulos de Jesús, un pescador galileo, analfabeto, se haya convertido cincuenta años más tarde en el profeta de Patmos y el autor del Apocalipsis. Esta historia de un curandero rural que practica exorcismo y al que toman por un hechicero. Habla con el diablo en el desierto. Su familia quiere que lo encierren. Se rodea de una banda de parias a los que aterra con la predicción tan siniestra como enigmática y que se dan a la fuga cuando lo detienen. Su aventura, que ha durado tres años, concluye con un juicio chapucero y una ejecución sórdida. A pesar de esto, millones en todo el mundo creen y creen en la iglesia católica, cristiana, anglicana… El derecho de creer o no es válido para todo el mundo: los cristianos creen que Jesús resucitó; en eso consiste el cristianismo, y hay otros que creen que un grupito de hombres y mujeres desesperados por la pérdida de su gurú, es decir, Jesús, crearon el cuento de la resurrección y contaron que pasó algo sobrenatural; esa historia conquistó el mundo hasta hoy en día, que 2.300 millones de personas creen y la profesan. En el libro “El Reino” de Carrére dice algo que me pasa a mí perfectamente igual: donde confiesa que no cree en la resurrección, no cree que ningún hombre haya vuelto de entre los muertos. Pero que alguien lo crea, y haberlo creído el mismo, le intriga, lo perturba, le fascina. Siempre me ha intrigado cómo fue que se escribió el nuevo testamento. La tarea tuvo que ser enorme con pergaminos y pegando hojas de papiro, como seguramente lo hizo Pablo para escribir el nuevo testamento, que según los estudios para aquel tiempo se escribía setenta y cinco palabras por hora. Entones podemos deducir que la tarea de Pablo fue titánica. Me intriga el año 68, donde nacieron fetos de dos cabezas, terremotos, pestes, meteoros, estrellas fugaces y la hambruna en Alejandría; todo esto posiblemente lo tomó Juan para escribir el Apocalipsis en Patmos treinta años más tarde. Y me fascina la historia de cómo Vladimir Putin escondía su condición de espía del KGB como un periodista religioso en Roma amante de la iglesia. Es decir, un lobo disfrazado de una carmelita.
No podemos negar que las religiones han inspirado a los hombres para hacer grandes obras, y también todo parece demostrar que desde el principio de la humanidad el hombre se inclinó por lo religioso: suponiendo la existencia de seres superiores, poderosos, extrahumanos. Durante mucho tiempo se han tejido suposiciones absurdas, mitos disparatados, religión tras religión, dioses y otros dioses. Pero pienso que el reto que tienen las religiones y las iglesias en el mundo es con las nuevas generaciones: cada día son más los jóvenes que se suman al agnosticismo y al ateísmo: donde un porcentaje toma estos caminos simplemente por decepción. Los casos de corrupción, de abusos sexuales en menores de edad y enriquecimiento ilícito dentro de las iglesias son monedas corrientes que vienen desde hace mucho tiempo. El caso más conocido en el mundo fue del sacerdote de la Legión de Cristo que llegó a las altas esferas del Vaticano llamado Marcial Maciel, que el 1997 fue denunciado por ocho exmiembros de la Legión con una carta abierta al papa Juan Pablo II. Y el más reciente es que, el día lunes 12 de noviembre, Londres se despierta con la noticia de que el líder de la Iglesia Anglicana, el arzobispo Justin Welby de Canterbury, renuncia porque está involucrado en caso de abuso infantil. Por estas cosas que pasan dentro (que sabemos y otras que no) de las iglesias y templos religiosos, es uno de los motivos que la cifra de creyentes en Europa y en América vaya en picada y ninguna religión está absuelta de este problema. Y el otro problema es que algunos piensan que algunas religiones son mejores y no ellos; entonces todo esto me hace preguntarme nuevamente si los hombres modernos seguirán creyendo o no.